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Reflexiones

Enigma tras 40 años: ¿qué buscaba Perón de Balbín?

El anciano líder, que volvía al país tras 18 años de exilio, intentó varias veces un acercamiento con el veterano radical.


Ricardo Balbín visitó dos veces en 1974 la capilla ardiente en el Congreso de la Nación en donde se velaban los restos de Juan Perón. Allí dijo su famoso discurso de despedida, y también tuvo algún comentario filoso. Antes, había estado reunido con él dos veces hablando de unidad entre PJ y UCR.

De lo que Juan Perón quería de sí mismo, del peronismo y del país en las vísperas de su muerte, hizo ayer 40 años, hay señales tan contrarias que sólo han contribuido a interpretaciones contradictorias en las que sus hermeneutas no han podido, en el último medio siglo, poner alguna claridad. Pero ninguna tan enigmática como sus expresiones sobre alguna forma de unidad con la oposición más fuerte que había tenido siendo gobierno y oposición a lo largo de su trayectoria, la de la Unión Cívica Radical.

El país que encontró en 1972, al regresar al país del exilio, vivía en un tumulto que su presidencia, y de sus vicarios Héctor Cámpora y María Estela Martínez, no lograron aplacar. Que insistiese en lograr unidad política entre los partidos mayoritarios parece aún hoy un ademán para huir hacia delante juntando las fuerzas que, creía, ayudarían a una pacificación imposible.

Perón agotó todos los recursos de acercamiento posibles, como recibirlo a Ricardo Balbín el 18 de noviembre de 1972 en la casa que ocupaba en la calle Gaspar Campos de Vicente López, poco antes de regresar a Madrid para preparar el regreso definitivo al país. En esa oportunidad, Perón le expresó al jefe radical: “Usted y yo nos tenemos que poner de acuerdo porque somos el 80 por ciento del país”. Lo que discurrieron a solas nunca lo revelaron las partes, y Balbín, cuando recordó esa cita, se limitó a explicar al Perón que le había insistido en la unidad, al punto que desde ese momento se habló de una oferta de integrar con él fórmula presidencial en el segundo término. La respuesta del cacique platense fue que el país necesitaba que las dos principales fuerzas se mantuviesen separadas y que el mejor beneficio que podía tener el sistema era una oposición radical fuerte. Lo demás fueron detalles personales, como cuando Balbín dijo que ese diálogo “fue como si siempre nos hubiésemos hablado ¡cosa curiosa! ¡Fue como dejar de lado todo lo de ayer para empezar un camino nuevo! Así, todo resultó fluido, fácil, cordial. Que usted y yo nos tenemos que poner de acuerdo porque somos el 80% del país”.

No era nuevo ese empeño de Perón de juntarse con los radicales. En 1946 había sido elegido presidente en una fórmula transversal con Hortensio Quijano, a la cabeza de una disidencia de la UCR llamada Junta Renovadora, fracción que arrastró hacia el peronismo a un importante lote de dirigentes de todo el país. Quijano fue también su compañero de fórmula en la reelección de 1952 y murió en ejercicio de ese cargo. Antes de la primera elección, le había hecho una oferta de unidad para la fórmula al dirigente radical de Córdoba Amadeo Sabattini, cacique de una fracción del partido que se reivindicaba como yrigoyenista y contraria al ala alvearista del partido, que no prosperó.

Ese ánimo de acercamiento lo ensayó el peronismo décadas después, como cuando la fórmula de 2007 la integraron Cristina de Kirchner y Julio Cobos, pergeño que probó el destino que podría haber tenido, de haber existido, una presidencia de Perón-Balbín. Quedan restos de esos armados, como el énfasis del solitario Leopoldo Moreau por permanecer dentro de la UCR hasta hoy, pero apoyando al gobierno actual al entender que hace lo mismo que hubiera hecho una administración de su partido.

En la oposición, prospera también, solitario, el entendimiento de dos dirigentes que animan en giras por el país, alguna forma de entendimiento como son Rafael Pascual y Julio Bárbaro.

Después de las elecciones de 1973, Perón insistió en el acercamiento y pudo discutir con Balbín, y sus delegados, la salida de Cámpora de su fugaz presidencia. Buscó formas estridentes de mostrarse con Balbín, como ofrecerse a hacerle una visita en la casa de éste en La Plata. Balbín le respondió que mejor sería que fuera al bloque de la UCR en el Congreso, que le daría la oportunidad de pisar el territorio del partido del cual él era presidente del Comité Nacional. Perón cedió y visitó al bloque para compartir ofertas de unidad y un austero té que se sirvió en unas tacitas de porcelana que guardó hasta su muerte el entonces secretario del bloque, Alberto Vacarezza.

Esos gestos de acercamiento terminaron con la muerte de Perón el 1º de julio de 1974. Balbín fue al Congreso en dos oportunidades a despedirlo, una para acompañar la instalación de la capilla ardiente, la segunda a decir el discurso de despedida que selló con el recordado “el viejo adversario despide a un amigo”. En la primera, rodeado de pocos pero memoriosos acompañantes, se permitió una de las frases más filosas que se le conocen a un dirigente famoso por su mordacidad: “Acompáñenme, que quiero ir a ver si es cierto que se ha muerto”.

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