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Inauguran “Nápoles y la erupción del monte Vesubio”

Una muestra en Buenos Aires que reúne obras de arte del siglo XVI al XX sobre el legendario volcán italiano.

La exposición “Nápoles y la erupción del  monte Vesubio” –desde mañana en el Pabellón de Bellas Artes de UCA– reúne 45 óleos, acuarelas, aguadas y grabados del siglo XVI al XX que muestran la profunda fascinación que produjo ese volcán en la región y el mundo a lo largo de los años.

La exhibición curada por Cecilia Cavanagh recorre miradas disímiles que van del espanto a la alucinación: artistas de las escuelas inglesa, italiana y napolitana interpretan la actividad del Vesubio, un volcán que erupcionó más de 30 veces a lo largo de cuatro siglos y generó importantes catástrofes.

Una acuarela anónima muestra al volcán emanando gases en 1848; un óleo de Sebastien Norblin de La Gourdaine recrea la destrucción de Herculano y Sir Thomas Lawrence capta al volcán lanzando lava bajo la luna 18 siglos después; la imagen se reitera y así se suceden grabados y aguafuertes como la de Pietro de Fabris.

Cada uno de estos artistas recreó la simbología del volcán que en el 79 sepultó varios poblados frente a la bahía de Nápoles, un fenómeno natural que un millar y medio de años después derivó en el hallazgo de un invaluable tesoro histórico y cultural: Pompeya y Herculano conservadas intactas bajo ríos de lava petrificada.

La exhibición, explica Cavanagh a Télam, “toma un tópico que se trabajó muchísimo durante siglos y que siempre despertó inquietud. Agresivas para algunos y espectaculares para otros, las erupciones del Vesubio convirtieron la región de Campania en una suerte de meca cultural y erudita”.

El hecho de que en el siglo XV hayan encontrado las ciudades de Pompeya y Herculano “generó todo tipo de filosofías, análisis y mitos, por lo que esta exhibición supera las cuestión puramente paisajística”, agrega Cavanagh, en pleno preparativo para el lanzamiento de mañana.

Tema de muchos maestros y escuelas, “algunos artistas plasmaron la movilidad de las formas y las luces sobre cielos alterados y horizontes en conmoción; pero otros más analíticos y serenos, recrearon con precisión las actividades cotidianas de la zona, los barcos en la bahía, los pobladores en las laderas y el paseo de los visitantes”, indica la curadora.

En el siglo I a.C. Pompeya era sólo una de las ciudades situadas en la base del monte Vesubio, pero Herculano era reconocida en esa región de tierra fértil, famosa también por movimientos sísmicos recurrentes y por las frecuenten erupciones del volcán que la coronaba.

Algunos de esos fenómenos naturales son recordados en el arte y la literatura; sin ir más lejos Suetonio, con la Vida de los doce Césares, y Tácito, con el Libro XV de Anales, rescatan un terremoto registrado en el año 64 en Nápoles, justo en momentos en que el emperador Nerón cantaba por primera vez en público.

Los escribas romanos señalan en esos documentos que a pesar de los temblores el emperador no dejó de cantar hasta terminar la obra y que, una vez evacuado el teatro, éste se desplomó.

Fue Plinio el Joven quien escribió que los romanos “no estaban alarmados”, acostumbrados a los temblores de la región, cuando a en agosto del 79 hubo algunas sacudidas que se intensificaron a partir del día 20 y culminaron con la catastrófica erupción del 24, justo en tiempos en que celebraban la Vulcanalia, el festival del dios del fuego.

Mientras que Plinio el Viejo, tío del joven naturalista, murió intentando estudiar el fenómeno y rescatar a los pobladores que huían en vano hacia el mar, convulsionado por el mismo sismo.

Es el sobrino quien narra los hechos en una carta enviada al historiador Tácito: “El 24 de agosto, como a la séptima hora, mi madre le hace notar que ha aparecido en el cielo una nube extraña por su aspecto y tamaño (…) A mi tío, como hombre sabio que era, le pareció que se trataba de un fenómeno importante y que merecía ser contemplado desde más cerca”.

Desde el 79, el Vesubio erupcionó unas tres docenas de veces: en el 472 lanzó tanta ceniza que llegó hasta Constantinopla y en el 512 fue tan intensa la destrucción que el rey godo Teodorico el Grande liberó de los impuestos a los habitantes de la región.

A partir del 1036 el volcán estuvo inactivo –de nuevo cubrieron sus laderas con jardines y viñedos y rellenaron el cráter con arbustos–; y en 1631 entró en una nueva fase y los flujos de lava y torrentes de agua hirviendo mataron a unas 3.000 personas; y desde entonces la actividad llegó a ser casi continua, con 22 fuerte erupciones en menos de tres siglos, entre 1660 y 1944.

La inauguración tendrá lugar mañana a las 18 en la planta baja del porteño edificio de avenida Alicia Moreau de Justo 1300 y podrá visitarse hasta el 20 de marzo próximo, con entrada libre y gratuita, de martes a domingo, de 11 a 19.

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