Edición Impresa

Ataque terrorista

“Fue una guerra vivida en un segundo”, recordó Mollaghan

El arzobispo de Rosario rememoró, en diálogo con este medio, el atentado a la embajada de Israel, del cual fue sobreviviente. "Sería bueno conocer por qué sucedió, por qué en ese lugar. Tantas cosas que son inexplicables", pidió el religioso


mollaghan

El cura párroco llegó apurado a la iglesia Madre Admirable, era poco más del mediodía de un típico día de marzo, el verano estaba dando sus últimos rayos tornando caluroso el ambiente del barrio porteño de Retiro. Venía de una reunión en la Curia y debía almorzar rápido para luego emprender viaje a la Universidad Católica Argentina, donde como profesor debía tomar examen a sus alumnos. El reloj marcó las 14.45, una sorda explosión cambió el paisaje de la calle Arroyo al 900, un coche bomba había estallado contra el ingreso de la embajada de Israel en Buenos Aires, materializando el primer ataque terrorista en suelo argentino.

Aquel 17 de marzo de 1992 tuvo como testigo involuntario a José Luis Mollaghan, actual arzobispo de Rosario, quien en ese momento estaba a cargo de la parroquia que quedaba cruzando la calle de la sede diplomática israelí. El saldo de aquel trágico episodio fue de 29 muertos y casi 250 heridos.

La onda expansiva del artefacto que golpeó la embajada dio de lleno con la iglesia, que corrió la misma suerte que el edificio diplomático, la destrucción casi total. Sonaban las sirenas, el desconcierto era total, la ayuda se iba improvisando merced de los numerosos voluntarios que se sumaban a las tareas de rescate.

“Recuerdo el cambio instantáneo entre que vos estás bien en tu casa con toda tu gente, proyectando, trabajando y de pronto la destrucción, lo inexplicable, el dolor, la gente herida, los muertos, toda una cosa impensable. Una guerra vivida en un segundo”, describió Mollaghan.

“Es una zona muy concurrida, está a pocas cuadras de la estación Retiro, queda a pocas cuadras de allí, comienza una zona de familias que viven allí de muchos años, algunos departamentos, es un lugar al mismo tiempo muy tradicional de Buenos Aires aunque ha ido cambiando. Ahí estaba la embajada con su ritmo, con gente que entraba y salía, gente que hacía custodia y después la parroquia enfrente que tenía un asilo y una escuela con casi mil chicos que venían a clases. Era una escuela de doble escolaridad, de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Por eso los encontró la bomba dentro de la clase. La repercusión fue terrible en toda la ciudad y en el país”, agregó el arzobispo rosarino.

“Fue un ataque a la comunidad, no sólo a la comunidad judía sino un ataque al país, una explosión de este tipo que sembró resentimiento en muchos corazones, dolor, sensación de final”, sostuvo Mollaghan, quien el miércoles pasado participó en la sinagoga de Paraguay 1152 de un acto homenaje a las víctimas del atentado terrorista.

“Mi reacción en ese momento fue de reflexión de todo lo que pasó, todo lo que significó pero al mismo tiempo tener una resiliencia que te permita reconstruirte sin cambiar de vida. Yo estuve herido pero fue una cosa pasajera, fueron vidrios nada más. Pero si uno puede hay que reempezar, continuar con la vida y hacer que todo eso se transforme en amor, que no haya en tu corazón venganza, al contrario, esperanza y confianza”, afirmó el sacerdote católico, quien en el atentado perdió a un amigo: Juan Carlos Brumana, el vicario de la parroquia.

En cuanto a la investigación judicial del atentado, sostuvo: “Vemos que es algo que por años se viene prolongando, por ahí es verdad que no será fácil llegar a los orígenes de todo esto. Pero sin dudas que sería muy bueno conocer por qué sucedió esto, por qué en ese lugar, por qué ese día. Tantas cosas que son inexplicables”.

“La memoria siempre hace que uno tenga presente lo que significó este hecho para todos nosotros. Pero yo recuerdo siempre que es muy importante que haya una actitud de mirar hacia el futuro, un futuro de esperanza, de que esto no vuelva a suceder. No solamente la memoria del pasado nos hace ver lo terrible de este momento, pero mirar hacia el futuro nos llena de esperanzas”, finalizó monseñor Mollaghan.

 

“Tengo la certeza de que lo voy a volver a encontrar”

Elena Brumana estaba mirando la televisión en su casa del barrio porteño de Liniers, una película había captado su atención hasta que el timbre del teléfono la interrumpió. Era su padre, le avisó que “hubo una explosión donde está Juan Carlos”. Elena sólo atinó a tranquilizar a su padre: “Quedate tranquilo que no debe ser nada”. Era el 17 de marzo de 1992, Juan Carlos Brumana, el hermano de Elena, era el vicario parrioquial de la iglesia Madre Admirable que estaba ubicada frente a la embajada de Israel.

Inmediatamente, Elena cambió de canal a una señal de noticias: un coche bomba había impactado contra la sede diplomática y la iglesia, que quedaba frente a la embajada, había corrido la misma suerte y estaba casi destruida. “Me parecía que era el El Líbano, no podía creer que eso estuviera pasando en Buenos Aires”, recordó.

Tras recoger a sus tres hijos del colegio, Elena fue a la casa de su padre y se reunió con sus dos hermanas. Juntos buscaron la manera de tener noticias del menor de los hermanos. Los cuñados de Elena emprendieron el tortuoso recorrido por hospitales y clínicas, en busca de algún dato y con la esperanza de poder encontrarlo. “Llamaba mucha gente que conocía a Juan Carlos y me preguntaba por él. Yo iba anotando en un papelito todas las personas que llamaban, una lista larga. Pensaba, le voy a decir a Juan Carlos «mirá la gente cómo te quiere, todos están llamando por vos»”, contó.

“A las 9 de la noche volvieron mis hermanas, no lo habían hallado. Ahí empecé a pensar que algo malo le había pasado. Puse a dormir a los nenes, que eran chiquitos. Cuando tapo a mi nena, me dice «¿Juan Carlos está muerto?» Y no podía decirle ni que sí, ni que no. Le digo «donde esté la virgen lo está cuidando», que eso sabía que era cierto”, rememoró.

A las dos de la mañana tocaron el timbre de su casa. “Cuando voy bajando la escalera intuyo que era para decirme que Juan Carlos se había muerto. Abro la puerta y era un sacerdote muy amigo de la familia, con los brazos abiertos que me dice «Juan Carlos entregó su alma al señor»”, evocó Elena sobre el momento en que recibió la dura noticia. La muerte encontró a Juan Carlos a los 37 años de edad.

“Ahí me enteré y a partir de allí empezamos a caminar esta ausencia de Juan Carlos. Cuando él murió sentí que un calor que había cerca de mí se había alejado. Era una persona con una capacidad de amar enorme, muy silencioso, hablaba muy poco pero profundo, estaba atento a la necesidad de los que tenía cerca”, recordó Elena a su hermano.

“El sentimiento es de una ausencia en muchas cosas, pero sin embargo sé que lo voy a volver a encontrar después de este paréntesis. Lo siento tan cerca que toda esta ausencia terrible que fue el primer tiempo fue menguando muchísimo. Ahora lo que me queda son los buenos recuerdos de él, la presencia de otra manera y la certeza de que lo voy a volver a encontrar. Hablo con él, le cuento cosas, rezo junto a él”, concluyó esta mujer de voz cálida y portadora de una paz que conmueve.

Comentarios