Espectáculos

Conversaciones

En un país de sueños, nostalgia, lucha y dolor

En una singular mirada sobre las variables que componen el peronismo, Marcelo Scalona narra la vida de tres hermanos que comulgan con esa idea mientras oscuros negocios familiares los sumergen en un universo de poder y amor inexplicable.


Onírico, audaz, apasionado, sufriente, descarnado y nostálgico, el escritor Marcelo Scalona sumerge al lector en un mundo literario lleno de subjetividades, enigmas y protagonistas que deambulan entre el poder, la mezquindad, pero también en torno a un deseo de amor inexplicable en una realidad tan cruel como inexacta. Es que en su novela El hotel donde soñaba Perón, el autor muestra casi un espejo del contexto sociopolítico actual que vive la Argentina a través de la vida de tres hermanos a quienes los unen oscuros negocios familiares y tres peronismos diferentes, atentos a la distancia de edades que los separan.

A Javier, Esteban y Andrea Pereda, (el Clan Pereda) el autor los hizo nacer y crecer en un proceso de escritura que, según contó, le llevó casi cuatro años. Y si hay algo que no falta en el libro es la sangre, no sólo la que se derrama en una trama extensa y no menos atrapante con el ritmo de un policial que parece transportar al lector a la butaca de un cine, sino la que el mismo Scalona dejó en cada página y que salpica, interpela, lastima con verdades y escenas tan voraces como sólo puede generar el peronismo. “De hecho –dice– lo que se discute en la novela es el peronismo. Tres peronismos: uno más ortodoxo, uno kirchnerista y otro camporista y juvenil que incluso en la misma historia no termina de madurar y consolidarse”.

—¿Por qué “El hotel donde soñaba Perón”?

—Porque el tema es Perón y en mi caso hay una experiencia puntual que tiene que ver con los hoteles. Mi viejo era empleado de correo (como subjetivamente lo era el padre de los Pereda) y veraneábamos en esos hoteles que hizo Perón y, pese a que mi familia podía ser del tipo de radicales tranquilos, yrigoyenistas, mi viejo siempre nos hacía notar esto que había hecho Perón con los hoteles, fundamentalmente con el del Sindicato de Empleados de Correo en Huerta Grande.

—¿Cómo fue la génesis del libro?

—Tuve dos veces el mismo sueño: que iba al cine América, en Garay y San Martín, en donde se puede decir que pasé toda mi infancia, y en un intervalo de la película yo sentía que me chistaban, me hacían subir a la sala de proyección y ahí Perón tenía una especie de gabinete y me hablaba a mí y me decía: “M’hijito, yo quiero que sea mi secretario”. Bueno, estas cosas que tienen los sueños, a pesar que era la sala de proyección tenía una ventana enorme al río y se veían las islas del Espinillo, y me decía: “Vamos a hacer hoteles para todos los trabajadores de acá enfrente” y entonces me preguntaba “Y usted, ¿cómo lo ve?, ¿qué le parece?”.

—Con ese arraigo y pertenencia que tenés con tu barrio, seguramente los hoteles también serían para los vecinos de Tablada…

—¡Sí, por supuesto!, para los vecinos de Tablada, de Villa Manuelita, para los estibadores, los pescadores. Y volví a soñar eso. Además, esta cosa tan loca que tienen los sueños de que era físicamente el mismísimo Perón, con esa voz cascada, inconfundible, con su sonrisa, casi un retrato de Hermenegildo Sabat, ese Perón sonriente vestido con traje blanco. Pero los dos sueños terminan de la misma manera: un tipo muy indeseable, rotoso y maloliente me saca de ahí del brazo y casi me tira por la escalera. Era López Rega. Son esas cosas que tienen los sueños. Hay una escena central en un hotel que se llama “Mi Sueño”, en Lucas Gonzáles, provincia de Entre Ríos, un pueblo muy chico. Es el hotel en donde, cuando los Pereda están escapando, el hermano más chico va a buscar la guita a ese lugar. Los hoteles donde soñó perón y en los que se sueña a Perón están presentes todo el tiempo en la novela. Allí hay una cuestión ideológica muy fuerte.

—¿Y esa diferencia generacional entre los Pereda que los distancia entre el mismo peronismo?

—Ellos se llevan unos 15 años.  Casi una generación de peronismo. Uno tiene 55, Javier, (abogado) que está acomodado en un peronismo más de centro, menos lealtad y más juego amigo, este peronista que usa el bien social como herramienta para acumular poder y no al revés. Podemos imaginar a Javier convertido en una especie de Duhalde. Esteban, que es el que le sigue, es el militante puro que se ha vuelto claramente kirchnerista en la última década. De hecho, se hizo peronista por su hermano mayor pero después tienen este disenso: Javier se pasó como a la empresa política y él se quedó en la militancia pura y es el protagonista, porque van a llegar los acontecimientos de la posible derrota de 2015 y la llegada de un gobierno conservador. Ahí es cuando Esteban tiene esta pelea con Javier porque le dice que hay que negociar mientras Esteban quiere seguir con el proyecto que se pueda para la restauración del kirchnerismo o una militancia bien activa. Andrea tiene 27 años, es picante, milita en La Cámpora, tiene mucho vigor pero le falta madurez, sigue un poco a los hermanos aunque también hace cosas por su cuenta. Tiene una tesis sobre el Mayo Francés que está plasmada en el libro. Con una vida plasmada de contradicciones, a la hora de elegir, se acerca más a Esteban que a Javier. Pero Javier es el que maneja la empresa familiar y el poder lo sigue teniendo él.

—¿Dónde ubicarías a este libro en tu vida como escritor?

—Te tendría que decir que hoy está en primer lugar. Uno cada vez aprende más. Creo en eso que dice Cortázar, de que el mejor libro es el último que uno va a estar escribiendo y que probablemente no lo escriba. Creo en esa evolución. Esta novela tiene estructural, gramatical y lingüísticamente lo mismo que El Portador, que a mí me parecía que era lo mejor que yo tenía hasta ese momento pero acá hay más todavía, me lo han dicho muchos que lo han leído y, de hecho, lo han plasmado en dos hermosas reseñas Rafael Bielsa y (Matías) Magliano, que tiene un lenguaje muy poético y elaborado por momentos y por otra parte la fábula funciona con esa eficacia que tenía El Portador (acción, historia), pero en lo que es argumentación, subjetividad y lenguaje  creo que hay una superación en mi trabajo. Además esta satisfacción de escribir esta especie de libro total, que parece que no termina.

—Todos tus libros dejan ese sabor de que ponés todo.

—Es que uno no sabe cuánto más pueda escribir, ya no tenemos 30 años y así fue que durante cuatro años trabajé para decir: “Acá está todo lo que puedo decir hasta este momento”. Pero fue todo disfrute. Cuando terminé estuve tres meses en los que me quedé con un vacío enorme porque realmente uno pasa a vivir ahí adentro y de golpe es como que se cerró esa casa. Yo iba mucho a escribir a Pueblo Esther, solo con la naturaleza. El trabajo de reescritura y corrección que vino después fue como si me pusiera a trabajar en un pentagrama, como escribir música. Eso es todo goce.

—Si bien es ficción, nada más cercano a la realidad sociopolítica actual…

—(Risas) En 2013 tuve varias discusiones con amigos del taller cuando les dije que el candidato iba a ser (Daniel) Scioli. Casi me carnean. Me dijeron que estaba loco y fue Scioli. También yo sentía que había posibilidades de que perdiéramos porque había un desgaste en la gestión pero aun así insistía con que había que apoyar y pelear. Estaba esa intuición de escritor.  Lo curioso es que todos lo sabíamos desde antes y pasó. Por ejemplo, El Portador fue escrito entre 1996 y 1999, fue una elaboración del menemismo. El hotel donde soñaba Perón lo escribí como un presagio del macrismo. Fue por eso que dividí los tres peronismos, para poder hace autocrítica: pensemos, critiquémonos en el buen sentido porque si no, no sirve.

—También está tu sello en la acción y el suspenso.

—Me interesa mucho el thriller, en esta novela hay mucho más de western, de acción. Es mi lado John Ford (risas), mi lado del cine americano. Si uno piensa en Osvaldo Soriano, Roberto Artl o Rodolfo Walsh, hay un policial con enigma y misterio y, en este caso, está ese policial y hasta con dos finales, que en realidad es uno solo. Está toda esa intertextualidad con lo chamanístico, que es casi una parodia, que puede haber una posibilidad de vida eterna y de que el alma salga del cuerpo. Siempre decía un cura amigo que hay gente que no cree en Dios y cree en cualquier cosa. Me río porque el mercenario de Javier es el que se termina volviendo más espiritual en este sentido. El final de la novela es un final realista, que es del militante, como un homenaje a los militantes de los 70. Uno puede pensar en ese otro final de que uno de los protagonistas más importantes de la novela muere y sale de su cuerpo, vuelve a su casa y repasa esos últimos instantes de su vida, esas cosas que más amó y quiso conservar.