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Gillette, el que inventó la hojita

Un día como hoy, pero de 1901, luego de mil intentos, el estadounidense King Camp Gillette patentó la primera máquina de afeitar con hojita descartable que reemplazó a la riesgosa navaja.


Un día como hoy, pero de 1901, el estadounidense King Camp Gillette patentó la primera máquina de afeitar con hojita descartable. Aquel invento le cambió el rostro a la humanidad, ya que la hojita de afeitar terminó con la incomodidad y el riesgo de realizar esa faena diaria con una afilada navaja.

Gillette nació en la localidad estadounidense de Fond du Lac, estado de Wisconsin, el viernes 5 de enero de 1855, en el seno de una familia de inventores que había llegado a Massachusetts proveniente de Inglaterra en 1630. Su padre era titular de una veintena de patentes, entre ellas la de un encendedor a gas, uno de sus hermanos poseía la de un tintero involcable y otro la de un atril para leer en la cama.

Cuando niño, su familia tuvo que mudarse a Chicago y en esa ciudad perdió todo lo que tenía en el gran incendio del 10 de octubre de 1871, cuando él tenía 16 años. Obligado por las circunstancias, el joven Gillette tuvo que salir a ganarse la vida como viajante, vendiendo productos novedosos y pensando en posibles inventos para seguir la tradición familiar. Mientras vendía un nuevo producto, unos tapones de botella revestidos de corcho, conoció a la persona que lo había inventado, William Painter, quien le aportó una idea con la que daría un giro en su vida.

Un consejo de oro

Gillette tenía 36 años cuando Painter le dio un consejo de oro: la clave de su fortuna y quizá de su inmortalidad. Lo que el empresario e inventor le dijo al joven fue bastante simple: “Si usted quiere ganar dinero en poco tiempo, debe inventar algo que cueste barato y se produzca en grandes cantidades. Un artículo que el consumidor use, tire y, satisfecho, vuelva a comprar; algo perfecto para un vendedor”.

El consejo de Painter prendió en Gillette. La cuestión era encontrar un producto común y de bajo costo, que lo rescatara a la vez del mundo de lo común: algo barato y descartable. Con esa idea fija el viajante King Camp Gillette siguió cruzando Estados Unidos de costa a costa, colocando toneladas de tapones de corcho y exprimiendo sus sesos en busca del artículo milagroso.

Gillette observaba el mundo que lo rodeaba con detenimiento, estudiaba las costumbres de los pueblos que recorría, se informaba de los hábitos alimentarios, vestimentas, pasatiempos. Alguna carencia debía haber en ellos –pensaba– que le inspirara la invención de su vida. Y fue justo el día en el que cumplía sus 40 años cuando el dedo de la mágica inspiración le tocó la frente. Ocurrió sobre un vagón de ferrocarril en algún lugar del territorio norteamericano.

El tren de la inspiración

La mañana del sábado 5 de enero de 1895, Gillette hacía las piruetas de costumbre para afeitarse con su afilada navaja en el baño del tren y salir con la cara entera en medio del peligroso traqueteo. Entonces se dio cuenta de que la solución la había tenido todo el tiempo en la palma de la mano: la primera afeitadora práctica, de seguridad y de hoja descartable, era la llave de la fortuna. Por entonces, afeitarse uno mismo era un asunto peligroso, con un riesgo inminente de cortarse –¡mucho más si se lo hacía sobre un tren en movimiento!– y había que afilar continuamente las peligrosas navajas. Para evitar eso, la opción era visitar asiduamente al barbero.

En ese marco, a Gillette se le ocurrió diseñar una rasuradora totalmente novedosa, con una hoja segura, barata y desechable. De inmediato compró piezas de latón, cinta de acero de la que se utilizaba para los relojes, un pequeño torno de mano y una lima. Construyó una maquinita inicial, muy primitiva y trabajó en su perfeccionamiento durante seis años.

Gillette necesitaba fabricar una cuchilla barata de acero, dura y templada para poder darle una hoja afilada. No sabía nada de acero ni de ingeniería industrial, pero tenía confianza en poder desarrollar su producto, pese a que los expertos le aseguraban que era imposible fabricar una hojita tan delgada a un costo razonable.

En 1901 un ingeniero del Instituto Tecnológico de Massachusetts, William Nickerson, dio con el material y la técnica apropiados. Nickerson diseñó las maquinarias necesarias para fabricar las afeitadoras.

Mil intentos y un invento

Después de mil y un experimentos, consiguieron determinar el tamaño, la forma y el grosor ideales, un proceso para fabricar el acero adecuado, un mango en forma de T que pudiera girar para usar los dos lados de la cuchilla y equipos para afilar el acero. En tanto, King Camp contrató con las acerías la compra de acero laminado en espesores muy delgados y negoció con banqueros la financiación de la empresa.

Finalmente, el lunes 2 de diciembre de 1901, Gillette patentó la primera máquina de afeitar con hojita descartable y al año siguiente salieron a la venta las primeras unidades de lo que recibió el nombre de Safety Razor. La rudimentaria máquina, con tres hojitas descartables, se comercializaba a tres dólares.

Al principio, con hojitas que lastimaban, la pequeña compañía trabajó a pérdida y a fines de 1902 estaba muy endeudada. Pero Gillette contaba con el talento tecnológico de Nickerson y el financiero de John Joyce, administrador de la incipiente fábrica. Así, dos años después, se vendieron 90.000 rastrillos –como se llamaba a la maquinita por su forma– y 123.000 cuchillas desechables.

Perfeccionado, el invento de Gillette se transformó en un nuevo tributo al descarte, símbolo de la sociedad de consumo. El producto estaba al alcance de todos y podía ser reemplazado fácilmente. Incluso una inteligente publicidad inducía no sólo al reemplazo, sino al cambio. A quienes no querían ser confundidos con la masa, la compañía les proporcionó máquinas de oro macizo y también de plata maciza.

Durante la Primera Guerra Mundial, el gobierno de Estados Unidos compró la maquinita de Gillette para proveer a todas las fuerzas armadas. Los militares usaron tres millones y medio de rastrillos y 32 millones de hojitas. Toda esa generación se acostumbró a la nueva manera de afeitarse y las ventas del producto se dispararon. El rostro perfectamente afeitado del inventor se difundió en millones de paquetes y en decenas de millones de envoltorios de hojitas de afeitar.

Gillette se convirtió en millonario y se retiró de la dirección de la compañía en 1913, a los 58 años, aunque siguió como su presidente. Sin embargo, él era un inconformista.

Un socialista utópico

Es que Gillette era un socialista utópico, que soñaba con la creación de un sistema de cooperación universal, en el que no existiera el egoísmo. Imaginaba a 60 millones de estadounidenses en una gran metrópolis, servida por una sola gran empresa, de la que todos serían accionistas.

El fabricante de afeitadoras escribió varios libros, entre ellos La humanidad a la deriva, que dedicó a los seres humanos en general, “pues para todos la esperanza de que escapen de un ambiente de injusticia, pobreza y crimen es igualmente deseable”.

De Gillette se dice que “nadie hizo tanto por cambiarle el rostro a la humanidad”, pero no precisamente porque hubiera logrado algo en el campo de la ingeniería social. Sus ideas convencieron a pocos, y la gran depresión de 1929 puso a su imperio al borde de la quiebra. El inventor murió frustrado el sábado 9 de julio de 1932, en Chicago, Illinois.

Sin embargo, su nombre perduró hasta convertirse casi en sinónimo de la hoy imprescindible afeitadora.

Con nuevos modelos y formatos cada vez más sofisticados, su invento aún acaricia el rostro de los caballeros y las piernas, axilas y pubis de las damas. Paradójicamente, a 116 años de su patentamiento, “la Gillette” todavía se vende por millones en el mundo entero pese a ser el fruto de la imaginación de un soñador de utopías que deploraba el costado más perverso del capitalismo.