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Estela de Carlotto, la señora de las 400 batallas

La presidenta de Abuelas brindó en Rosario el relato de la larga búsqueda de Guido, su nieto robado.

"Mi nieto se llama Guido y tiene 31 años. Puede estar cerca o lejos", dice Carlotto.
"Mi nieto se llama Guido y tiene 31 años. Puede estar cerca o lejos", dice Carlotto.

Cuando Estela de Carlotto escucha “Guido”, el nombre de su nieto aún no recuperado, una revolución le empieza a correr por el cuerpo. Miles de lágrimas corren al umbral de unos ojos que ya han llorado demasiado y sus oídos se preparan para recibir esa única noticia que falta para darle un cierre a más de treinta años de lucha. Cuando Carlotto escucha “Guido” retrocede a una sala de partos que no pudo ser, donde su hija Laura, la misma que no quiso irse del país y siempre le hablaba de la justicia social, la miraba con una sonrisa. Cuando Carlotto escucha “Guido” un amor gigantesco retenido durante 31 años la desborda. Y no puede distinguir
si tiene 20, 30 ó 40 años. Tiene que preguntar. Porque ella sabe que “su” Guido tiene 31: “Yo no encontré mi nieto todavía –dijo Carlotto en su charla de esta semana en la UNR– pero sé el nombre que le puso Laura. Se llama Guido y tiene 31 años. Puede estar cerca, o puede estar lejos. A veces pienso si no me lo cruzo por la calle, si no nos vemos. Porque no sabemos. Cuando escucho alguien por la calle que dice «vení Guido» enseguida miro y le pregunto la edad”.

Cuando Carlotto escucha “Guido” recupera fuerzas para seguir buscando esos 400 nietos que no conocen su verdadera identidad, antes de que se vaya su propia vida: “El paso de los años nos llevó muchas abuelas cuyos nietitos, hoy hombres y mujeres, no las van a poder conocer. Por eso hay apuro. Ahora ya estamos apuradas porque este tramo que nos falta es donde queremos dejar las cosas lo mejor posible. Cuanto más nietos, más reparación para ellos y para la sociedad. Por eso la importancia de la ley de ADN. Cuanto más nietos, más seguridad de que esto no se repita”.

Cuando Carlotto escucha “Guido” se hace vida lo que falta: “El milagro que significa encontrar a un nieto es una maravilla, porque un día frente a nosotros tenemos en carne y hueso eso que buscamos sin saber cómo era y a quién se parecía. Los criaron quizás los asesinos de sus padres, salvo excepciones (alrededor de 15). El resto criados quizás por los asesinos y torturadores de sus papás. Nos preguntábamos: ¿Cómo los habrán formado? ¿Qué les habrán enseñado? ¿A odiar? ¿La filosofía política de sus padres? En la práctica ocurre que ese joven que encontramos no está contaminado por esa crianza mentirosa. Cuando descubre su verdad cae esa cáscara falsa y aparece el hijo de los militantes que dieron la vida por él para dejarle un país mejor. El último caso, Martín, el número 98, no sabía por qué le gustaba tocar el acordeón y la guitarra y quería vivir en San Antonio de Padua. Cuando se encontró con su historia se dio cuenta de que la mamá tocaba la guitarra y el papá el acordeón y en San Antonio de Padua fue secuestrada su mamá, cuando él estaba en su panza. Esas cosas no las borra ninguna crianza, ningún robo, ninguna ideología criminal, porque están formados cincuenta y cincuenta por la sangre de papá y mamá”.

Cuando Carlotto escucha “Guido” una película de su propia vida se proyecta en segundos: “¿Cómo era yo allá por el año 76? Era directora de una escuela primaria, mi vocación de toda la vida. Me casé con mi primer novio que fue el amor de mi vida. Fuimos un hogar de clase media, con cuatro hijos, dos mujeres y dos varones. Y éramos un hogar común con sueños, ilusiones y proyectos. Yo nunca hice política partidaria, y mi marido tampoco. Pertenecemos a una generación que creció con dictaduras militares. Desde 1930 hasta 1976, salvo un gobierno, el de Perón, los demás fueron interrumpidos inexorablemente por las fuerzas armadas y la oligarquía. Siempre van acompañados, en yunta. Casi como que nos acostumbramos a eso. Pero no se cuestionaba. Quizás nos acostumbramos a la marchita, primero en la radio y después ya en la televisión. Y queda muy marcado a fuego el 55. Donde ahí tendríamos que haber salido todos. Porque esa masacre, ese bombardeo de la Plaza de Mayo, la muerte de centenares de personas que estaban caminando para ir a trabajar, un ómnibus con alumnos que iban a ver el museo de la Casa de Gobierno; y luego los fusilamientos, las proscripciones, la persecución. Tendríamos que haber salido todos. Yo no salí. Y yo ya tenía en brazos a Laura, la mayor de mis hijas. Porque me faltaba la conciencia de que eso estaba mal. Por eso hay que repetir hasta el cansancio que la antinomia no sirve, que es algo dañino. El ser anti. El antiperonismo. Y no salimos. Ni tampoco salieron las familias”.

“Pero la última dictadura encontró otra sociedad en 1976 –siguió relatando Carlotto–. Encontró que nosotros, que arrastramos eso de no hacer nada, educamos a nuestros hijos con mucha libertad y mucho amor. No los oprimimos sino que les dijimos «amen, piensen, construyan». Y esa generación, en el caso de La Plata los estudiantes, era efervescente y contestataria. La clase obrera era fabulosa. La dictadura sabía esto y traía planes perfectamente preparados para lo que fue un genocidio. Hoy tenemos la historia clara. Nadie puede desconocer lo que pasó. Que no hubo una guerra, que hubo terrorismo de Estado. Que hubo 30.000 desparecidos. Que se crearon más de quinientos centros clandestinos de detención. Donde se torturaba y asesinaba a los opositores. Y no podemos desconocer que funcionaron maternidades clandestinas donde nacieron la mayoría de los nietos que estamos buscando. Pero en el 76 y en el 77 eso no lo sabíamos. Ni que iba a venir ni que estaba preparado. Y tuvimos que aprenderlo. Nos costó”.

Cuando Carlotto escucha “Guido” no puede evitar el recuerdo de su Laura: “Teníamos miedo, queríamos sacarlos del país pero eso era imposible. Laura me decía: «Mi vida es acá, este es mi país». En una de esas charlas de madre e hija le dije: «Te van a matar». Son palabras que me quedaron grabadas y las repito porque al hablar de Laura hablo de los 30.000 desaparecidos. Laura me dijo «nadie quiere morir, tenemos proyectos de vida, pero sabemos que miles de nosotros vamos a morir y nuestra muerte no va a ser en vano». Dio la vida con sus 23 años, luego de un secuestro de nueve meses en un campo de concentración en La Plata. Ahí nació su hijito, ella estaba embarazada cuando fue secuestrada. Se lo quitaron a las pocas horas. Me dijeron que lo iban a entregar. Yo esperé la fecha, pero ya no estaba sola como al principio que caminaba sin saber qué hacer, con miedo, desconocimiento y dolor. Estaba con aquellas doce abuelas fundadoras de este grupo que más tarde se llamó Abuelas de Plaza de Mayo. Yo me uní a esas doce abuelas y fue como encontrar hermanas para siempre”.

Cuando Carlotto escucha “Guido” su dolor también es esperanza. “Nuestra búsqueda no es solitaria. Yo disfruto a todos los nietos que encontramos como si fueran parte mía y las abuelas que encontraron sus nietos siguen viniendo. Ese es el fracaso de la dictadura y el triunfo de los argentinos. A veces nos quieren decir que somos mala gente. Somos pacíficos. Ninguna violencia hubo hasta ahora de un padre o una madre que haya hecho justicia por mano propia. Ni les deseamos el mal a los que hoy están siendo juzgados por genocidas. Lo que queremos es que sean juzgados. No hay venganza, no hay odio, no hay revancha”.

Millones de argentinos sueñan con que ese “Soy Guido, tu nieto”, dicho con un tono dulce y eterno suene alguna vez en los oídos de Estela de Carlotto. Sólo es cuestión de tiempo, y ella sabe esperar. Quién puede dudarlo.

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