Ciudad

“Hay que estar con la gente”

Por Paola Cándido.- Integrante de la congregación Maristas, el español Demetrio Espinoza cuenta la labor cotidiana de asistencia a niños en el barrio La Boca, ubicado en el distrito Oeste de la ciudad. Allí, levantaron un colegio y realizan un fuerte trabajo con vecinos.


Demetrio Espinoza nació en Burgos, una ciudad situada al norte de la península ibérica en 1947. En 1965 llegó a Luján, ciudad de la provincia de Buenos Aires, consagrado como hermano Marista, una acreditación religiosa con votos de castidad, pobreza y obediencia pero sin una orden. El español armó una congregación religiosa que se extendió por todo el mundo: son cuatro mil hermanos en más de 70 países y con la ayuda de personas no religiosas, atienden unos 500 mil jóvenes en todo el mundo. Demetrio llegó a Rosario en 1987 y cuenta a El Ciudadano cómo asomó su vocación, el día a día de un accionar solidario en barrio La Boca, detrás de la conocida Villa Banana en el distrito Oeste.

—¿Cómo surgió su vocación?

—En España los sacerdotes y religiosos recorrían los pueblos buscando familias cristianas y le preguntaban al cura del pueblo por los referentes con autoridad moral. Mi papá era secretario de la municipalidad y así llegaron a mi casa. Él tenía un cargo de carrera y era una de las autoridades reconocidas de la ciudad. Así empecé. Tenía muchos compañeros, hacíamos campamentos, actividades deportivas, entre otras. En el seminario te explicaban cómo era el funcionamiento con libertad. En un momento determinado hice el noviciado que dura un año y se estudia la vocación desde el punto de vista psicológico y humano. Se renuncia a formar familia y tener hijos en aras a un ideal y yo sentí ésta vocación.

—¿Qué es ser un hermano Marista?

—No estamos ordenados, no tenemos el sacramento del orden que habilita para dar una misa y confesar. Esos son los curas. No es una jerarquía inferior sino que son diferentes vocaciones. Lo nuestro es una consagración religiosa con votos de castidad, pobreza y obediencia: el celibato, todo lo que conlleva una vida célibe con los compromisos y dificultades que implica. Uno trata de llevarla lo más elegantemente posible en este mundo que no es fácil para nadie. No soy sacerdote.

—¿Cómo llegó a Rosario?

—Hice las equivalencias de estudios y me recibí de maestro normal nacional. Estuve en Buenos Aires y en 1989 llegué a Rosario. Los hermanos Maristas nos dedicamos a la parte educativa y a los tres años comencé a dar clases en el colegio Marista. La intención del fundador, Marcelino Champagnat, era atender a los más necesitados y decidimos hacer un emprendimiento en una zona de la ciudad. Fue en barrio La Boca, ex estación Triángulo y empezamos con distintos emprendimientos.

—¿Cuáles eran las principales necesidades?

—Todo empezó en la década del 90. Había un gran porcentaje de personas indocumentadas: tucumanos, paraguayos, chaqueños, correntinos; y comenzamos a trabajar en eso. Además había personas que brindaban horas de voluntariado en los dispensarios, ropa, apoyo escolar, abogados para situaciones de confrontación. No había agua potable, ni escuela, ni comedor.

—¿Cómo surgió la construcción del colegio?

—El barrio necesitaba uno y de a poco se fue construyendo, se llama “Marcelino Champagnat”, por el fundador del colegio céntrico. Tiene nivel inicial, primario y secundario. Soy director general de la escuela y representante legal. En total son 600 alumnos, desde jardín hasta el nivel secundario. El cuerpo directivo, los maestros y los profesores poseen un gran compromiso social. En algunos casos, hay alumnas de 7º grado en adelante, que ya son madres y se consiguió, por parte del gobierno, que nos reconocieran una salita maternal para que sigan su escolaridad. Son aproximadamente diez chicas que lo toman con naturalidad. Acá la gente opta por la vida, el aborto no es un tema instalado. Además tiene servicio de orientación escolar, psicólogas, psicopedagogas y trabajadoras sociales.

—¿Cómo funciona el comedor?

—Se les da a los chicos el desayuno, el almuerzo y la merienda. Algunos no vienen desnutridos pero sí flojitos, y se nota. Por día vienen alrededor de 200 chicos. Los viernes hay pollo asado y el número aumenta. Es el plato estrella. También hacemos pan con la harina que dona la empresa Cargill. Desde el gobierno se envían partidas económicas que se traducen en una cantidad de raciones para los chicos. Pero no alcanza. Lo completamos nosotros, el colegio Marista y las familias aportan su granito de arena.

—¿Qué opina del aborto?

—Hay que evitarlo bajo todo punto de vista. Hay que llevar la gestación adelante por más dramática y dolorosa que sea la situación. Hay que diferenciar la vida de la madre, y la vida del feto, que es una vida. No soy nadie para condenar. Quien está en una situación límite se lo debe aconsejar, acompañar y comprender.

—¿Y de la homosexualidad?

—Lo respeto, no soy un experto en el tema. Considero que son estilos de vidas condicionados por distintos motivos que tienen que ver con lo psicológico, con la crianza. No hay que condenarlo en absoluto. No tengo ningún tipo de juicio desvalorativo, ni mucho menos.

—¿Cuál es su ideal?

—Seguir a Jesucristo. Él nos inculcó valores de su propia vida: hasta donde sabemos fue una vida célibe. Enseñó el valor de la tolerancia, del amor, el respeto y de estar cerca de la gente más necesitada. El rol de una persona consagrada debe ser el buen trato, el diálogo, con las fallas humanas que todos tenemos. Lo más importante no es pertenecer a la institución, sino ser una buena persona y ayudar al prójimo.

—¿Qué opina de la asunción de Bergoglio como Papa?

—Lo conozco personalmente. Es una persona muy capaz, contundente, clara y precisa. Tengo muy buena imagen de él, es un hombre muy firme. Lo bueno del Papa es que no lo tomó muy a pecho, sino que continúa con el mismo estilo. San Francisco de Asís (el santo que eligió como nombre) representa la humildad. Va a ser un cambio para el mundo. El Vaticano es una organización muy compleja. Tiene que poner gente de mucho criterio, de su confianza y forma de pensar. Es un desafío. Va a generar un cambio porque es un estilo diferente. Los papas anteriores, eran muy atados a lo doctrinal, a lo ortodoxo. Está bien pero si lo llevan al extremo no sirve. Bergoglio tiene un lenguaje cercano, usa metáforas y expresiones que la gente entiende.

—¿Cómo se siente en la ciudad?

—Cómodo y feliz. Estoy atento a las necesidades, tanto en lo material como en lo humano de las personas que más lo necesitan. Nosotros estamos por un tiempo en las obras y vamos rotando. Si surge alguna necesidad tengo que ir a otro lado y soy el indicado. Tengo que ir. También puede haber objeciones. Uno hizo votos de obediencia, pero hoy en día es dialogada, no es matemático. La actitud de estar atento a la gente y acercarte, facilita la tarea. Si no, uno es un extraño. Hay que involucrarse con la gente.

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