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Escribir, “usar el andamio y después tirarlo”

Los textos que componen la obra La invisible, del joven escritor Fidel Maguna, resultaron galardonados en el concurso “De Pedroni a Pavese, ida y vuelta en poesía”, organizado por la Municipalidad de Gálvez y el Ente Cultural Santafesino


Los textos que componen la obra La invisible, del joven escritor Fidel Maguna, resultaron galardonados en el concurso “De Pedroni a Pavese, ida y vuelta en poesía”, organizado por la Municipalidad de Gálvez y el Ente Cultural Santafesino. El premio fue nada menos que un viaje a las tierras del memorable autor de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, La luna y las fogatas, sólo por nombrar algunos de los libros que forman parte de la obra del gran escritor italiano.

El título de la novela ganadora, La invisible, es más que elocuente. Está trabajada desde “lo no dicho”, según contó el autor. Algo parecido a lo que escribió Antonin Artaud a Jacques Rivière en una de las tantas cartas que intercambiaron a principios del siglo pasado y en las que el segundo cuestionaba los relatos del primero al considerar que “donde faltan por completo el objeto o el obstáculo (…)”, a lo que Artaud respondió con una extensa misiva en la que defendía y argumentaba su manera de escribir: “(…) He aquí por qué no tenía nada, ninguna obra entre manos, y que las cosas que le presenté constituían los jirones que pude juntar de la nada completa”. Porque la novela de Maguna se trata de eso, de pararse en un lugar diferente como narrador a la hora de contar las historias que suceden en torno a uno o más personajes y “quitar” del papel lo que considera “está de más”. De ahí el título del libro, que refleja una metodología de trabajo en la que “los tramos narrativos en los que se relata una acción están borrados”

El hilo narrativo

Antes de viajar a Italia el 9 de septiembre para el aniversario del nacimiento de Pavese,  Maguna habló con El Ciudadano sobre la génesis del libro ganador y de cómo concibe una forma de narrar, desde “lo que no está dicho”.

—¿Cómo surge tu novela “La invisible”?

—Fue escrito con la intención de que quede un poema de un personaje, entonces a un personaje (Rosales) le pasa algo y recibe una carta en la que se narran cosas desde otros lugares. Un ejemplo es por qué Rosales recibe cartas y no e-mails: yo había escrito diez páginas de cuando fueron los operarios de internet y no le pudieron colocar el servicio y lo borré. Pero la presencia de eso que no está, creo que potencia la presencia de lo que está, la de estos personajes que cuentan y van construyendo un relato. Porque hay un hilo narrativo a través de los poemas.

—En el libro hay personajes que aparecen, desaparecen y luego se reincorporan a la trama, ¿están vivos, mueren y luego hablan desde la muerte?

—Eso queda al libre albedrío de la interpretación del lector. Pero desde ese lugar se puede pensar el concepto desde el que intenté trabajar, que trataré de establecerlo para toda la obra futura que pienso y que hago ahora y es no narrar con culpa. Yo noto que mi narrativa, ya sea con cuentos o en las veces que intenté escribir una novela, narro desde la culpa, la culpa simple de explicar lo que no tiene que ser explicado. Ricardo Piglia da el ejemplo de que un buen texto, bien trabajado, se desvanece en la descripción de cosas que no tienen por qué ser narradas. Y tomo también lo que dice Robert Louis Stevenson en el comienzo de El muerto viviente: “Usted, lector, que está leyendo esta novela frente al fuego, no tiene idea de la cantidad de papeles y papeles que escribí para que de todos esos papeles queden estas páginas”. Es lo que a mí me gusta llamar “Teoría del andamio”.

El andamio y la casa

—¿Cómo sería exactamente esa teoría?

—Pienso que para la construcción de una casa hay que hacer un andamio. Detrás de ese andamio hay un obrero que lo fabricó pero el obrero no se puede encariñar con el andamio, porque si no va a ser una casa con un andamio y, trasladándolo a una novela, pienso que en el andamio está el detalle de lo que no es necesario. Me impuse la necesidad de borrar lo que está de más. De ahí el por qué los personajes reciben cartas y no e-mails, porque me hubiera quedado con la culpa de contar lo que siento que no tenía que contar. Me parece que tener que contar todo es un poco subestimar al lector.

—¿Qué tipo de lectura es la que preferís?

—Soy un buen lector, leo mucho. En mi caso, me encantan los detalles en el momento del detalle pero pensándome como alguien que escribe no me funciona quedarme en el detalle. Queda junto con la culpa y con lo que no tiene que ser narrado. No decir nada de más.

 

La culpa y después

—Volviendo a la cuestión de la culpa…

—Cuando me refiero a culpa es a por qué no explico tal o cual cosa. La culpa de lo no hecho, lo no explicado, y a partir de esa culpa explicar otra cosa. Son caminos distintos para narrar. A mí lo que no me sirve es el relato del hecho, del acto, de la escena. No me funciona, siento que me queda algo obsceno cuando intento narrarlo. Hay muchos cuentos y relatos que empecé que en La invisible los puedo poner en boca, puño y letra de otros personajes, con otra cadencia. Lo clásico de una narración no me funciona, tuve que armar un andamio especial para abordar un método de laburo y un estilo para poder narrar lo que yo quería y necesitaba narrar. No está conseguido del todo pero pienso seguir por este camino.

—La novela cuenta una serie de cosas que le pasan a Rosales, pero en distintos géneros que pasan por la prosa, la poesía e incluso la dramaturgia.  

— Hay un personaje central que es Rosales, no está clara su edad. Se va a vivir a la montaña, deja entrever que tiene un problema, no tan grave, bueno, quizás es lo que no importa (risas). Esos son los detalles que no están, depende de cada lector. Yo no puedo sugerir una línea de lectura. Lo importante es que el que escribe recibe cartas y todo el día toma anotaciones. Las anotaciones de sus días, que tienen un registro poético, una estructura del poema y es lo que va formando los relatos. El hecho de que mande y reciba cartas me da la posibilidad de narrar con varias voces. Rosales toma anotaciones de lo que escribe, de lo que recibe y de lo que le va pasando. A partir de eso, si se quiere, él elabora el duelo de una muerte y aparecen dos poemas de una persona que no está, y que es Jazmín. Básicamente la trama es esa, no hay nudo ni resolución de conflicto o sí, depende de la línea de lectura que cada uno le quiera dar.

Vender el libro

—¿Cómo te formaste como lector y qué elegís hoy?

—El tiempo de lectura puede ser similar a mi tiempo de escritura en lo metodológico. No puedo ser tan lineal ni para escribir un relato ni para trazar una orden de lectura a lo largo de mi vida y lo que resta. Me muevo mucho por el deseo de lectura. Ahora estoy leyendo una biografía breve de un ruso sobre Stendhal. Hay veces que me impongo cierta lectura más relacionada al estudio. Me interesé y me estoy interesando mucho por la literatura argentina y hace un año estoy muy centrado en lo que fue la revista Contorno. Me gusta mucho David Viñas. En cuanto a lo demás, voy y vengo.

—¿Cuál es tu posición con respecto al libro como artefacto cultural y objeto de comercialización?

—Creo en que hay que favorecer el mercado del libro. El criterio de no venta si es pensado desde un fin solidario puede ser contemplado y positivo pero muchas veces se intenta desde el ámbito político lanzar acciones culturales que son un lugar común, simple, no mal intencionado pero sí un lugar común que no favorece al arte. Vender un libro favorece a comercializarlo, a la difusión y a la distribución también. Vender el libro favorece a que esté en las librerías y a que haya más lectores, si no se pierden en el ir y venir político y se asimila a un panfleto.

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