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Herrero: una música que se siembra

Calidez, sensibilidad, entrega, fueron el condimento para las canciones que Liliana Herrero versionó, y que integran su CD Este Tiempo, encarnadas en una musicalidad de alto nivel.

Por Juan Aguzzi.

Foto gentileza La Capital

Una inusual velada musical es la que tuvo lugar el viernes por la noche en la sala Lavarden con la presentación de Liliana Herrero y su formidable cuarteto Nueva, integrado por Ariel Naón en contrabajo, Mario Gusso en batería, Martín Pantyrer en vientos, y Pedro Rossi en guitarra. Expresiva, cálida y dueña de un don especial para transmitir sensibilidad, Herrero vino a mostrar Este tiempo, su reciente disco donde versiona a una serie de grandes autores argentinos y uruguayos.

Un silencio expectante del público, que poco a poco fue llenando el teatro, fue el tapiz para que la cantante entrerriana hiciera los primeros fraseos vocales en lo que sería un concierto casi íntimo, de mucha comunicación musical y con un afecto de ida y vuelta donde la sonrisa de La Negra y sus relatos acerca de las composiciones fogonearon un clima de encanto. Una silla naranja al medio, una copa de vino y otra de agua en una banqueta fueron seguramente para la cantante un modo de “sentirse en casa”.

Puede decirse que el recital comenzó a calentarse a partir de “Abc”, un tema del murguero uruguayo Pitufo Lombardo, que integra Este tiempo y al que Herrero le pone la cadencia corporal justa, meciéndose suavemente mientras su voz entona esas estrofas callejeras y montevideanas; un poco después Herrero explica que Juan Falú, su compañero de ruta en discos y escenarios, compuso una canción para Fada, su hija, que lleva un título homónimo que en árabe significa “plata”, el metal precioso, y que la canción surgió cuando la joven, siendo casi niña aún, confesó a su padre que nunca encontraría un amor. El tema, delicado y encendido, de compases suaves pero enfáticos sugiere a esa mujer que fue niña, que a la vuelta de la esquina encontrará el amor. “Fada” también integra el nuevo disco, del que Herrero y su banda moldearon todos sus temas con gracia, como la tripulación de un navío cuyos remos son las notas que desgranan en un tono cada vez más lúdico. Además de su voz, única en el candelero de las cantantes de música popular, hay una particularidad en Liliana Herrero, y es la posesión física que hace en cada interpretación: el balanceo de sus brazos, sus tenues quiebres de cadera, todo su torso que acompaña los quiebres armónicos, una entrega que no sólo abreva en el alma de cada canción, sino a las que le pone el cuerpo.

Después vendría “A puro fierro”, una hermosa milonga del tucumano Pepe Núñez, a la que la Negra introdujo un tono humorístico narrando el episodio que la disparó: tres herreros que fueron a colocar una reja en la casa del compositor en Tucumán, el Chueco, el Coya y el Adolfo, y que en vez de la semana que debía haberles llevado, les ocupó siete meses ya que las empanadas, el vino y los asados “demoraron” la faena. Se trató de una milonga muy sentida que habla de un tiempo que se extiende y envuelve a los hombres, una milonga en la que se destacaron los voluminosos acordes de la guitarra mientras Herrero cantaba “…me quedo con ustedes así no muero”.

“Dulzura distante”, del uruguayo Fernando Cabrera, dio pie a que la cantante expresara lo que la sala Lavarden significaba para ella, ya que en ese recinto muchas vivencias le hablaban. Una de ellas, recordó, fue cuando luego de un concienzudo ensayo con Juan Falú y del que el guitarrista dijo que había resultado maravilloso, la guitarra del folclorista voló haciéndose pedazos y causando no pocos inconvenientes, a la hora del concierto, cuando fue imposible reemplazarla. “Dulzura distante”, que goza de una exquisita armonía, fue arrobada por los vientos de Martín Pantyrer, las tonadas percusivas de Marios Gusso y ese contrabajo arremetedor que tan bien sostiene Ariel Naón.

Antes de arrancar con el sugestivo “Un punto solo en el mundo”, de Diego Schissi, La Negra sugirió que se debía guardar en los corazones –que todos debíamos guardar– un lugar para las voces nuevas argentinas, que las había y muy valiosas y que todavía no encontraban un escenario. A esa altura, el concierto era atravesado por una comunión de escuchas atentos que no perdían palabra y que cada tanto alentaban ¡Bravo Negra!, algo nada fácil de ver en los recitales, más allá de los géneros y los artistas; en todo caso el hábito responde a algunas voces discordantes que piden temas o buscan la ocurrencia con la frase fácil. Todo esto entonces, aquí apareció desterrado, sin posibilidades de invocación, y allí La Negra tuvo mucho que ver, su respeto por el público, su humildad, su sinceridad sin remilgos se hacen casi físicos, y eso la gente lo siente.

Cuando entonó los primeros acordes de “Oración del remanso”, Herrero paseó una gran linterna de mano por la platea y las bandejas del primer piso para ver las caras de su público. Luego se acercó al proscenio y se sentó en una punta. La luz de la linterna pareció funcionar como una invitación para que la gente entonara el estribillo de uno de los temas más hermosos e ingeniosos de Fandermole; así siguió La Negra su versión, más lenta y zigzagueante y con una cadencia que le daba nuevos aires. Ya para “Laurel”, un rítmico bailecito compuesto por Juan Falú y Jorge Marziali, Herrero se trepó a la silla –algo que haría varias veces–, con su rodilla apoyada en el asiento y moviendo su cuerpo mientras dialogaba con las punteos de su guitarrista, sostenido de cerca por el paneo de palos y escobillas de la batería. Luego, La Negra se arrodillaría sobre el escenario en el tramo final de “Confesión del viento”, donde zapó en una diversidad de registros, con susurros incluidos, al tiempo que fraseaba “…el viento me contó cosas que siempre llevo conmigo…”.

Entre la “banda” de uruguayos a los que Herrero interpreta está el Negro Rada, de quien hizo “Austral”, también de Este tiempo, un tema con una letra áspera y sentida y del que la cantante cuenta que el morocho del país vecino le espetó: “…no lo cantes que es muy triste…”. Pese a esa advertencia, La Negra consiguió imprimirle una tonalidad entrañable.

Siguiendo la línea de los temas de los rioplatenses orientales le tocó el turno a Jaime Roos, autor que por primera vez entra en el repertorio de Herrero. Como no podía ser de otra forma, tomó una canción-candombe, “Tema del hombre solo”, a la que adaptó en otro tiempo musical respetando la singularidad característica que identifica a su autor.

Ya sobre el final, y empapada del aire compinche que eclipsó la noche y la relación de la cantante con su público, Herrero expresó que se subía al escenario “para promover con su canto la idea de que era hora de desterrar las injusticias padecidas todavía por muchos argentinos, la precarización laboral y las formas horribles de la explotación del hombre por el hombre”, toda una declaración de pensamiento antes de encarar “Se me va la voz”, de Guillermo Klein, a la que puso al servicio hasta el propio aire que respiraba con tonos que sonaron increíbles.

El cierre con “Bagualerita”, un tema que le regaló Spinetta y que Herrero volvió precioso, y la impresionante versión de “Tu nombre y el mío”, de Lisandro Aristimuño –mientras su pequeña nieta estiraba los bracitos y aplaudía en los brazos de su madre a un costado del escenario en el primer piso– fueron la coronación a todo fuego para un concierto que resultó de los más vívidos y sensibles, hecho para que perdure porque tuvo la intensidad de una siembra.

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