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Emoción soberana pandémica, el miedo a enfermar y morir. Reflexiones desde los Cuidados Paliativos

El miedo a la muerte encarnada en un virus globalizado se hizo omnipresente, desmesurado, de percepción ubicua, cotidiana, doméstica, emoción por excelencia que hasta el año pasado era un sentimiento angustioso que acontecía en los hospitales, sanatorios, hospicios o internaciones domiciliarias


Lic. en Trabajo Social Maricel Andreatta/ Colegio de Profesionales de Trabajo Social de la 2da Circunscripción.

 

En este contexto de pandemia mundial donde las sociedades se encuentran  enfrentadas a un virus nuevo,  parte de la población comienza a experimentar una series de emociones donde el miedo a enfermar y a morir se convierte en una emoción soberana en las vidas cotidianas, situando a las personas, principalmente las clasificadas y denominadas “de riesgo” por los gobiernos vigentes, en estado de alerta e híper vigilancia ante esta amenaza. Emoción intensa que en los principios de la pandemia alertó y activó a tomar medidas de auto bioseguridad, de disposición emotiva a respetar los imperativos biopolíticos ciudadanos de hacer la cuarentena, el uso del barbijo, el lavados de manos para no contagiar-contagiarse y distanciamiento social para alejar lo temido.

El miedo a la muerte encarnada en un virus globalizado se hizo omnipresente, desmesurado, de percepción ubicua, cotidiana, doméstica, emoción por excelencia que hasta el año pasado era un sentimiento angustioso que acontecía en los hospitales, sanatorios, hospicios o internaciones domiciliarias. Turbación  presentada y representada  contextualmente como una situación de amenaza a la vida, forjando a personas en sus comienzos, que resonara como angustia, pánico, ansiedad, fobia, estrés e incertidumbre, todas expresiones de impacto emocional con fuerte repercusión física, psíquica, social ante el pensar en la  posibilidad de muerte propia como la del  otro, la del ser amado –el hije, madre, padre- todo vínculos convivenciales y afectivos.

La infodemia exacerbó esta percepción emotiva situacional intensa, al mostrar por los televisores, celulares, computadoras, diarios, las terapias intensivas habitadas por rostros abolidos y con pocos lenguajes; cuerpos sedados, tecnificados, inmovilizados, monitoreados por máquinas y en proceso de tener una  muerte solitaria y alejadas de los afectos. Espacio de liminalidad existencial de vida-muerte, de pérdida de soberanía de la propia vida y del poder decidir sobre ella, provocando a través del mirar la experiencia de muerte del otro reacción de angustia ante la propia muerte. Espacialidad de prácticas médicas a cuerpos infectados, poniéndolos en debates bioéticos en  temas relacionados a las tomas de decisiones en final de vida como son los testamentos vitales y anticipados, sedación final, cuidados paliativos, algunas dimensiones que hacen a la autonomía de las personas y el transitar del morir con dignidad humana, los límites de la temporalidad vida. En este espacio-lugar de recuperación como del morir, dos controversias dilemáticas se suscitan con respecto al decidir y asistir,  una es relacionada al acceso del recurso tecnológico que es el respirador de asistencia mecánica ¿Quiénes serían los atendidos para su recuperación y quiénes no ante una situación de saturación y de falta de los recursos necesarios? La condición de los posibles no, que recibirían asistencia de final de vida, genera la segunda controversia de discusión social y en los sistemas de salud relacionada a la dignidad en el morir para que no sea en soledad, la interdicción en la despedida final.

Varios de estos dilemas pandémicos, son reactualizaciones de algunas  discusiones que se dieron en los años 60 en un contexto de surgimiento de uso y abuso del respirador de asistencia mecánica, aludiendo a situaciones de obstinación terapéuticas  que referían a las conductas de profesionales que desarrollaban sus prácticas asistenciales en las terapias intensivas, forzando desproporcionadamente la prolongación de la vida a personas que estaban en etapas terminales. Es a punto de partida de esta polémica que se produjo el surgimiento  de la Bioética como disciplina, así como la de los Cuidados Paliativos para arbitrar y humanizar los procesos de atención  de final de vida  conectados a tecnologías.

Como vemos, los orígenes de los Cuidados Paliativos se dan en un contexto de  prácticas consideradas deshumanizadas. En oposición a este modo de actuar, se funda en 1967 en Londres  el hospicio St. Christopher’s Hospice, institución que asistiría a personas con enfermedades incurables, avanzadas y transitando por un proceso límite-extremo de vida. El objetivo de este hospicio moderno era brindar un lugar que contara con la capacidad científica de un hospital y con la calidez de un hogar, permitiendo a los vínculos afectivos presenciar la muerte cuando el paciente entraba en agonía acompañándolo por medio del rito de partida. La pionera de esta práctica asistencial fue Cecily Saunders, trabajadora social, enfermera,  médica y también precursora del movimiento conocido como hospices modernos que surgieron en un escenario epocal de movimientos sociales, políticos, económicos, culturales, que incluyeron en sus reclamos a los enfermos crónicos y terminales, sujetos pasivos de las prácticas médicas solicitando para ellos el derecho a morir con dignidad y poniendo en debate la eutanasia en los países de Europa, Estados Unidos y otros.

Saunders con esta nueva propuesta de atención, introduce una definición que sería la orientadora en las prácticas asistenciales en Cuidados Paliativos  que es el concepto de dolor total.  Modo de pensar y actuar emergente produciendo  una “revolución” en la atención de estos pacientes, donde no solo es destacada la labor de Cicely Saunders, sino también de Elisabeth Kübler-Ross con su publicación en 1960 en Estados Unidos del libro Sobre la Muerte y los moribundos, delineando ambas el inicio de los marcos conceptuales y operativos de los Cuidados Paliativos.

Con estas nuevas prácticas discursivas y no discursivas de mirar a la muerte como un proceso natural afirmando la vida, a partir de 1980 comienzan a expandirse por el resto del mundo, desarrollándose nuevos modelos asistenciales adaptados a cada sistema sanitario con sus marcos políticos, económicos,  sociales, culturales  y religiosos de cada país.

Hoy en día, las terapias intensivas y la muerte tecnificada vuelve ser tema de debates bioéticos, donde son las organizaciones internacionales de Cuidados Paliativos, incluida las de Argentina, las que comienzan a pronunciarse sobre la necesidad de incluir protocolos de asistencia paliativa en el escenario actual de pandemia y de su permanencia en los sistemas de salud con recursos profesionales suficientes y formados en esta práctica. ¿Por qué la importancia de su inclusión? Su  relevancia tiene que ver justamente con la posibilidad de contar con profesionales formados con capacidad y asistencia digna a personas con enfermedades graves-crónicas, curables o no.

Es un hacer y decir asistencial que reafirma la vida considerando a la muerte como proceso natural, buscando estrategias de atención que no aceleren su  llegada ni que la pospongan artificialmente, procurando en lo operable el bienestar y una vida activa hasta que sobrevenga la muerte, todas dimensiones de la intervención que configuran la asistencia integral al  dolor total. Para ello los equipos paliativos deben configurarse multi o interdisciplinarios integrados por  médicos, trabajo social, psicología, enfermería, kinesiología y otras disciplinas a fines, estableciendo como objetivo proporcionar alivio al dolor físico y a otros síntomas angustiantes provenientes de aspectos psicológicos-emocionales, sociales-vinculares- de acceso a los derechos asistenciales, éticos-morales y religiosos-espirituales, de la persona enferma como a sus vínculos afectivos y/o de sostén que forman  su vida cotidiana.

Los profesionales paliativos al asistir en los procesos del morir, muerte y duelo, como venimos, intervienen sobre las emociones que genera la posible muerte expresadas en angustia, ansiedad, pánico, estrés, todas percepciones emotivas del miedo que cambia de tonalidad según los distintos momentos temporales del tránsito de la existencia hasta el límite de la misma.

El miedo a la muerte es una emoción que se suscita con frecuencia en la cotidianeidad, pero cuando sobreviene una enfermedad crónica e incurable, su tonalidad de percepción se intensifica generando padecimientos subjetivos en muchos, requiriendo de atención profesional y/o espiritual para paliar en lo posible el sufrimiento que genera el pensar en la finitud existencial, que como vengo expresando, es una de las partes de asistencia de los paliativos.

Desde mi experiencia en el campo de los Cuidados Paliativos, asistiendo como sanitaria de salud a personas que reciben atención de los servicios de oncología e internación domiciliaria pediátrica, lugares donde realizo mi práctica profesional, reflexiono a partir de la interacción con pacientes, compañeros de trabajos y otros vínculos cotidianos que habitan este escenario pandémico, que el miedo a la muerte es la emoción soberana existencial que turba y perturba, impacta emocionalmente ante una amenaza no corpórea como es el virus que se conoce como Coronavirus SARS-CoV-2 y a la enfermedad que causa denominada COVID 19.

Emoción situacional pandémica que afecta de diferentes modos a las personas que según sus actitudes hacía la muerte, la clasificación de riesgo por  grupos etarios- enfermedades – comorbilidades, los modos de vivir la cuarentena, solos- en familia- o en instituciones de alojamientos-, los padecimientos subjetivos a priori,  las condiciones sociales y de vulnerabilidad social, inserción laboral -trabajadores esenciales- desocupados- precarizados- informales, todas situaciones particulares  que configuran un mapa de riesgo situacional pandémico.

Dentro de las particularidades es de interés precisar la reflexión sobre los trabajadores denominados esenciales, que por su necesariedad y disposición de circulación por el afuera del hogar, del lugar-espacio de mayor protección, es en ese  salir que se intensificaban los sentimientos negativos ante la exposición a lo que daña.  Ante esta percepción disruptiva, la auto exigencia al cuidado como modo de supervivencia personal y para el otro, excedía los límites adecuados, afectaciones que en algunos tuvo y tendrá intenso impactos subjetivos.

Los trabajadores de la salud al estar también en ese afuera del “quédate en casa” por disposiciones imperativas biopolíticas, debieron aprender a proteger sus cuerpos con ropajes pandémicos, a cubrir sus manos con guantes y/o alcohol, sus rostros con barbijos y máscaras como también las expresiones de sus  rostros que generaba el estar ahí, en ese espacio de asistencia, circulación y  de extrema tensión ante la posible irrupción de lo temido. Estar ahí, en ese campo construido mediática y políticamente con un discurso bélico, con líneas de exposición de los que están adelante, frente a un enemigo no corpóreo que tomaba los cuerpos para introducirse en ellos, enfermar a algunos y matar a otros. En esa primera línea, la tele información y la digitalización globalizada repetían cotidianamente “estos son los héroes y heroínas”,  imagen de construcción biopolítica con potentes mecanismos de subjetivación hacía los profesionales de la salud para que toleren y soporten el seguir estando ahí, que amén ser glorificado por el resto de la población así no claudican en la batalla para que todos lleguemos a la tierra prometida, al mundo inmunizado. Construcción de mensajes e imágenes estilo espectáculo con argumentos mesiánicos en algunos momentos, de seres con compasión, amor por el otro, al trabajo, con compromiso técnico para sostener las vidas ahuyentando la muerte, todos ritos de sacrificios de pocos para proteger a muchos, mezcla ambigua de ficción y realidad situándolos en una sobre exigencia del estar ahí, en los límites del umbral físico y psíquico de la tolerancia. ¿A quiénes beneficia este montaje del espectáculo con relatos mesiánicos? Seguramente cuando la pandemia vaya llegando a su fin, chorros de tinta seguirán corriendo por los canales mediáticos y textos de intelectuales dando cuenta de las consecuencias de estas imposiciones y exposiciones de los trabajadores de la salud; pero hoy, en su aquí y ahora situacional, los sanitarios son seres humanos, también impactados por esta percepción emotiva situacional intensa de miedo a la muerte, debiendo  desarrollar estrategias para afrontar esta emoción que angustia por el estar ahí y sin tregua de descanso.

En muchos sectores de salud, durante los primeros meses de comienzos de los contagios, ante la falta de protección de los ropajes pandémicos, estuvieron en el campo con la túnica y la palabra diciendo distancia social para que el virus no se encarne en sus cuerpos, metáfora mesiánica de desprotección bio-política-laboral; medida que no protegió algunos cuerpos sanitarios produciendo sus fallecimientos, suceso que acrecentaba la percepción situacional emotiva como también de  congoja ante la pérdida de ellos.

Otra de las vivencias de impacto emocional la constituye el regreso al hogar, a ese lugar-espacio en que habitan los vínculos, el ser amado por elección afectiva y también con requerimiento de asistencia esencial de cuidados. En este regreso, esta emoción  seguía siendo intensan en muchos por el temor de estar  transportando  en sus cuerpos lo temido, lo que estaba ahí  en  el afuera del quédate en casa pudiendo ingresar en el hogar y dañar lo querido.

Y así se podría seguir argumentando como afecta a las personas esta experiencia de vivir y sentir el miedo a la muerte tan presente hoy en el escenario de pandemia, emoción situacional que impacta y requiere de asistencia tanto en los hogares, instituciones de alojamientos,  en los lugares de trabajo como también en las temidas terapias intensivas. Contexto de emergencia que requiere de personal de la salud capacitados en esta temática, siendo los idóneos los profesionales formados en  Cuidados Paliativos, por sus prácticas en los procesos del morir, muerte y duelo, teniendo como objetivo asegurar la calidad de vida a la persona enferma y a sus vínculos afectivos hasta que la muerte acontezca.

Como profesional sanitaria formada en Cuidados Paliativos, muchas fueron las intervenciones realizadas durante la pandemia, escuchando y acompañando a personas que estaban padeciendo esta emoción intensa del miedo a la muerte, como otras relacionadas a este campo.

Solo queda por expresar el deseo que sea promulgada y sancionada a la brevedad la ley de Cuidados Paliativos Nacional, para que asegure la incorporación de profesionales suficientes en el sistema de salud tanto público como privado, hoy y siempre, con el fin de que toda persona que transita por una enfermedad crónica- grave y en final de vida  pueda recibir asistencia total hacía su dolor y sufrimiento  físico-psíquico y social con dignidad.

 

 

 

 

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