Aniversario

Aniversario: mujer y leyenda

Eva Perón: a 66 años de la noche que paralizó al país

A las 20.25 del 26 de julio de 1952 el locutor Jorge Furnot anunció su “paso a la inmortalidad” y la Abanderada de los Humildes se volvió lágrima y destello para millones de argentinos que aún hasta hoy veneran su memoria.


Hace 66 años el país se paralizó cuando la voz del locutor Jorge Furnot anunció la muerte de María Eva Duarte de Perón, “o, acaso, su paso a la inmortalidad”. Como si fuera un presagio, ella, “Esa mujer”, vive hoy en cada uno de los corazones que la recuerdan.

Casi incontables fueron las obras en la que Evita fue la musa inspiradora.

Esculturas, bustos escondidos bajo tierra que sus “descamisados” preservaron de aquellos que intentaron hacerla desaparecer de la historia. Una persecución que, como temiéndole a su propia muerte, marcaría a fuego su presencia, porque esas obras, como su cadáver, aparecieron como si una fuerza poderosa la empujara desde el centro de la tierra hasta la superficie.

Hace algunos años, la reconocida escritora cordobesa Lilia Lardone recogió testimonios de quienes fueron marcadas por ese momento, el mismo en que Furnot anunció lo que sería el paso de la vida a la muerte y luego la resurrección de la “Abanderada de los humildes”.

En “20.25, quince mujeres hablan de Eva Perón” (editorial Sudamericana), Lardone, en colaboración con Yaviv Durán, registró los testimonios de 15 mujeres que recordaron la noche del 26 de julio de 1952.

“El libro surge como idea dentro de mí hace varios años por una conversación, como suelen surgir las mejores ideas. En unas de esas horas de ocio creativo, con una amiga hablábamos de las fechas, de cómo ella había puesto el cuerpo en toda su pasión y trayectoria y surgió la idea en mí de convocar el momento preciso en que cada uno se hacía cargo de la noticia. Yo tengo muy fresco ese momento, tenía casi 11 años y estábamos con mi madre en una función de cine, porque era sábado. Vivíamos en un pueblo, se suspendió la función y recuerdo ese silencio afuera, a los grupos de gente en medio de la noche y también ver a mamá con una lágrima. Eso me descolocó porque yo la había visto llorar solamente por la muerte de mi padre. Todo eso creo que tuvo una raigambre muy fuerte en la construcción del imaginario de la infancia, de cómo van planteándose ciertos enigmas. Han pasado seis décadas y tuve la necesidad de meterme de lleno en el tema”, contó Lardone.

Pese a la diversidad de ideologías políticas y sociales de las mujeres que fueron entrevistadas en el libro, hay una suerte de hilo conductor, un discurso en común que las une.

“Algo para observar –dice Lardone– es que se les pedía que recordaran el momento, y al final se les pedía que realizaran una reflexión desde el hoy, y aún las más acérrimas enemigas de Perón (antes no se usaba la palabra gorila sino que se utilizaba la palabra contra) a la distancia decían «Bueno, pero ella en realidad hizo…»; «Ella, pobrecita…». Es como si el tiempo hubiera aminorado las virulencias de las pasiones. Otra cosa que me llamó la atención en el conjunto de opiniones es por qué Eva Perón surgió y tuvo tanto peso. Todas estas mujeres hablaban de «Decía mi papá»; «Decía mi marido…». Es decir, ellas no eran demasiado dueñas de la palabra. Y en esa época, cuando surge Eva Perón, ella es muy dueña de la palabra y una excelente comunicadora, y sabe expresar en palabras su pensamiento y lo hace público. Debe haber sido muy fuerte para las mujeres y un modelo impactante. Un modelo de mujer inquietante”.

En vida, Evita se enfrentó a un aparato político que en su mayor pate estaba compuesto por hombres. La escritora cordobesa sostiene que “era un modelo de mujer muy fuerte y además inquietante y debe haber movido ciertamente, todas las posibilidades que se abrían”.

La mayoría de las mujeres entrevistadas que no formaban parte del oficialismo de la época muestran su malestar por la aprobación del voto femenino porque se presentaron muchos proyectos anteriores de otros partidos políticos, pero a la vez dicen: “Si ésa era la manera de obtenerlo, bienvenida sea”.

Y ahí está esa especie de contradicción: “Creo que lo que dicen es la segunda instancia de pensamiento: «Bueno, llegó y bienvenido sea», pero creo que eso lo sostienen ahora. En aquel momento estaban muy enojadas porque el socialismo y otros partidos políticos habían presentado gran cantidad de proyectos y todos habían sido cajoneados por los mismos diputados y senadores porque no les interesaba que fuera aprobado”.

Con una fuerza irresistible

Todo lo que ocurrió en torno a “Esa mujer” después de su muerte fue un misterio. Si bien algunos se revelaron, como la desaparición de su cuerpo embalsamado –encontrado en una tumba en Italia con el nombre María Maggi de Magistris– y que desde 1976 descansa en un mausoleo del cementerio de La Recoleta, a nueve metros bajo tierra por orden del entonces dictador Jorge Rafael Videla–, otros secretos van saliendo a la luz como una fuerza poderosa que los empuja, tal parece ser el caso de un busto de bronce que reposa en el depósito del museo Julio Marc y del cual poco se sabe de cómo y cuándo llegó hasta allí.

Entre los más de 10.000 objetos que están a resguardo en el depósito del museo ubicado en las inmediaciones del parque Independencia, el dorado reluciente del rostro de Evita emana un brillo especial, pese a que se encuentra en el piso inferior de una de las estanterías.

Otro busto de Eva estuvo enterrado en el monte por más de 60 años: una maestra rural de 85 años, oriunda de Santiago del Estero, cuidó por 63 años un busto de Eva Perón. Se trata de Chela Pazos, cuya historia trascendió al punto que, a través de un militante peronista, se decidió trasladar la valiosa pieza al salón Puerto Argentino del Concejo Municipal de Rosario.

Cuando irrumpió la Revolución Libertadora, que derrocó al por entonces presidente Juan Domingo Perón, ella decidió enterrar el busto de Eva hecho en mármol para resguardarla de posibles represalias militares que desde 1955 llevaron adelante un proceso al que autodenominaron “desperonización”. Así que, acompañada por su marido, llevó la obra al monte en donde la enterró y lloró pidiéndolo perdón por haberla dejado bajo tierra. Cuando el peligro pasó y Chela se estableció en Rosario junto a su esposo, trajo con ella a “La Evita” y la tuvo sobre la chimenea de su casa, en una especie de altar donde ahora se erige un ramo de flores rojas.

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