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Expectativa, angustia, euforia y desahogo: el péndulo emocional de Argentina

Cambiar la idiosincrasia del hincha argentino es un objetivo mucho más complejo que cualquier campeonato.

La tormenta árabe del debut nubló el panorama de una Selección que llegó al Mundial de Qatar con chapa de campeón, con un invicto récord y lo expuso a una debilidad emocional tóxica, sobre la que el propio DT Lionel Scaloni se permitió reflexionar luego de la terapéutica victoria sobre México.

Los argentinos llegaron al estadio de Lusail con miedo: hinchas, periodistas, jugadores y cuerpo técnico. Un miedo basado en el fracaso de perpetrar la eliminación más temprana desde que la Copa del Mundo tiene el formato actual.

«¿Cómo la ves?», fue la pregunta más repetida en cada banderazo, en cada viaje de metro por Doha, en cada encuentro argentino desde que Arabia Saudita aplicó el mazazo, el martes pasado.

La actuación del equipo en el estreno, la falta de respuesta de los jugadores para torcer el rumbo ante un rival de jerarquía menor y el estado físico del plantel oscurecieron el cielo luminoso que Argentina disfrutaba desde su anterior derrota, el 2 de julio de 2019.

La especulación sobre la salud de Lionel Messi agregó desesperación en el ánimo, pese a que el propio futbolista, el día previo al estreno, había aclarado que llegaba a este Mundial en un gran momento.

¿Tiene una molestia en el soleo?, ¿entrenó diferenciado?, ¿tres cambios para el próximo partido?, ¿cuatro?, ¿cinco?. Todas preguntas que atormentaron las mentes argentinas en las últimas horas.

El fantasma de una prematura salida de Qatar sobrevino de forma inesperada tras el martes negro. Nadie esperaba enfrentar un escenario de esa naturaleza en el segundo juego de la primera Copa del Mundo en Medio Oriente.

Agotado el margen de error, los argentinos vivieron la jornada de este sábado con gran ansiedad desde las primeras horas en la ciudad de Doha. «¡Qué partido!», repetían uruguayos, ecuatorianos, españoles y observadores de tantas otras nacionalidades sobre el enfrentamiento en Lusail.

«Messi ciao», se burlaron los brasileños, dulces por su debut ante Serbia, como también lo hicieron los propios saudíes, todavía incrédulos por la victoria del primer partido.

Con toda esa carga se asumió el partido ante México, que lejos estuvo de ser una buena presentación de Argentina y se resolvió por una genialidad de Messi y el ingreso consagratorio de Enzo Fernández.

Los primeros 60 minutos fueron un padecimiento. En la cancha, un equipo atado, impreciso, nervioso y en las tribunas, un público en silencio, producto de lo que transmitían los jugadores. La sensación de una jornada fatídica sobrevoló en Lusail hasta que Messi despejó todos los temores.

El estallido de su gol fue estremecedor. Los jugadores se agruparon en unas de las esquinas de la cancha y se dieron un sentido abrazo; Pablo Aimar, un joven sabio en la filosofía de tomar el fútbol como un simple juego, ingresó en un estado de fuerte emoción. Los fanáticos lo celebraron con furia, con miradas al cielo, con expresiones de desahogo.

“Era un partido límite”, admitió el capitán, el salvador del equipo argentino. Es cierto, la derrota hubiera condenado al campeón de América a volver a casa mucho antes de los imaginado.

Scaloni, abstraído de toda esa locura, intentó recuperar a su colaborador y lamentó el nerviosismo vivido en la noche qatarí. “Es sólo un partido de fútbol”, argumentó tras dar el ejemplo de que su hermano había decidido recluirse en el campo y no ver el juego ante México para evitar el sufrimiento.

“La sensación de que nos estamos jugando más que un partido de fútbol no la comparto”, dijo en la conferencia de prensa con una enorme dosis de sensatez. “Son cosas que tenemos que empezar a corregir”, abundó con razón.

Cambiar la idiosincrasia del hincha argentino es un objetivo mucho más complejo que cualquier campeonato.

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