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confesiones de un periodista

Final de la Libertadores 1988: la feroz guerra del Centenario

En Montevideo, Nacional arrolló a Newell’s en la final de la Libertadores 1988. Los hinchas practicaron una sucia batalla.


El sueño de la Libertadores murió con las artimañas de Nacional de Uruguay.

Llegamos a la capital uruguaya en la noche anterior. Nada hacía presumir que ocurriría uno de los hechos más violentos y sangrientos de la historia del fútbol sudamericano.

Los simpatizantes de Peñarol alentaban a Newell’s y aseguraban que sus pares de Nacional estaban “entregados” luego del traspié en el encuentro de ida.

Sin embargo, a la mañana siguiente el clima cambió a partir de los titulares de los diarios, todos agresivos e impulsando directamente a la batalla. Fue el primer aviso.

Luego nos iríamos enterando de la feroz bienvenida que recibieron los hinchas leprosos al cruzar la frontera. Y en el momento de arribar al Centenario con el micro que transportaba a los futbolistas, las primeras reacciones intimidatorias.

El sueño de la Libertadores murió con las artimañas de Nacional de Uruguay.

En los vestuarios fue peor. Como preliminar se enfrentaban dos equipos desconocidos, conformados por hinchas. El recinto visitante estaba comunicado por una puerta que quedó semiabierta porque antes de saltar al terreno de juego, un furioso centenar de fanáticos se metió a los golpes y patadas en los vestidores y llegó a agredir directamente a varios jugadores. La policía no existía, nadie acudía en auxilio. José Yudica y sus dirigidos lograron frenar la cobarde atropellada y desalojar el vestuario de extraños.

Los periodistas que estábamos trabajando en el ingreso a los vestidores también fuimos atacados por enloquecidos barras del Bolso. Nos refugiamos como pudimos para evitar el linchamiento porque estaban dispuestos a todo.

Mientras tanto, los pasillos de la zona baja se llenaban de camillas con hinchas de Newell’s brutalmente golpeados, que eran depositados en la zona de emergencias.

Cuando por primera vez pudimos asomarnos y observar las tribunas, comprobamos que habían planeado todo fríamente. Los visitantes fueron separados en seis grupos en la inmensidad del Centenario y la escasa experiencia de los dirigentes rosarinos hizo que ellos pudieran desarrollar sus maquiavélicos planes.

Los hambrientos enemigos tenían bien cercados a los minúsculos contingentes de rojinegros. Y no les permitían ni abrir la boca.

Los altoparlantes del estadio atronaban el espacio con consignas de guerra y la marcha de Nacional o el himno uruguayo a full. Era una arenga permanente, recordando que esa final era una cuestión de vida o muerte. Para los uruguayos fue una guerra y se prepararon para ganarla. La diferencia numérica y el factor sorpresa fueron fundamentales.

En el verde césped la cuestión no sería diferente. Los futbolistas del Tricolor también habían depositado su mayor confianza en la utilización de “incentivos” prohibidos y eso les permitía actuar con una ferocidad inusitada. Hasta el propio Paco Casal, en esos momentos asomando al mundo de la representación, reconocería horas más tarde al visitar la concentración rosarina que “se dieron con todo.

“Se metieron las inyecciones aquí (y apoyaba sus dedos en el cuello) para que les hiciera mejor efecto. El único que no recurrió a esas dosis fue el arquero Seré”, reveló. Y nos vino a la memoria que fue precisamente Seré quien se encargó de atender a la prensa en los momentos previos a la final. El resto de sus compañeros estaban encerrados, golpeando todo lo que encontraban adelante y gritando en forma desaforada.

El doctor Eduardo Gallo, mientras escuchaba atentamente a Casal confirmando lo que todos temíamos y presumíamos, deslizó “los nuestros querían pisar la pelota y ellos los enterraban en el piso con una fuerza descomunal”.

Por supuesto que no existió el control antidoping y Nacional, acostumbrado a ese tipo de finales, volvió a consagrarse. Todo el bagaje de experiencia para enfrentar esas  definiciones fue vital para atormentar a un Newell’s inocente.

Fue una lucha entre un cordero y un león hambriento. Fue la victoria de las prácticas antideportivas sobre un adversario desprovisto de toda maldad.

Casi 30 años después seguimos pensando y creyendo que no había manera de arrebatarle la corona a Nacional. Por lo menos ese Newell’s. Por lo menos esa concepción de entender el fútbol de los directivos.

El tiempo les sirvió a todos para aprender y comprender que no se puede enfrentar una finalísima sin estar preparados, psíquica y físicamente. Y lo estratégico juega un papel preponderante. Además, los dirigentes actuaron de buena fe, porque les habían asegurado que los hinchas leprosos estarían ubicados en un solo lugar del Centenario y no les respetaron la palabra prometida.

La historia recordará esa final como uno de los mayores robos del fútbol y los sangrientos episodios ocurridos en tierra uruguaya y en el mítico estadio Centenario forman parte de una de las páginas más negras de la peor cara de la Copa Libertadores.

La que ellos, los uruguayos, empezaron a hacer conocer con el primer Mundial de fútbol, cuando también “abatieron” sin piedad a una delegación argentina.

La decencia de José Yudica

Yudica, el conductor de la Lepra.

El aeropuerto de Fisherton estallaba con el griterío de los leprosos, quienes a pesar de la derrota fueron a recibir a los futbolistas como campeones. Allí nos enteramos que el pueblo rojinegro reaccionó por una fotografía del escribano Víctor Vesco (NdR: presidente de Central) celebrando la derrota en andas, con una botella de champán, en Corrientes y Córdoba. La herida era muy profunda y la caravana que acompañó a los jugadores hasta el centro fue multitudinaria.

Descendimos del avión por la parte trasera junto a José Yudica y el resto del cuerpo técnico. El bueno de José, mientras caminábamos hacia la zona de Aduana, nos tomó de un brazo y casi acercándonos nos dijo: “Nunca les podía haber solicitado a estos pibes que utilizaran incentivos extras para enfrentar el cotejo. Me dieron la mayor alegría de mi vida deportiva, son chicos muy buenos y bajo ningún punto de vista los iba a conducir por el camino incorrecto para ganar una final”.

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