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Espacios y productos culturales del kirchnerismo, abandonados por Cambiemos

Tristán Bauer recorre Tecnópolis y cree ver a la muerte allí donde había vida. Acaricia suavemente a un Belgrano decapitado, mira triste un San Martín destrozado y a un Zamba malherido y entonces el ministro de Cultura, creador de aquellas glorias, no puede con su alma y llora de dolor


Por Jorge Giles – Agencia Timón

Tristán Bauer recorre Tecnópolis y cree ver a la muerte allí donde había vida. Acaricia suavemente a un Belgrano decapitado, mira triste un San Martín destrozado y a un Zamba malherido y entonces el ministro de Cultura, creador de aquellas glorias, no puede con su alma y llora de dolor.

Algunos de los nuevos habitantes de la Casa Rosada preguntan qué fue del digno Salón Mujeres del Bicentenario inaugurado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y por la escalera de mármol de carrara, tan imponente y majestuosa que estaba más allá. Y le responden que, por orden de Macri, fue arrancada. Entonces, se toman la cabeza con ambas manos y dicen por lo bajo: “Cuanta maldad, cuanta maldad”.

Un visitante vuelve a recorrer el Museo Malvinas, en la ex Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), y pregunta qué fue de la Sala Paka Paka para los niños. Y qué fue de la proyección conmovedora en la Sala Prólogo que iniciaba el recorrido museológico. Y qué fue del Parque de la Soberanía, donde llevaba a jugar a sus hijos a ese espacio verde que recreaba las Islas y la Patagonia con su fauna y su flora. Y como la nada le responde el visitante se aleja unos pasos y llora.

La imagen de las tablas y los tablones rotos que allí se ven abandonados en el parque malvinero eran parte de “La Heroína”, una recreación del primer navío argentino en llevar la bandera nacional hasta Malvinas en 1820. Hasta diciembre de 2015 fue un lugar para los niños y niñas donde se aprendía historia como se debe estudiar: jugando.

Sabíamos del hambre y el saqueo, de la deuda externa escandalosa, de la desocupación creciente. Sabíamos de la represión y la muerte de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel, y de los que se murieron por falta de medicamentos y un plato de comida.

Sabíamos de la inflación galopante y el modelo neoliberal a rajatabla que mataba silenciosamente a miles de pequeñas industrias y comercios. Y sabíamos también de la destrucción de los símbolos que expresaban la cultura nacional, popular y democrática. Nadie podrá decir suelto de cuerpo “yo no sabía nada”, “yo no vi nada”, “yo no escuché nada de nada”.

Un pedazo de pueblo marchó en estos años resistiendo justamente este plan de tierra arrasada. Mucha gente vivió a metros de los centros clandestinos de detención durante la dictadura. Mucha gente habrá escuchado los gritos de dolor de los torturados y las torturadas. Mucha gente habrá visto entrar y salir de esas guaridas del terrorismo de Estado a los tenebrosos Falcon verdes y camiones militares trasladando prisioneros.

Ojala esta vez, y salvando las distancias, no se haga natural el horror de esta demolición de la cultura y de la historia por parte de una buena porción de la sociedad infectada de olvidos y de odios. Es cierto que encendiendo la economía, la Argentina se pondrá de pie, como dice el presidente Alberto Fernández. Pero no es menos cierto que sólo la cultura y la memoria nos harán caminar hacia un futuro mejor. Este es el brindis que hacemos al pie de la destrucción. Para que nadie olvide: ¡Salú, compatriotas! Que así sea.

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