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“Gentleman Jack”, una figura radical de su tiempo

Con cierta perspectiva feminista, “Gentleman Jack” retrata a una mujer que a principios del siglo XIX desafiaba las violentas prescripciones de un mundo masculino que bullía al compás del carbón y del vapor, basándose en sus propios diarios


La serie Gentleman Jack es un coproducción entre la norteamericana HBO y la británica BBC, dos cadenas que mantienen un cierto estándar destacable en la calidad de sus propuestas, pensando esto en el entorno de la media de la producción televisiva y, en este caso, particularmente en el superpoblado universo de las series. Es cierto que podría haberse esperado más como resultado, dada la singularidad del proyecto, un trabajo cuya mentora, Sally Wainwright, lleva años tratando de concretar.

El punto de partida del proyecto es singular. Gentleman Jack se inspira en los diarios escritos por Anne Lister a comienzos del siglo XIX, una mujer británica que supo quebrar toda barrera puesta frente a su voluntad avasallante. La misma Sally  Wainwright, años atrás, consiguió una beca para recuperar y restaurar esos diarios, en los que la soberbia Lister narraba con soltura los pormenores de una vida (la suya, claro) que desafiaba con obstinación las violentas prescripciones de un mundo masculino. Terrateniente impetuosa, empresaria minera, mujer de mundo que estudió anatomía con el mismísimo Cuvier, y amante desprejuiciada, Anne Lister contó en sus diarios los detalles de sus impresiones sobre ese mundo que bullía al compás del carbón y del vapor, y supo narrar allí mismo y en código las minucias de sus experiencias sexuales lésbicas. Sally Wainwright trabajó durante años en el proyecto, resultando tal vez algo inadecuado dentro de las perspectivas temáticas de las cadenas de tevé, para encontrar finalmente en la actualidad el terreno propicio para desarrollar el tema. El abordaje de la historia desde una perspectiva feminista, viene afirmándose como una apuesta necesaria y rentable en la producción de series, a riesgo de jugar en los límites de una levedad sospechosa o, incluso, contraproducente. Gentleman Jack no asume el compromiso de ahondar en los vericuetos que ha tramado y sigue tramando la lógica imperante del dominio masculino, quedándose un poco atrapada entre los oropeles de un personaje carismático y una reconstrucción de época que no logra dialogar con lo contemporáneo. Sin embargo, funciona.

La carrera de la posesión

Gentleman Jack esta puntuada por el paso seguro y apurado de  Anne Lister, seguida por la espalda o de frente, mirando de a ratos el reloj que marca el tiempo precioso de sus metódicos planes. Corre como impulsada por una voluntad que desconoce todo obstáculo, siempre marcha hacia adelante impulsada por una fuerza invisible, como tomando posesión del futuro, de la tierra, de lo que sea o de quien sea. Siempre tiene un plan, siempre un objetivo que cumplir. Corre contra el tiempo vestida con su negro riguroso, con un largo saco ajustado al cuerpo y una galera que se eleva algo excesiva. Su atuendo masculino y algo excéntrico la deja al borde de parecer una heroína o una villana de una fantasía “steampunk”. Hay algo artificioso en la puesta, en su detallismo recargado y en sus colores fulgurantes, algo que bordea lo fantástico pero manteniéndolo en la distancia de una recreación de época preciosista. Lister es una mujer que, sin miramientos ni atenuantes, se ríe de todas las trabas que le ponen en el camino las reglas de un mundo brutalmente patriarcal. Desoye el mandato y va mas allá. Nada de eso le interesa. Quiere todos los privilegios que otros se han adjudicado para sí mismos y aún mas. Toma posesión de sus tierras disponiendo de la vida de sus arrendatarios, negocia con astucia con los dueños del negocio del carbón, estudia ciencias en diversos lugares de Europa, seduce a una joven, Miss Walker, por el dinero que esta posee y que puede servirle para montar su propia mina de carbón y remontar su estatus social. Anne Lister, así, en todas sus ricas contradicciones, no se opone tanto a la reglas de ese mundo injusto, sino que quiere tomar de él todo lo que podría pertenecerle pero  le es negado. No sería una suerte de justiciera feminista en un mundo patriarcal, es, al contrario, una hija libertina de la idea europea del progreso en la modernidad. Ella quiere todo lo que se le niega por ser mujer. Pero ese todo que quiere y a cualquier precio es justamente lo que los hombres tomaron para sí mismos sobre la base de la desigualdad: quiere, fundamentalmente, poseer; dinero, estatus, tierra, empresas. Incluso una mujer. Es allí, en ese ímpetu desenfrenado del capitalismo industrial nombrado bajo el eufemismo del progreso, que Anne Lister se erige contradictoriamente como una figura revulsiva. Tomar lo que injustamente le es negado, con todo desparpajo y osadía, con astucia maquiavélica, y aunque esto suponga bregar por la pertenencia a ese orden de la desigualdad matricial, supone la apertura de una puerta hacia otras revelaciones y otras conquistas. Anne Lister no habrá sido del todo una heroína, pero se yergue como una figura radical de su tiempo.

Anne Lister es el conejo

Gentleman Jack comienza con el regreso de Anne a Halifax para tomar el control de sus tierras. Allí empieza a lidiar  con los arrendatarios que trabajan su tierra, disputa el poder con los varones poderosos del negocio del carbón, y se relaciona con la señorita Walker. Y allí, en esa relación lésbica, se focaliza el eje del relato. Una relación atravesada por el cálculo de riesgos y beneficios pero acechada por los inasibles pormenores del amor y, claro, amenazada por la condena social. El juego de intrigas y contradicciones está servido desde el inicio.

Hay un punto interesante pero quizás no del todo bien jugado. En ese seguir a Anne Lister, mientras corre y mira su reloj, resulta posible una cierta conexión con el conejo que pone en escena Lewis Carrol en su Alicia en el país de las maravillas. “Llego tarde!”, diría el conejo, mientras conduce a Alicia a un universo al revés, en el cual la lógica absurda del mundo de la niña es puesta en perspectiva por el desquicio de ese otro mundo al que es conducida. En Gentleman Jack, Anne Lister es el conejo y nosotros Alicia, siguiéndola siempre por detrás, ingresando a un universo que, en sus códigos absurdos, hablaría de frente de la arbitrariedad de lo real contemporáneo en su aspecto patriarcal. Pero la serie se queda un poco estancada en el carisma del personaje protagónico, en la artificiosa reconstrucción de época, y en el despliegue (casi en tono de comedia) de la intriga. No logra un diálogo efectivo entre los tiempos. Allí un punto importante, un desliz, una falla: el quedarse en el paisaje de época como lo superado. Es posible entonces que la serie no llegue a interrogar sobre el presente de modo certero, pero fascina incluso cuando promete más de lo que termina por entregar. En cierto sentido se queda varada en la corrección del planteo y de la puesta en escena, en el despliegue sin problematizar de apuntes varios (sociales e históricos), aunque también atrapa con cierta magia e inteligencia. Su personaje principal es un hallazgo de interpretación, presencia física y desenvoltura. Vale la pena verla, dejarse seducir, pero no sobra aclarar que, en relación al tema, acaba de comenzar la tercera temporada de Handmade’s Tale.

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