País

Opinión

Guerra de Malvinas: el lugar y el momento donde no se debe volver

La dictadura comenzaba una escalada bélica con el Reino Unido sin medir la magnitud de los hechos, ni las consecuencias que vendrían de la mano


Ignacio Gutierrez Brondolo

Viernes 2 de abril de 1982. Fin de una semana fuerte, en la que las noticias principales de todas las tapas eran el combativo reclamo de la CGT y el ahogo al que se sometía a los trabajadores mediante un modelo que estaba en su punto de madurez extrema. En otro orden, los diferentes sucesos que se suscitaban en el Atlántico Sur. Una saga de 10 días que comenzaba con la noticia de que la empresa Ford despedía tres mil operarios y el pedido por parte de Estados Unidos para dar un informe sobre desaparecidos. En paralelo, y en términos de unas pocas horas, un grupo de argentinos izó una bandera en Georgias del Sur y cantó el himno, luego se retiraron generando el alerta en el Reino Unido. A partir de allí los titulares centraron la atención en el conflicto diplomático sin poder esconder la gravedad de la situación económica y política. Semana trágica: las fotos de Nicanor Costa Mendez estaban en todos lados y el desplome económico se veía desplazado al segundo lugar en el top ten de noticias. Casi planteado como un éxito al mejor estilo rating televisivo, Malvinas atraía la atención popular y generaba un valor agregado: la unión de los argentinos en un tema que tocaba el más profundo sentimiento patriótico. De este modo, y ante lo insostenible de la situación política (en el medio se evaluaba terminar el estado de sitio y convocar a la reorganización de los partidos políticos), la junta militar adelanta sus planes y decide la recuperación, por medio de la fuerza, de las Islas Malvinas.

“Estamos ganando”

El viernes 2 de abril, la decisión estaba tomada. En la hostil medianoche malvinense comenzaban los operativos de recuperación para consumar un hecho que no dejaba de sorprender al mundo: Argentina recuperaba por la vía armada las Islas Malvinas. La dictadura comenzaba una escalada bélica con el Reino Unido sin medir la magnitud de los hechos, ni las consecuencias que vendrían de la mano.

En adelante, y por el tiempo que duró la guerra el clima sólo fue de arenga permanente, a través de mensajes patrióticos que apelaban a calar profundo en el sentir nacional y despertar un clima de unión entre los argentinos. Militares y medios de comunicación centrales conformaban el tándem que ponía a un país en vilo y hacía ilusionar a un pueblo con que las Malvinas volverían a dominio nacional tras la rendición británica. En cada conmemoración resuena sobre las y los argentinos aquel “¡¡¡Estamos Ganando!!!” con que titulaba la revista Gente para recordarnos como se sostenía una mentira a partir de una ilusión. Más allá de la distorsión de la realidad que busca este tipo de construcciones falsas (fake news tan utilizadas por aquellos tiempos aunque no conocidas con esa denominación), lo que debemos preguntarnos es ¿por qué? Por qué creímos que una guerra nos traería una solución, por qué pensamos que realmente Argentina iba a poder reparar 150 años de injusticia por medio de las armas. Quizás debiéramos, entonces, buscar la respuesta en “la caja boba”.  La cultura mediática del siglo XX nos ha impuesto a través de películas y series, entre otras expresiones, que una guerra se vive como una contienda donde sólo hay ganadores y perdedores, donde está en juego el honor de una Patria y el patriotismo mismo de los soldados, haciendo a un lado los flagelos más fatídicos a los que se somete un ser humano y la atrocidad que supone un conflicto armado.

A donde no se debe volver

Es a partir de allí, donde la peor y más nefasta de las nefastas dictaduras que azotaron nuestro país hizo mella para engañar a todo un pueblo. Mientras “estábamos ganando” funcionaban grandes recitales, 24 horas por Malvinas y demás actos solidarios porque aquellos soldados combatían noblemente en el sur de la patria contra el enemigo imperialista. Si hasta el mismísimo 14 de junio el diario Clarín tituló: “Bombardeo sobre las avanzadas británicas”, dejando incluso en segundo plano el fallido debut de la selección en el Mundial de España ante Bélgica por 1 a 0. ¿Cómo pudo ser posible que al día siguiente la noticia hubiera sido la negociación y retiro de las tropas argentinas?

De allí en adelante, las horas más difíciles se vivieron con absoluto silencio y ocultamiento, el mismo que utilizaron para esconder a nuestros soldados. De allí en adelante, nada más se supo. Treinta años tuvimos que esperar para conocer las atrocidades que la dictadura cometió durante la guerra. Treinta años escondiendo nuestros soldados, utilizando cada 2 de abril como una mera fecha para recordar que alguna vez existió una guerra, y que un trozo de tierras que nos pertenece está allá, en el sur. Hace algunos años las consignas cambiaron, la memoria nos ocupa para construir futuro con dignidad, solidaridad y sentimiento. Y aunque hoy, viejos fantasmas sobrevuelen en torno a prácticas del pasado que pretenden instalarse y sostenerse, nada volverá a ser como antes. No se puede arrancar la memoria, no al menos a quienes luchan por conservarla. Desde aquel viernes 2 de abril de 1982 y hasta el 15 de junio, cada página, cada mensaje, cada arenga que se lea, cada imagen audiovisual que se recuerde, traerá consigo el espíritu de engaño, la crueldad de la dictadura, lo atroz de la guerra, y también el reflejo a donde no se debe volver.

A un viernes 2 de abril de 1982. Aquel día en el que un puñado de compatriotas quedaron y no podrán volver.

Grupo de estudios sobre Malvinas. Escuela de Relaciones Internacionales. Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, UNR

Comentarios