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Hace 45 años, David Bowie daba vida a El Delgado Duque Blanco, su época oscura de música brillante

El 23 de enero de 1976, luego de su incursión del año anterior en un sonido ligado al soul y al funk con el disco "Young Americans", el destacado artista inglés lanzaba “Station to Station”, álbum con el que estrenaba a su alter ego más reconocible y contradictorio y uno de sus discos más notales


El 23 de enero de 1976, luego de su incursión del año anterior en un sonido ligado al soul y al funk con el disco Young Americans, David Bowie lanzaba Station to Station, álbum con el que daba vida a El Delgado Duque Blanco.

Ese personaje es una de sus tantas encarnaciones, en este caso marcado por la fascinación por el ocultismo y el fascismo que atravesaba al artista en ese momento, en una época caracterizada a nivel personal por los delirios místicos producto del abuso en el consumo de cocaína.

La producción, que cerraría la etapa del músico en Los Ángeles, se caracterizó paradójicamente por la brillantez de su música, en una conjunción perfecta entre el estilo de raíces negras experimentado en el disco anterior y algunos indicios del predominio de sintetizadores, la inspiración en el krautrock y una nueva concepción a la hora de componer más cercano a la idea del collage y la suma de capas sonoras, que marcarían su siguiente etapa en Berlín.

La canción que da título al disco sumada a “Golden Years”, escrita originalmente para ofrecérsela a Elvis Presley; “Word on a Wing”, “TVC15”, “Stay” y “Wild is the Wind” son los cortes de este trabajo en donde Bowie consolidaría a la banda que lo acompañaría por varios años, con los guitarristas Carlos Alomar y Earl Slick, el bajista George Murray y el baterista Dennis Davis, como base.

Station to Station surgió en medio de la filmación de El hombre que cayó a la Tierra, de Nicolas Roeg, en donde el músico tuvo a su cargo el papel protagónico, un alienígena altanero y autosuficiente llamado Thomas Jerome Newton, que le aportó la idea para El Delgado Duque Blanco.

La nueva encarnación presentaba al multifacético artista con una fisonomía y un atuendo en donde destacaban el pelo rubio, discretos y elegantes pantalón y chaleco negro, inmaculada camisa blanca y un paquete de cigarrillos que asomaba cuidadosamente del bolsillo.

Ese carácter y esa presencia sirvieron de envase perfecto para el momento personal que atravesaba Bowie, entregado a una llamada “dieta blanca” que consistía en el consumo exclusivo de leche y cocaína; extrañas prácticas de ritos impulsadas por su interés por el ocultista escritor Aleister Crowley y una obsesión por la simbología nazi.

Registrado en “frenéticos diez días” de sesiones, según describió el propio artista, de los cuales tanto él como el resto de los músicos afirmaron “no recordar nada” por el desmedido uso de la cocaína, el disco se posiciona como uno de los mejores en su notable carrera y dejó una huella tan profunda que hasta el día de hoy se sigue utilizando Duque Blanco entre los tantos nombres a los que se apela al aludir a su persona.

El colmo de la puesta en escena de este personaje ocurrió cuando en su gira europea, el músico declaró a la prensa que “Gran Bretaña podría beneficiarse con un gobierno fascista” y definió a Adolf Hitler como “una de las primeras estrellas de rock”. Fue detenido en una aduana por portación de objetos nazis e ingresó en un auto descapotable a la estación Victoria de Londres haciendo el saludo nazi.

Poco después, Bowie eligió Berlín como nuevo lugar de residencia en donde logró morigerar su consumo de drogas, abandonó por completo su fascinación por el nazismo y el ocultismo, y puso en marcha una nueva etapa que marcaría un nuevo rumbo musical y conceptual en su carrera.

Con el paso del tiempo, el artista se excusó por el comportamiento en aquellos años en Los Ángeles, los atribuyó al uso desmesurado de drogas y llegó al punto de expresar que esa ciudad estadounidense “debería desaparecer de la faz de la Tierra”.

Sin embargo, esa etapa que mostró a un Bowie intoxicado a nivel químico y mental, por un personaje al que él mismo calificó más acá en el tiempo de “detestable”, dejó como saldo uno de los mejores discos, no sólo de su carrera ni de la década del 70, sino también en la historia del rock a nivel planetario.

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