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¿Hay predisposición biológica del hombre en el altruismo?

Por Antonio Capriotti


cienciadentro

Recientes investigaciones científicas concluyen que el ser altruista hace que el ser humano se sienta bien. Entonces, ¿los seres humanos somos biológicamente altruistas? Según el filólogo y etimólogo español Joan Corominas, el origen de la palabra altruista se la encuentra en el idioma francés, en la palabra autrui, con la cual se hacía referencia a “otra persona”: “los demás”. María Moliner, en su Diccionario de Uso del Español, sostiene que altruismo es la “inclinación a preocuparse del bien ajeno y dedicarle sacrificios o esfuerzos”. Es trabajar por el bienestar de los demás sin buscar recompensa. El mundo ha dado muestras suficientes de personas que, por ser tales, se han situado en el lugar de los emblemas. En un mundo actual, exigente, profesionalizado, competitivo, que resalta el valor de la individualidad y, por eso, fragmentado, el altruismo se ha transformado en un valor escaso.

En este campo se puede ver las diferentes interpretaciones desde la ciencia: Darwin comienza con su teoría de la selección natural, a la que Herbert Spencer interpreta como la prueba científica de que la vida es una lucha competitiva y despiadada donde domina el interés personal y sobrevive el más fuerte. Sin embargo, para el científico ruso Piotr Kropotkin la supervivencia también depende de la cooperación y la reciprocidad.

Más allá de los debates entablados entre los teóricos sociales y los filósofos sobre el tema, nuevos estudios sobre desarrollo infantil y el comportamiento de otros mamíferos, revelan nuevas respuestas a la pregunta ancestral de ¿qué significa ser humano? El significado de la naturaleza humana nos sitúa como animales, a la vez, cooperadores y competitivos. Según el sociólogo Jeremy Rifkin, la primera sensibilidad, la cooperación, es la que está inscripta en nuestra biología. Recurre a un trabajo realizado en bebés de entre 6 y 10 meses en la Universidad de Yale y publicado en Nature en 2007, donde se revelaba que los bebés preferían a las personas que ayudaban a los demás. Los investigadores concluyeron que los bebés ya desarrollan una capacidad de distinguir conductas sociales y antisociales.

Daniel Goleman, conocido en el mundo por su best seller, Inteligencia emocional, describe en “inteligencia social” algunos comportamientos en distintas especies animales que resultan tan llamativos como reveladores:

Una rata de laboratorio suspendida por un arnés en el aire, chilla. Al verla una compañera de jaula se agita como ella y consigue rescatarla apretando una barra dentro de la jaula que opera el mecanismo que hace descender a la rata suspendida del arnés.

Seis monos rhesus fueron entrenados para tirar de una cadena para recibir comida. Cada vez que uno tira de la cadena un séptimo mono a la vista de ellos recibe una descarga eléctrica. Al presenciar esto, cuatro monos tiran de otra cadena con lo cual reciben menos comida. El quinto deja de tirar de la cadena por espacio de cinco días y el sexto durante diez días.

Desde el nacimiento cuando los bebés oyen o ven a otros bebés llorar, lloran. Pero no lloran cuando escuchan la grabación con su propio llanto. Después de los 14 meses no sólo lloran sino que tratan de aliviar el sufrimiento del otro.

Esa conducta altruista podemos observarla en muchísimas especies. Las abejas muestran conductas altruistas para con miembros de su propia especie, pues una de ellas se aventura al exterior del panal en búsqueda de comida y luego viaja nuevamente a su panal para comunicarle al resto dónde está la fuente de alimentos.

En las aves y los mamíferos se pueden ver formas más complejas de altruismo. Cuando un pájaro vocaliza una advertencia al resto de los pájaros en su área, se expone a ser detectado más precozmente por su predador, pero sabe que su llamado de alerta tendrá un beneficio para el resto de los miembros de su especie.

La aflicción solidaria atraviesa a las diferentes especies. Aunque se sabe que existen personas que pueden ignorar el sufrimiento de otra, parece ser que esta reacción reprime un impulso más primitivo y automático de ayudar a quien sufre. Los trabajos científicos encuentran un sistema de respuesta conectado con el cerebro humano, seguramente relacionado con las neuronas espejo.

En su libro Las neuronas espejo, Marco Iacoboni, quien trabajó en Parma junto a Giacomo Rizzolatti, donde identificó por vez primera a las neuronas espejo, relata: “Durante siglos los filósofos quedaron perplejos ante la capacidad que tienen los seres humanos para entenderse. Su perplejidad era razonable: no contaban con casi ningún elemento científico en el que apoyarse. En los últimos 150 años, los psicólogos, los científicos cognitivos y los neurocientíficos sí contaron con ayuda de la ciencia –y en los últimos cincuenta años con muchísimos aportes científicos–. Durante mucho tiempo nadie podía comenzar a explicar cuál era el mecanismo por el que sabemos qué hacen, piensan y sienten los demás. Ahora sí podemos. Existen ciertos grupos de células especiales en el cerebro denominadas neuronas espejo que nos permiten lograr entender a los demás: algo muy sutil. Estas células son los diminutos milagros gracias a los cuales atravesamos el día. Son el núcleo del modo en que vivimos la vida. Nos vinculan entre nosotros, desde el punto de vista mental y emocional”.

Los seres humanos tenemos intereses inmediatos como comer, beber agua, tener relaciones sociales, pero también tenemos valores mediatos (justicia, colaboración). La ciencia intenta explicar por qué existe la cooperación entre los seres humanos, aun cuando esa cooperación no dé una recompensa directa o inmediata. El altruismo se refiere a aquellas conductas que promueven el bienestar de los demás sin una retribución o un beneficio personal.

Facundo Manes es el director del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, y publicó un artículo, “Cognición social y altruismo”, en el que recrea un trabajo de investigación llevado adelante por investigadores de la Universidad de Duke, quienes encontraron una directa asociación entre el altruismo y áreas cerebrales involucradas en la capacidad de percibir como valiosas las acciones de los otros.

Esta condición de reconocer que otra persona tiene intenciones y metas se denomina cognición social; más adelante, agrega: “Los investigadores de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos diseñaron un estudio para evaluar el proceso de altruismo, es decir, ¿cómo es que los seres humanos toman decisiones que benefician a otros? Realizaron la experiencia utilizando neuroimágenes a partir de un modelo de donaciones a organizaciones de caridad. A cada persona le dieron un monto de dinero y le pidieron que tomara decisiones. Primero veían el nombre de la organización y luego debían decidir si donarían parte del dinero. Los científicos observaron respecto de la activación cerebral que cuando la gente donaba dinero se activaban áreas en el sistema de recompensa, donde la dopamina cumple un rol central, muy similar a cuando se recibe dinero, lo que daba cuenta de que ayudar a una causa resulta placentero, nos hace sentir bien”.

Técnicas de neuroimagen

Las técnicas de neuroimagen permiten ver imágenes en vivo del sistema nervioso central en general y del cerebro en particular.

El desarrollo en la década de 1970 de la Tomografia Axial Computarizada (TAC) del cerebro y del sistema nervioso central supuso un gran avance para las neurociencias. Por primera vez se pudo observar el cerebro humano en vivo mediante una reconstrucción de imágenes obtenidas con rayos X. A finales de la década de 1980 empezó a utilizarse una técnica más avanzada, la Resonancia Magnética Nuclear (RMN), que tiene la ventaja de una mayor resolución y de no utilizar radiación para la obtención de imágenes.

Más recientemente se desarrollaron los estudios con técnicas de neuroimagen funcional, mediante SPECT, PET y Resonancia Magnética Funcional (RMF). Estas técnicas no son invasivas y permiten evaluar los procesos de áreas y estructuras del cerebro en funcionamiento. Su logro es haber mejorado los criterios diagnósticos de muchas enfermedades encefálicas.

Diferencias entre técnicas de neuroimagen estructural y técnicas de neuroimagen funcional.

Explicado de manera simple, las técnicas estructurales permiten ver un conjunto de “fotos” estáticas del cerebro, mientras que las técnicas funcionales permiten ver un “video”, es decir, algunos de los cambios cerebrales que se producen mientras la persona está realizando una actividad cognitiva.

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