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Historias de boxeo

Gladiador del ring: Abel Cachazú, un campeón humilde

Es uno de los referentes del deporte de los puños. Sus recordadas peleas con Ramón La Cruz marcaron una época.


Vecino del barrio Pompeo, en la ciudad bonaerense de Lanús Oeste, Abelardo Albino Cacagüi era uno de los cuatro hermanos de un matrimonio italiano que buscó “hacer la América” en la Argentina. Corría la década del 40. La de “Oro del Tango” y la de muchas miserias y sufrimientos para los laburantes. Al morir su padre, la madre se puso al frente del hogar y él se fue a vivir con una tía: Amelia Evangelista. Una boca menos, pensó al irse. Desde los doce años modeló su físico en diversas tareas. Una fundición y una fábrica de balancines lo encontraron en trabajos pesados y de esfuerzo. Cargando cajones de huevos y frutas en el Mercado de Parque Patricios, conoció a Rafael Nicotra. Este encuentro le cambió radicalmente la vida. Fue su primer maestro en el boxeo. Actividad que lo atrapó inmediatamente. Un trabajo en la Empresa de Electricidad de Buenos Aires le dio la tranquilidad y tiempo para concurrir diariamente al gimnasio. Acompañado de su hermano Luis Emilio, empezó a pensar y entrenar seriamente en el club Marplatense de Lanús. Lo asistía Silvio Frías, en una relación que se extendió entre 1961 y 1970.  Luego lo atendió en su rincón Osvaldo Cavillón, tan cabrero y discutidor como reconocido entrenador de enormes figuras. Su nombre real le dejó paso al que lo distinguiría en el boxeo: Abel Cachazú. Su carrera no conoció de peleas elegidas. En aquellas épocas no  se armaban trayectorias. Se peleaba con el que llegaba. Con el que pedía la gente. Por lo general los mejores. Debutó como rentado el 23 de febrero de 1962 noqueando en un round a Antonio D’Acosta. Boxeador áspero, curtido en las batallas del rigor y del coraje. Cumplió 70 peleas profesionales, con 46 victorias (25 definiciones por nocaut), 13 derrotas y 11 empates. Doce años enfrentando a todas las figuras del momento, llenando y siendo figura del mítico estadio Luna Park de Buenos Aires.

“Me levanto a las cuatro de la mañana y voy a correr a la costanera. Me baño y laburo hasta las 13 en la empresa de energía. Después entreno en el gimnasio y llego a mi casa a las 17. A las diez de la noche estoy apoliyando”, explicaba a quien le preguntara como distribuía las horas de sus días.

En 1973, Tito Lectoure y la empresa Luna Park organizaron un certamen que se denominó “Cinturón Amelio Piceda”. En esa competencia, protagonizó grandes espectáculos. Finalmente perdió ante el chaqueño Ramón La Cruz. Con el temible noqueador La Cruz realizó duelos inolvidables. Verdaderos clásicos de la historia del boxeo argentino. Siete choques con cinco victorias para La Cruz y dos para Abel Cachazú.

Ante sus puños desfilaron figuras como Nicolino Locche (tres veces), el tucumano Emilio Alé Alí, Tito del Barco, Walter Kelly, el marplatense Aníbal di Lella, el pampeano Miguel Campanino y Horacio Saldaño, entre otros.

En 1969, Abel Cachazú sufrió tres derrotas consecutivas. Fueron sus verdugos: Esteban Osuna, Miguel Ángel Campanino y Horacio Saldaño, tres figuras relevantes. En ese momento, no pocos fueron los que pensaron que llegaba el final de su carrera. Que ya no estaba para sorprender con otra noche de gloria. El tiempo afirmaría que estaban equivocados.

El último combate lo había gestado su misma decisión. Cambiando el estilo de hombre callado y alejado de las cámaras y micrófonos, salió a provocar para lograr su cometido: “Ese gatito que dice ser una pantera, no quiere pelear conmigo. Tiene miedo”.

La pelea con Saldaño se hizo y explotó el Luna Park de público y entusiasmo. Una ganancia de cinco millones de pesos le confirmó que no se había equivocado al forzar ese combate.

Las tres derrotas al hilo no le hicieron bajar la guardia. No obstante, la idea de colgar los guantes se le cruzaba. Pero el destino le cruzó otra jugada. Su hija de once años de edad le confesó una tarde llorando: “Papá, las chicas en el colegio me cargan, porque siempre perdés con Ramón La Cruz”. Consolando a su hija, Cachazú le dijo: “Decile a tus compañeras que la próxima la gana tu papá. Y deciles, además, que voy a ser campeón”.

Se preparó más que nunca. Entrenó con una idea fija. Una obsesión. Las palabras de su hija resonaban en la cabeza. Fueron impulso y acción. La noche del 4 de septiembre de 1971 el Luna Park exhibía espléndidas sus mejores luces, recibiendo a Ramón La Cruz y Abel Cachazú. El chaqueño arriesgaba el título argentino de la división welter. La pelea fue vibrante, con cruces peligrosos de ambos lados. En el aire reinaba un perfume de nocaut. Dos gladiadores del ring y de la vida cruzaban guantes y sueños. Ganó Abel Cachazú por puntos en decisión unánime y fue campeón argentino. Papá Cachazú cumplió con su palabra.

“Fue mi noche de más gloria, ganarle a Ramón La Cruz en el Luna Park”, dijo años después recordando su carrera. Fue campeón sudamericano y nunca defendió la corona. Se retiró con un último combate ante Pedro “Resorte” Berón el 22 de febrero de 1974 en Bariloche. Lo noqueó. Dejó vacantes los  títulos. Nunca abandonó su trabajo en la empresa de energía de Buenos Aires. Puso una empresa de remises y una peluquería. Pasó el tiempo. Inexorable. A su paso recibe saludos y reconocimientos como protagonista de grandes combates. Está en la historia del boxeo argentino. Silencioso, humilde, pero sabiendo que ocupa el lugar de los que se ganaron el aplauso, el respeto y el corazón del pueblo.

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