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En esta puta ciudad

Cuando la muerte escala vienen más policías, se encarcela a más gente y se mata más. Una sucesión de hechos que se repiten desde aquel 26 de mayo de 2013 cuando asesinaron al líder de Los Monos, Claudio Ariel Cantero, y nada pudo volver atrás


Todas las políticas públicas para combatir la violencia son las mismas desde hace años. También las comunicacionales. Allanamientos, videos de allanamientos, ingresos en las villas rompiendo puertas, más policías. Juicios abreviados exprés, cárceles atestadas. Cuando los homicidios no cruzan los bulevares, o no llevan un evidente carné de laburante, pasan desapercibidos. Pasan a formar parte de la sábana enorme del ajuste de cuentas. Y con eso la muerte está justificada. No hay que caer en un falso progresismo de creer que todo se arregla con inclusión, una inclusión que debería ser distinta de las ensayadas hasta ahora, ya que nada que se haga trae consigo el trabajo. El mismo trabajo por debajo de la línea pobreza que hoy padece la clase media. No se sabe qué piensan los pibes y las pibas. Tampoco como convocarlos sin plata y sin fe a hacer algo que los saque del círculo que ahoga entre pobreza y balas. No quiere decir que la delincuencia se relacione directamente con la pobreza, pero son ellos los que más la padecen.

En una ciudad estallada, donde reina el miedo y la angustia, donde muy pocos llegan a fin de mes y hay que juntar unos pesos para prevenirse del estrago de los mosquitos ya que la inyección del dengue cuesta 70 lucas, cuesta andar y sentirse libre. La angustia de la muerte nos atraviesa. Por los trabajadores muertos, por las mujeres, por los chicos sin infancia.

Cuando la muerte escala vienen más policías, se encarcela a más gente y se mata más. Una sucesión de hechos que se repiten desde aquel 26 de mayo de 2013 cuando asesinaron al líder de Los Monos, Claudio Ariel Cantero, y nada pudo volver atrás.

En esa época se ensayaban fotos de allanamientos, con autos de alta gama, con equipos de sonido y con el lujo que se exhibía en La Granada, donde el porcelanato reinaba.

Hoy se necesita mostrar otra cosa. Las cárceles de Bukele cuando se abren a los medios buscan mostrar a la sociedad una especie de tortura, una venganza hacia el mal que ubica al político en los más altos rangos de popularidad. Pero reproducir esa foto en Rosario con presos de bajo perfil -ya que son cárceles provinciales- buscó un marketing aislado y confuso, cuando no hay ningún plan para pacificar la ciudad. Sólo discursos y fotos, algunos videos, que lejos de calmar las calles hablan de una guerra que ya fracasó pero se revive.

La única certeza es que con la misma receta el resultado es el mismo. Y que a la hora de establecer prioridades la vida tendría que ocupar el lugar más alto. En una ciudad con contenedores de basura custodiados por personas revolviendo la mierda para saciar el hambre. Por pibes que arrancan cables y se juegan la vida porque no hay nada, todo va a empeorar. Esa gente que se mira con recelo y jamás portó un arma pero igual se juega la vida. Las ollas vacías, como todo, resignifican este contexto donde el Estado sólo aparece en forma de policía –o peor aún, ya que amenazan con que aparezca en forma de militar– y no le sirve a nadie.

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