Sociedad

Gordofobia

“Hazte un chequeo, hazte un chequeo”: Una rutina incómoda


Por Romina Sarti*

La Dra. Juguetes insiste con su canción pegadiza “hazte un chequeo, hazte un chequeo”. Este dibujito animado de Disney, donde la protagonista es una niña con un estetoscopio mágico que se comunica con juguetes, es la Dra. que diagnostica y quita la dolencia al juguete dañado. Una forma de estimular que las infancias pierdan el miedo a los controles médicos. La doctora es dulce y comprensiva y no entiende de los miedos, ansiedades y preocupación, que pueden generar estudios de rutina (sobre todo en las personas gordas).

Después de 9 años volvimos a la ginecóloga, sí, los puristas de la salud ya nos han condenado por la gordura, ahora también será por esto (nos declaramos culpables). Hay una tradición, costumbre, hábito que, cuando vamos al médico (o a la peluquería, o a comprar zapatos, o a hacer un trámite), siempre sale el tema dieta, gordura, actividad física. Quizás sea un metamensaje para nosotros (sí, lo es), pero quizás es un tema demasiado instalado en la sociedad (el edulcorado y cuestionable concepto de autocuidado, una suerte de meritocracia de la salud, otro día hablaremos de eso).  No, Carla nuestra ginecóloga no nos va a decir que tenemos que adelgazar, nos va a invitar una birra (pero por acá no tomamos más que Fanta). Entonces, ¿dónde radicaba nuestro temor de situaciones potencialmente gordofóbicas? La preocupación es en relación a un mobiliario accesible, orientado al diseño universal y respetuoso de las diversidades corporales, en particular de las cuerpas gordas.

Para quienes no lo saben, cuando te hacen un papanicolau, no sólo tenés que estar sin ropa interior, sino que debes sentarte en el borde de la camilla, apoyando los pies en unos cosos creados adhoc, abriendo bien las piernas. El procedimiento es simple.

El médico introducirá con cuidado un instrumento llamado espéculo en la vagina. Este mantiene separadas las paredes de la vagina para ver fácilmente el cuello uterino. La introducción de este artefacto puede provocar una sensación de presión en la zona pélvica. Luego, el médico tomará muestras de las células cervicales con un cepillo suave y un dispositivo plano para raspado llamado espátula. Esto generalmente no causa dolor. (ver)

Si bien puede considerarse una situación incómoda, más bien por el pudor del paciente, es una práctica súper habitual a la que las y los profesionales de la salud están acostumbrados.

Llegamos al consultorio, nos anunciamos en recepción y nos mandaron por ascensor al primer piso. Hubiéramos ido por escalera, pero por algún motivo seguimos las ordenes de la secretaria. En la sala de espera unas sillas modernas, blancas, tipo danensas, con tres patas, unos apoyabrazos y nuestro culo. Acostumbradas al cálculo, medición y precisión de estacionar nuestras dimensiones rotondas en espacios complejos, nos sentamos encarando de forma angular para poder calzar toda la cadera. El peso de cuerpo, distribuido un poco sobre la silla y otro poco sobre nuestras piernas, pretendía evitar el posible hecho fatídico de caer desplomadas al piso. Se abre la puerta del consultorio e ingresamos al mismo: Sarti 1 – Silla Danesa 0.

Ya en el consultorio teníamos que enfrentarnos al miedo mayor: el “willy” de la camilla. No, no tenemos miedo al resultado, ni al espéculo frío, ni a abrirnos de gambas, ni a nada vinculado al procedimiento (así de alienada estamos).  El miedo es que la camilla no resista, que el peso de nuestra cuerpa en la punta levante el lado contario de la misma y, como subibaja, terminemos pisteando con las gambas abiertas muertas de la vergüenza. No pasó. La camilla resistió: Sarti 1 – Camilla 0.

Chau la ansiedad. Toda una noche sin dormir pensando en ese momento y no sucedió nada. El alivio duró poco. La ginecóloga, a sabiendas de nuestros dotes escapistas, aprovecho nuestros 44 otoños para bombardearnos a exámenes de lo más variopintos. La odiamos fuerte. Salimos con el amargo dulzor que no hubo “willy” pero se venía una caterva de estudios que pondrían en tensión a nuestra cuerpa, a nuestra mente, a nuestras emociones.

Los análisis de sangre nos bajan un poco la presión, igual es contradictorio, ya que tenemos una interesante cantidad de tatuajes. Creemos que “El Pela” podría dedicarse a extracciones de sangre con total tranquilidad, sus agujas lejos de doler, hacen magia. El laboratorio era accesible, en 5 minutos estábamos afuera, no hay vencedores ni vencidos. Empate.

El problema era todo lo otro, el toco de papelitos con letra ilegible que nos había mandado a hacer Carla: ecografía de esto, de lo otro, del más allá, mamografía y bla bla bla.
Nunca nos habíamos hecho nada de eso (pues miedo y paja), pero nos entregamos a lo inevitable y, como pacientes padecientes, caímos con la bolsita llena de papeles que decían qué había que hacer y por qué. La imaginación estaba en la cresta, y la ansiedad alimentaba historias de lo más verosímiles.

Mamografía

Llevamos puesta una musculosa pensando que evitaríamos estar en bolas frente a quien nos atendiera (risas). Tetas al aire y entregadas a las manos de una profesional que fue muy gentil, pasamos buen rato tratando de hacer una revisión que incluyera toda la superficie mamaria. No fue fácil, el aparato está creado para una teta promedio, no es el caso. Sin embargo, el profesionalismo de la Doctora, nos hizo sentir relajadas frente a una situación incómoda. Sarti 1 – Doctora 10 – mamógrafo 0.

Ecografías

Eran muchas las que debíamos hacernos. Pasamos a un consultorio del fondo, una doctora y una pasante nos invitaron a cambiarnos a un cuarto privado, donde encontraríamos batas para cubrir nuestra desnudez. Nos reímos pues recordamos a Homero y su culo al aire con la bata hospitalaria. Así de iguales a él. Otra vez camilla, otra vez temor al “willy” y a la peor de todas las ecografías: la de panza. Siendo gordas y entendiendo que una ecografía de abdomen es para ver los órganos internos, supusimos que habría comentarios respecto al peso, a la dificultad de ver nuestro interior, etc. etc. Para nuestra sorpresa la Dra. dice listo!, es una maravilla como se ven tus órganos!. Entre el shock y la risa le preguntamos cómo es posible ver con esta panza enorme. Respondió con total naturalidad, no depende si sos gordo o flaco, a veces los órganos se ven y otras no, depende del cuerpo y no del tamaño. Una sorpresa grata nos invadió y finalmente bajamos la guardia, esa guardia que aprendimos a subir cada vez que tenemos que enfrentarnos a situaciones de discriminación, de opresión o de violencia respecto a nuestra corporalidad. Sarti 1 – Doctora 10.

Salimos aliviadas, contentas y esperanzadas; algo está cambiando, algo está cambiando. En la parada del 133 se nos acerca una vendedora ambulante, medio mística, medio gitana, medio chamuyera, nos quiere vender un pack de 6 pañuelos a $600 mangos. Imposible, tengo sólo $100. Se los compro, me saluda y me dice, esos 20 kilos que tenés de más se los lleva Dios al fondo del mar. No hicimos más que reír.

***

*Licenciada en Ciencia Política (UNR), gorda, aprendiz de las diversidades en todos sus niveles docente de Problemáticas de la Discapacidad en Tecnicatura de Acompañante Terapéutico y de Sociología de la Discapacidad en la Lic. En Órtesis y Prótesis de la Universidad del Gran Rosario (UGR). Colaboradora en “Tu mejor golpe”, programa radial Wox 88.3 con la columna “Cuerpas mutantes”. Siempre rockera, o como diría mi amiga Berni, laRomiPunk.  IG: romina.sarti

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