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Crónica

Incorrección y literatura: una charla con Ariana Harwicz

Este viernes a la tardecita, en Casona Yiró, abrió las puertas para recibir la propuesta de Encuentro Itinerante: una charla con la escritora argentina residente en Francia, Tomás Trapé y Nicolás Manzi. Aquí, una pizca de lo que sucedió en ese encuentro de la mano de Vande Guru

Fotografía: @AntoWalker

Especial para El Ciudadano.  

Las luces son amarillas y tenues. De frente, un reflector ataca con su blanco cegador. Parece un interrogatorio, comentan. Hay tres sillas dispuestas en el centro de la escena. En el centro del centro está Ariana Harwicz imantando miradas mientras alega “Yo soy feminista en serio.”

Son dos segundos de silencio en el que me cae la ficha de que cuando llegue el momento de escribir esta crónica va a ser imposible empezar por el principio. No hay principio. Hay un nudo enorme, gigante, de hilos que se mezclan y enredan. Imposible determinar cómo fue que llegamos hasta acá. Y me lo repregunto, ahora con signos de interrogación: che, posta ¿cómo fue que llegamos hasta acá?

Intentemos el hilo Harwicz, hagamos la pregunta obvia del principio, la del germen de su escritura. Podemos resolver esto rápido, ir por el camino mejor señalizado, ponernos cursis y decir ¿Cuándo brotó la semillita de la literatura en tu vida, Ariana? ¿Por qué le salieron las ramitas todas torcidas a tu literatura? ¿No usaste un tutor para enderezarlas?

Pero lo que me queda resonando en esos dos segundos de silencio no es una pregunta dirigida a ella, particularmente. Es una pregunta para lxs demás. ¿Por qué tiene que aclarar que es feminista?

Parece que me hubiera leído la mente, y responde. Porque: “Me tomo el feminismo en serio”. Entiendo rápido. Nada de yibré. Estamos hablando con el mismo código. El feminismo mejor entendido tiene que ver con la libertad: de decir lo que se piensa, de actuar como se dice. Pero sobre todas las cosas de intentar ser libre: “Soy mujer, me siento libre”, dice Harwicz pateando repositorio de la queja fácil a la hora de hablar de feminismo.

Bien. Este es un hilo. Pero está claro que no es el principio.  Vamos por otro lado.

Llego, después de mucho tiempo, a la vereda de San Lorenzo al 2100. Recuerdo perfectamente donde está Casa Yiró, pero por si acaso no me acordara, un puñado de gente agolpada en la puerta indica el lugar exacto donde minutos más tarde Tomás Trapé va a decir, entre otras cosas, que la corrección política aburre, que es propagandística.

Sucede que hay poco lugar. Esto también es incorrecto. Vamos a decirlo bien, a pesar de que la Casa es enorme, y tiene las habitaciones amplias de una mansión de finales del siglo XIX, a pesar de que podrían entrar alrededor de unas cien personas para escuchar esta charla, hay aforo. Una palabra que se incorporó en nuestras vidas como se incorporó el barbijo o el alcohol en gel. Aforo significa que hay que reducir el público. Había inscripción previa, vía formulario, para confirmar la asistencia. Pero las prácticas anteriores a la pandemia no murieron en 2020 y todavía hay personas que se rebelan tímidamente frente al no. La gente se llega hasta el lugar, porque porái, quién te dice, falta algunx y te dejan entrar. Doscientas quince inscripciones en el formulario on line que Encuentro Itinerante habilitó para organizar esta charla. Doscientas quince personas quieren saber de qué se va a hablar hoy, acá. Yo sigo sin encontrar el principio.

Porque no vamos a empezar diciendo que en el 2020 el covicho… no vamos a presentar un lamento de cómo la pandemia afectó nuestros espacios, nuestras reuniones. Ya lo sabemos, vivimos todos los días con eso. Nos acostumbramos a buscar en las redes un resabio del sabor que tenían nuestros encuentros. Y tampoco estuvo tan mal. De ahí surgió algo que Encuentro Itinerante ahora está pasando a la presencialidad y a la materialidad. Por un lado una serie de entrevistas furtivas on line con intelectuales, escritores, editores como, Emmanuel Taub, Alexandra Kohan, Federico Falco, Damián Tabarovsky, entre otrxs. Por otro lado,  “La literatura frente al estado y el mercado”,  el libro que Casagrande y Último Recurso editaron este año con las entrevistas de Nancy Giampaolo a Martín Kohan, Alan Pauls, Ana María Shua y Ariana Harwicz.  De ahí, entonces es que hoy, estemos acá en la primera vez literaria de Ariana Harwicz en Rosario.

Decía antes que Trapé iba a denunciar el aburrimiento que produce la corrección política. Pero si solo fuera aburrimiento, la solución es fácil. Mirar para otro lado, buscar otras literaturas, otras interpelaciones. Sin embargo, Trapé advierte que hay un riesgo aún mayor frente a la corrección política y es la deshonestidad intelectual. Por eso Harwicz va a decir que no estamos hablando solo de censura frente a lo que puede aparecer como políticamente incorrecto en la literatura. Hay algo aún peor, y es la autocensura que ejercen algunxs escritores, intelectuales. Una autolimitación que llega para teñir la escritura de buenas intenciones, de códigos social y moralmente aceptados, con el fin de no incomodar a nadie. Harwicz habla de la experiencia intransferible del arte, de cómo la experiencia del arte puede ser cualquier cosa, menos comodidad. Harwicz habla de rebeldía. Pero ojo, no una rebeldía al cuete, dice ella. Y yo entiendo: no una rebeldía de caricatura de personaje roquero. Rebeldía en términos de intentar romper con aquello que está cristalizado, fijado, inmovilizado.  Permitirse experimentar ¿Y dónde si no en la literatura?

Y cuando parece que estamos todxs de acuerdo, Nicolás Manzi señala el hilo que le da una vuelta más al nudo que estamos enredando: “Experimentar en literatura no es solo ser ‘políticamente incorrecto’”. Manzi trae entonces las preguntas inevitables. ¿Cuál es el rol del escritor? ¿Qué es escribir? Harwicz contesta que ella tuvo que procurarse una vida para la literatura. Pero para eso antes tuvo que morir, casi como el personaje de su novela Matate amor. Claro que no hablamos de una muerte literal. Pero hablamos de una muerte. Morir para poder escribir la novela, procurarse una vida para la literatura. Porque en la literatura están permitidos todos los temas que en la vida les causan pavor a las señoras moralmente coquetas, pero también está permitido experimentar con el lenguaje. Harwicz cita a Proust y dice que dice: “Escribir es desautomatizar”. Y agrega, que en ella es también evitar el eufemismo como moderador. “Para la literatura hay que permitirse jugar con la lengua, la moral dejala para la vida, no seas una mierda”.

El público se ríe, asienta. Pregunta: por el teatro, por las lecturas, por el cine, por la vida, por el francés, por la experiencia de la extranjería. Se rompió el muro de barbijos, que siempre estuvieron bien colocados. Las palabras lo rompieron. Cuando termina la charla la gente se agolpa frente a la mesita que el Juguete Rabioso puso para exhibir los libros de Harwicz. Se llevan de a dos, o de tres. Harwicz firma, charla, responde. El encuentro duró hora y media. Podría haber durado tres horas, cuatro o toda la noche.

Pero no hubo principio, de esto estoy segura. Esto simplemente sucede. Y seguirá sucediendo mientras hablemos en serio, sin pose. Como el arte cuando conmueve.

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