40 AÑOS DE DEMOCRACIA

ENTREVISTA / Juan Aguzzi*

“En los 80 andar en grupo era imprescindible, nos hacíamos el aguante con los estados de ánimo, eso era genial y se fue perdiendo”


Para iniciar una conversación por los 40 años de democracia en el ámbito de la cultura de la ciudad, Juan Aguzzi hace una introducción cuyo puntapié es Cucaño. El colectivo de artistas rosarinos intervino públicamente por primera vez en 1979, en plena dictadura. Junto a otros hombres y mujeres jóvenes relacionados a la poesía, la música, el teatro, el cine, las artes plásticas, y a partir de una primera performance en la sala Pau Casals, se fue conformando un grupo con la intención de poner en funcionamiento algunas manifestaciones artísticas disruptivas, que tenían que ver sobre todo con generar intervenciones públicas que rompieran el statu quo de silencio y complicidad reinante con el terrorismo de Estado.

“Conformado por algunos con más experiencia militante y una mayoría de jóvenes muy jóvenes pero con una efervescencia audaz y contestataria y un fuerte anclaje en los movimientos dadaísta y surrealista, a partir de un compromiso ético con esos postulados, Cucaño sacudió la nociva modorra de una ciudad asolada por la represión. Las intervenciones callejeras en la peatonal o en espacios concurridos y hasta en iglesias, donde se arrojaban volantes que aparecían como revolucionarios en aquel contexto, fueron parte, junto a puestas teatrales, recitales y ejercicios de escritura conjunta de esa movida. Como siempre, todo terminaba cuando alguien avisaba a la policía y había que salir corriendo”, explica Aguzzi.

Aguzzi, hoy periodista de El Ciudadano, también participaba de reuniones de carácter artístico-político junto a músicos, poetas, escritores, teatreros, cineastas, buscando siempre un lugar donde reunirse para debatir sobre la coyuntura de aquellos tiempos nefastos y con la necesidad de encontrar espacios para organizar eventos, para dar señales que la expresión artística estaba con vida y tenía mucho para decir. También casi siempre, estas reuniones casi clandestinas terminaban cuando había que salir corriendo de las razzias que la policía llevaba a cabo con la vehemencia de los primeros años de dictadura.

Para este nuevo aniversario de la recuperación del sistema democrático en Argentina comparte su mirada sobre las posibilidades de creación artística en los ochenta y algunas claves para aguantar esta coyuntura que muchas personas viven con preocupación.

Recuerda una condición fundamental de aquellos días donde regía en todo el país el terrorismo de Estado: las reuniones de grupos estaban prohibidas, no podían reunirse más de tres o cuatro personas.

“Había una situación de asfixia cultural y artística y si no estabas organizado en este tipo de militancia que era más bien periférica, era muy difícil. A su vez, a diferencia de la militancia partidaria que se había vuelto clandestina, para este tipo de intervenciones estabas más expuesto porque tenías que reunirte con personas, pedir permiso para usar ciertos lugares, por ejemplo, para hacer recitales de músic o recitar poesía”.

Sin embargo describe: “Como mucho de lo que se hacía pasaba por la música porque era lo más aglutinante, el hecho de portar instrumentos por la calle te permitía pasar un poco más desapercibido. Era menos sospechoso que andar con libros o papeles en la mano, puesto que se podían guardar dentro de las fundas. Igual nuestra vestimenta y muchos pelos largos nos delataba inevitablemente. En esa época, gracias a un actor rosarino que estaba en el área de cultura de la Asociación Cristiana de Jóvenes, nos juntábamos allí cuando las otras autoridades del club no estaban y dimos forma a lo que se llamó AMI, Asociación de Músicos Independientes; allí participaban algunos de los que serían los emergentes de la Trova Rosarina junto a Baglietto, como Adrián Abonizio y el Zappo Aguilera, pero al mismo tiempo había escritores, poetas, teatreros, bailarinas, entre todos buscábamos la forma de poder organizarnos y encontrar lugares para expresarnos. Abonizio y Zappo Aguilera también habían formado parte de los inicios de Cucaño en una histórica performance en la sala Pau Casals”.

En relación a Cucaño, señala que “fue un emergente de todo este clima tan espeso que había, algo impensado que surgió por imperio de la necesidad de expresarse, y estar también en la calle a modo de irreflexiva resistencia, el ímpetu que tenían algunos de los más jóvenes era arrollador. Teníamos una consigna que era «Por más hombres que hagan arte y menos artistas», cifrando de esa forma cierto sesgo revolucionario de buscar lo imposible, como hacían los surrealistas –porque leíamos a Artaud, Breton, Eluard, Aragón– y contra lo que estaba pasando en ese momento, contra el sistema de cosas imperantes, la represión y las desapariciones”

Década híbrida

Si bien la fecha de inicio de un nuevo ciclo democrático en Argentina se dio el 10 de diciembre de 1983, los años previos se fueron poblando de momentos y expresiones que contenían indicios de un posible cambio de rumbo.

“La Guerra de Malvinas en 1982 fue un momento detonante pero la transición empieza un poco antes, todavía no se sabía en qué iba a desembocar, qué era lo que iba a pasar exactamente, pero ahí se veía la incapacidad para negociar de la dictadura que hasta ese momento había sido mediante la represión. Esa transición se va dando casi naturalmente cuando empezó a ser posible reunirse públicamente”, cuenta Aguzzi.

La masacre que implicó la guerra “fue una bisagra, se empezó a perder el temor”: “En ese momento hubo como una ruptura con el estándar de expresiones y sus formas. Todo el mundo se soltó mucho más e incluso institucionalmente también pasó algo. Si bien todas las áreas estatales tenían todavía interventores militares, había una conciencia de que las cosas ya no funcionaban así y eso permitió una suerte de libertad para hacer cosas”.

Entonces, en lugares como la Sala Lavardén se empezaron a hacer recitales, ciertos bares del centro como el Savoy, El Café de la Flor, Underground o Saudades y algunos periféricos como  el Café Artaud, el Café de las Artes y el Café del Este, se volvieron punto de encuentro para muchísimos rosarinos y rosarinas. A la salida, la policía seguía persiguiendo y levantando gente pero las condiciones, en casi todos los casos, empezaron a ser otras a fines del 81.

Otro hecho que marcó la época previa a la recuperación democrática fue la posibilidad de firmar las publicaciones, al menos de forma colectiva, dejar el anonimato, quizás no bajo un nombre y apellido, pero sí a través de un nombre que los representara.

Volver a juntarse

Con la asunción de Raúl Alfonsín se extendieron “las posibilidades de gestionar culturalmente”. Ocurrieron desde recitales, apertura de salas de teatro independiente, muestras de artes plásticas hasta intervenciones callejeras como lecturas de poesía en plazas o funciones de teatro a cielo abierto.

“Había una idea de un arte más popular ya que había estado tan vedado. Durante la dictadura solo estaban permitidas las expresiones artísticas que comulgaban con las ideas del gobierno de facto. Ahora empezaba una nueva fase artística y no se debía instituir. Tenía que ver justamente con una salida a la calle”.

Aguzzi señala que a pesar de esa efervescencia y expectativa por la apertura política, social, cultural, “se sabía que las estructuras de inteligencia del Estado seguían funcionando en democracia”. “Estábamos alertas con muchas cosas. Teníamos formas de detectar a esos agentes, se generaba una alarma y tratábamos de cambiar los lugares de reunión. Los servicios se habían guardado un poco más pero no totalmente”

“Las intervenciones o los espectáculos callejeros, las lecturas en plazas marcaron los ochenta. Se empieza a publicar mucho más, incluso de forma artesanal y proliferan los grupos de teatro independiente. Hay una irrupción de formas de expresión que habían estado más contenidas o sosegadas como el cine y la danza. Además, dependiendo del carácter de esa puesta podía haber un debate después. Eso se hacía mucho, se debatía al término de cada actividad artística, poniendo en cuestión el por qué y el sentido. Eso se fue perdiendo. Ahora, si hay una puesta teatral y hay un debate posterior, te lo anuncian. Antes eso ocurriría de forma natural, era mucha la necesidad de pensar y decir”, explica sobre la dinámica.

El regreso de las urnas puso de manifiesto muchas necesidades contenidas, una de las más importantes para el ex Cucaño fue la posibilidad de reunión y poner en común la palabra.

“La discusión después de las actividades tenían como función pensar cuál había sido el valor que tuvieron en términos culturales, el valor como herramienta para poder seguir pensando, discutiendo o debatiendo”.

En ese punto viaja al presente para decir que “hay una diferencia abismal con estos tiempos. En los ochenta la comunión, andar en grupo, tener una comunicación más directa era casi imprescindible. No existía nada de lo digital y más allá de todos los beneficios de las nuevas tecnologías, también generaron una distancia hoy por hoy infranqueable”.

Dice algo clave: “Nos hacíamos el aguante con los estados de ánimo, eso era genial y se fue perdiendo”.

La conexión permanente de los dispositivos que fueron saliendo en los últimos quince años y el boom de las redes sociales habilitan muchos nuevos canales de comunicación pero quizás también habilitan un montón de soledades. Aguzzi marca un inicio: el gobierno de Menem, el capitalismo neoliberal y “la aparición de forma solapada de la idea de la meritocracia. Incipiente todavía, pero se empieza a tallar desde allí, y eso impacta también en las relaciones”.

¿Por qué fue tan importante todo esto? “Todos conocíamos a alguien al que le había pasado algo. Habían desaparecido a mucha gente que era muy cercana, se había producido esa situación de violencia tan tremenda, de corte abrupto del nexo, de la ligazón con el otro. Eso estaba muy latente, entonces había una necesidad muy fuerte de poder estar juntos, de pensar juntos. De hecho fue en esa década que surgieron la mayor cantidad de agrupaciones de derechos humanos. Fue una necesidad de reconocimiento en el sufrimiento por las calamidades que habían pasado”.

Reunión, palabra y sostén para aguantar. Para seguir.

*Periodista cultural, editor, crítico / ex Cucaño y coautor del libro La Rosa Trovarina (una historia de la Trova Rosarina)

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