Ciudad

texto de un egresado de 1970

Homenaje a una amistad y a los muros que la promueven

Edgardo vive en Funes. Se recibió en la escuela de Ayacucho y Pellegrini en 1970. La mística de la escuela lo alcanza y lo escribe


Vive en Funes, es vecinalista, cursó la secundaria en el Instituto Politécnico y escribir es la mejor manera que encontró para recordar a los ex alumnos de la escuela fallecidos en Nueva York.

Su homenaje es para las personas pero también para el ámbito donde construyeron una amistad que contra viento y marea persistió más de tres décadas y hubiera seguido. La que trascendió las viejas paredes de Ayacucho y Pellegrini pero cuya persistencia también se explica porque nació allí, en ese colegio dependiente de la UNR. Se llama Edgardo Juárez, egresó del Poli en 1970 y lo que sigue es su texto:

 

Polipibes. La comunidad silenciosa

Cuando adolescentes de 12-13 años eligen cursar el secundario en el Poli, imaginan que cumplirán con un sueño. Cierto es que algunos quedan en el camino. Descubren un mundo de exigencias cotidianas que muchos no están dispuesto a cumplir.

Los muchachos y chicas que cursan hasta el final van descubriendo paulatinamente las exigencias del mundo real.

Muchos sienten rechazo al tránsito por los talleres de oficios , algunos de los cuales han caído casi en el desuso. Pero es allí donde se templa el carácter, donde se forja la personalidad , donde se modela un proyecto de vida, donde se construye una actitud. Parecen metáforas de los materiales que aprenden a modificar, a moldear,  pero no. Que a los quince años una niña o un muchacho empuñen cada semana una lima y den forma a un trozo de metal bajo exigencias planificadas de total precisión no es una metáfora. Es parte de un programa que poco o nada tiene de casual.

En las aulas se alterna con un intenso paseo por materias humanísticas y claro, un progresivo desafío en las matemáticas ,física y materias técnicas  de cada especialidad.

El antiguo Industrial Superior de la Nación, el actual Politécnico, siempre dentro de la órbita de la Universidad Nacional de Rosario, a fines de los 70 estaba bajo la conducción del ingeniero Arquímedes Bolis, quien fuera director en los años de cursado de quien suscribe estas líneas.

A pesar de los vaivenes del país y de los múltiples intentos de bajar los niveles educativos, el Poli continuó con su tradición de excelencia.

No fueron menores los impactos de las transformaciones de la era digital, pero allí estaba el antiguo instituto dispuesto a adaptarse a los nuevos grandes cambios.

Los que tuvimos la fortuna de pasar por sus claustros no nos ponemos de acuerdo. Muchos afirman que cursar ya era un disfrute. Otros, por el contrario, afirman haber descubierto después de egresados las bondades de la formación adquirida. Todos coincidimos en que de ninguna manera fue o es la pretendida tortura con la que ajenos a la institución describen el tránsito por la misma.

Además de la exigencia educativa, había tiempo para el deporte, los viajes y las celebraciones. Los veteranos recordamos claramente la fiesta bailable llamada La manzana de Adán,  de enorme convocatoria  en los 60/70. Y los viajes de estudio que se solventaban con el trabajo de todos los asistentes al instituto.

La convivencia en el mismo edificio con las facultades de Ingeniería y Arquitectura  generaba intensas inducciones a continuar carreras técnicas. Pero muchos han optado por Medicina, Odontología , Psicología o simplemente abordar el desafío de enfrentar la vida con las herramientas de las tecnicaturas.

La vida nos da a los egresados el enorme placer en descubrir al otro…..al que también cursó en el Poli, al polipibe. Se descubren acuerdos tácitos cuando se generan estos encuentros ya sean sociales o profesionales. Y es que el Politécnico genera en sus alumnos, sin jamás enunciarla, una cofradía silenciosa, una pertenencia que tiene que ver con la experiencia compartida. No importa a que generación se pertenece: se es egresado del Poli y punto.

Cada promoción genera grupos, camadas, tribus de distintos tamaños que perduran en el tiempo, que no se extinguen. Porque un lazo de particular de amistad los une, los vincula.

Nombrar una sola figura de los forjadores de tamaño proyecto educativo es en mi caso homenajear a todos los que tuve el gusto de tener de profesores y a los que continuaron con el mismo espíritu semejante labor de excelencia.

Este breve repaso de la querida escuela es apenas un simple homenaje a los compañeros caídos en Nueva York. Enormes personas que celebraban algo que millones de individuos que se solidarizan frente a la tragedia no entenderán en profundidad. Es la amistad, esa, enorme, que los llevó tan lejos a celebrarla.

Un imbécil reclutado sin saberlo por uno de tantos algoritmos criminales que pululan por la red los sacó de un disfrute que le fue y le será negado por su condición.

Prefiero pensar que cinco hermosas almas , vibrantes, felices, celebran la vida que tuvieron sentados en un maravilloso taburete que hicieron ellos mismos en el primer año de cursado en la maravillosa escuela, y allí canturrean la noble e ingenua hurra  de la escuela. La que calienta las gargantas y el espíritu en cada celebración: Chumba, caracachumba, caraca rá, rá, rá… shhhh.

Todos los recordaremos eternamente. Nadie los olvidará. La cofradía silenciosa abraza sin límites a los sobrevivientes.

Edgardo Juárez

Promoción 1970 del Politécnico

DNI 8.599.954