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Esos hermanos menores, esos de lealtad

Por: Carlos Duclos

¿Qué le ha sucedido al hombre? ¿Es que su naturaleza buena ha trocado en sustancia dañina? ¿O es que acaso el ser humano, en rigor de verdad, siempre adoleció de sustancias que generaron destellos de maldad o, contrariamente a lo que afirman ciertos pensadores, el hombre siempre fue esencialmente malo? Me quedo con esta idea del pensador oriental, aunque sospecho que a partir de la revolución industrial algunas aberraciones que siempre padeció el ser humano, como la codicia, la envidia, el rencor, la mezquindad, entre otras, se acentuaron más de la cuenta hasta caer en esta suerte de alienación en que transcurre sus días este hombre de hoy.

Quiero dejar en claro, antes de proseguir con mi discurso, que esta columna de hoy está dedicada. Es un merecido y poco profuso y digno homenaje a nuestros hermanos menores, los animales, en su día. ¿Que cómo rindo tributo a los animales hablando del hombre? Pues me perdonará el lector sensible, romántico, espiritualista de verdad, pero no se puede hablar de la bondad, de la inocencia, de la lealtad, de la fidelidad, sin hacer comparaciones con el otro extremo. ¿Está más o menos claro? Lo hago más explícito: que como bien dice el refrán, el dicho popular: “Cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”.

El hombre de hoy, en general y no en particular, por supuesto, es una entidad cuya esencia buena ha sufrido un descalabro. Vive agitado, ansioso por allegar para sí mayor éxito efímero. El hombre de hoy está cautivo de las reglas del “mercado”, y para poder “ser”, conforme lo establecen dichas reglas, debe apelar a las no virtudes que en general se conocen y que pueden resumirse en el antiprincipio universal: “De ninguna manera, ni so pretexto alguno, amarás a tu prójimo. En ocasiones tampoco te amarás a ti mismo”.

El ser humano de nuestros días ha sido fagocitado por la esencia de la locura. Locura por alcanzar metas que las más de las veces son de naturaleza material, intrascendente y efímera. Regala tiempo hermoso en esa carrera que la muerte destruye de un plumazo. Para alcanzar ese “éxito efímero” muchas veces recurre a la deslealtad, al uso de prácticas que son incomprensibles en la criatura racional y que sumen en el más espantoso de los dolores a los sujetos de su misma especie ¿No es increíble?

Como contrapartida, y he aquí el homenaje, están nuestros hermanos menores, nuestros animales, algunos domésticos y otros silvestres que han conservado sin mover un ápice la lealtad. Lealtad a la naturaleza que no destruyen, lealtad a la vida en el marco del respeto por el orden natural y los principios del universo. Y lo que es más maravilloso y digno de admiración: fidelidad al hombre, esa criatura que, paradójicamente, se encarga de maltratarlos, humillarlos y someterlos hasta exterminarlos.

¿Cómo no homenajear en su día a estos hermanos menores que todo lo padecen por obra de este insensato hermano mayor comprometido con la utilidad económica pero nada con el destino del planeta y sus criaturas? Porque bien es cierto lo que decía Schopenhauer: “El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales”. Y es cierto, y aún a riesgo de que se me tache de extremista, diré, como Víctor Hugo, que “los animales son de Dios, la bestialidad es humana”. Salvo honrosas excepciones, claro.

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