Observatorio

Series

“Hunters”, sobrevivientes judíos a la caza de nazis encubiertos en los 70

“Hunters”, producida por el sólido Jordan Peele y con Al Pacino como protagonista, inventa un juego perverso llevado a cabo por los nazis en los campos de concentración: una suerte de ajedrez humano cuyas piezas eran prisioneros que se veían obligados a matarse entre sí


Hunters es la gran apuesta de Amazon para comenzar 2020. Cuenta entre sus productores con Jordan Peele, el interesante cineasta responsable de Huye! y Nosotros, dos notables películas que se juegan por el género de terror como vehículo de insidiosos y divertidos comentarios sociales, y, como cabeza de reparto, con el eterno Al Pacino. La premisa del relato es simple y algo irreverente. A fines de la década del 70, Estados Unidos está plagada de nazis encubiertos, y un grupo de judíos sobrevivientes de los campos forman un curioso equipo de cazadores para ejecutar una meticulosa venganza. Ya desde el momento de su estreno, hace pocos días, la serie generó algunas reacciones adversas (principalmente de la institución polaca Auschwitz Memorial Museum). La principal crítica que se le hizo se dirigía hacia el hecho de que, entre las libertades asumidas con respecto a los acontecimientos históricos, se inventaba un juego perverso llevado a cabo por los nazis en los campos: una suerte de ajedrez humano cuyas piezas eran prisioneros judíos que se veían obligados a matarse entre sí. Semejante libertad, desde dichas perspectivas críticas, no es sólo innecesaria, dada la inmensidad del horror perpetrado que excede a toda imaginación (¿con qué fin inventar más horrores, si todo estaba allí?), sino que incluso podría banalizar y relativizar la dimensión real del Holocausto al convertir el horror en una caricatura grosera dispuesta a servir de base al fantasma del negacionismo. Adscribir o no a tal objeción, en cierto sentido, supone un posicionamiento personal que puede tener, en ambos casos, sus fundamentos válidos. Pero es cierto también que ya hemos asistido (no necesariamente, claro) a infinidad de apropiaciones caricaturescas e irreverentes que el cine ha hecho del nazismo y el Holocausto, hemos visto a los nazis preparando su regreso en la luna, a nazis zombies, a nazis hombres-lobo, y la cuenta sería interminable. ¿Cuál es el problema entonces con Hunters? Quizá el inconveniente fundamental de la serie sea una suerte de indecisión a la hora de encontrar el tono correcto para abordar su propuesta. Intentando acercarse a la levedad de la estética pulp y a los excesos del cine de explotación, Hunters no logra deshacerse de una cierta solemnidad adocenada, bastante molesta incluso, que no permite que las fantasías extravagantes queden circunscriptas en su propio terreno.  No es la irreverencia lo que molesta, es por el contrario la seriedad con que se la toma. Si el humor irreverente es una herramienta efectiva para establecer perspectivas filosas sobre hechos graves, la solemnidad en cambio flirtea peligrosamente en los límites de una complicidad involuntaria.

Entre la elegía, la nostalgia y la cita

Por otro lado, no es posible dejar de pensar a Hunters como parte de una dudosa ola “nostálgica” que se ha terminado de imponer en el cine de 2019. Guasón (Todd Phillips), El irlandés (Martin Scorsese), y Había una vez en Hollywood (Quentin Tarantino), los grandes tanques del año pasado, cada una de ellas de distinto modo y desde distintas perspectivas, establecen una mirada romantizada sobre formas del cine ya, para bien o para mal, anacrónicas. Entre la elegía, la nostalgia, la cita y la conciencia del fracaso, esas películas miran hacia un pasado del cine que parecen postular como brújula, sea el cine clase B, el cine de gangsters, o el cine autoral norteamericano de la década del 70. Salvo el caso de El irlandés, que incluso en su mastodóntica inconsistencia propone una autorreflexión interesante con vistas al futuro, el resto de esas películas se queda un poco estancada en un revisionismo ornamental, vacuo, o incluso dudoso. Hunters, por su parte, en sus vaivenes entre la irreverencia pulp y la solemnidad de los grandes discursos, se suma a esa lista, pero profundizando incluso un regreso a los pastiches de los 90, ese reciclaje de géneros y referencias ejecutado sin distancia crítica, ya sin nostalgia ni intención paródica, con una levedad que a veces resulta simpática, pero que muchas veces no llega ni a eso.

Un cierto encanto

Más allá de las discutibles críticas a las libertades asumidas en relación a los hechos históricos, y más allá de esta posible pertenencia a la arremetida cinematográfica de una  nostalgia sin consecuencias, ¿qué se puede rescatar en las singularidades de Hunters? Cabe decir, en principio, que a pesar de las observaciones realizadas, todas ellas muy puntuales y discutibles, la serie no deja de tener un cierto encanto. Cuando no es solemne, divierte. Cuando no esgrime discursos serios y se focaliza en sus aspectos más lúdicos, resulta atractiva en su levedad sin pretensiones. Algo que está evidentemente demás es todo lo referido a los flashbacks que representan los campos; allí se encuentra la parte que banaliza la atrocidad del acontecimiento histórico. Todo eso realmente es una molestia. Pero el verdadero foco es su espíritu festivo clase B, esa irreverencia hecha de citas que, para quien guste de ella, puede atraer y divertir con una cierta dinámica. Allí el curioso grupo de cazadores liderado por Meyer Offerman (“inversor millonario, conspirador y justiciero”), y que incluye a la “hermana Harriet”, a un maestro del mimetismo, a una activista del Black Power, y a un ex combatiente de Vietnam, a los que se suma el “joven cerebrito”, protagonista del relato, que parece ir en camino de convertirse en una suerte de superhéroe. No es mucho realmente lo que ofrece Hunters, citas, referencias, espíritu irreverente, y mucha indecisión a la hora de tomar partido. Hace unos cuantos años hubiese tenido otra presencia, pero hoy, en cierta medida, se vuelve un ejercicio blando de citas que citan otras citas. Allá por los 80, el crítico y teórico Frederic Jameson reconoció a ese ejercicio como un “pastiche” postmoderno. Hoy, más de 30 años después, tal vez no tenga nombre ni sentido.

Comentarios