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Emma de la Barra: la rosarina que escribió el primer best seller de la Argentina oculta tras un seudónimo

En 1905 se publicó “Stella, una novela de costumbres argentinas”. La obra llevó la firma de César Duayen, pero la verdad se supo en poco tiempo. En realidad, había sido escrita por una mujer, algo impensado para la época. En cinco años, el libro llegó a 20 reediciones y se tradujo a varios idiomas


Revista Caras y Caretas

Buenos Aires, 1905. En las librerías, los carteles intentan calmar las ansias de las y los lectores y anunciaban que, pronto, saldría una nueva edición de Stella, la novela costumbrista firmada por César Duayen. Desde su publicación, Stella no paraba de agotarse. Con cada edición de mil ejemplares, las estanterías pasaban, en horas, de estar cargadas de libros a quedar en cero. Stella fue el primer best seller de la Argentina que, además, guardaba un secreto: César Duayen era en realidad el seudónimo que utilizaba la rosarina Emma de la Barra para firmar sus obras. Porque en una Argentina que pisaba el centenario, ser mujer y escritora no estaba bien visto.

Emma escribió Stella después de los 40. Había enviudado hacía poco del tío con el que, años antes, la habían casado, porque don Juan de la Barra poseía dos veces la fortuna de su padre.  Su padre también había muerto y Emma, radicada en La Plata con su mamá, tenía el destino casi escrito: guardar luto dentro de su casa. En ese encierro, la escritura fue su aliada. De su pluma nació Stella, una novela que relata la vida de dos hermanas criadas en Europa que, ante la muerte de sus padres, quedaron al cuidado de sus tíos en la Buenos Aires de principios de siglo XX.

Un poco de historia

Emma de la Barra nació en Rosario en 1861. Pertenecía a una familia criolla a la que no le faltaba la sangre azul. Su mamá era Emilda González Funes, descendiente de una familia aristocrática cordobesa. Su papá era don Federico de la Barra, político, periodista, descendiente del virrey Juan José de Vértiz -que gobernó el Río de la Plata en el siglo XVIII- y fundador del primer periódico rosarino: La Confederación.

Los de la Barra pertenecían a la élite rosarina. La casa familiar estaba ubicada en lo que hoy son los fondos de la Catedral, cerca de la actual plaza 25 de Mayo, y donde antes estaba la iglesia de la Matriz. La Rosario de mediados del siglo XIX no era ni los vestigios de lo que iba a comenzar a ser en poco tiempo, con un crecimiento acelerado a fuerza de inmigrantes que llegaban al país como mano de obra obrera desde una Europa que los expulsaba.

Federico llegó a la ciudad en 1953. Político y periodista de pasado rosista, dio un vuelco ideológico después de la batalla de Caseros y pasó a las filas de Urquiza, quien había asumido el cargo de presidente de la Confederación Argentina en 1854. Ese mismo año, de la Barra fundó el periódico La Confederación, que defendía las ideas del caudillo entrerriano. El primer ejemplar fue publicado el 25 de mayo de 1854. Fue en la primera imprenta que tuvo Rosario. Antes de eso, todo, hasta las comunicaciones del Estado, se hacían de puño y letra.

Hasta el inicio de su juventud, Emma permaneció en su casa familiar. Allí inició su contacto con el mundo cultural, en las tertulia políticas y también culturales promovidas por su padre, a las que asistían personajes notorios de la ciudad. Además, en su adolescencia comenzó a participar de los mitines de las organizaciones progresistas de las últimas décadas del siglo XIX.

Pero a los 24 años, su futuro quedó arreglado: se casaría con el hermano de su padre y viviría en Buenos Aires. Sin embargo, esto no limitó los horizontes de Emma, que se integró a la vida social porteña y fue parte de hechos socioculturales relevantes del país: participó en la creación de la Sociedad Musical Santa Cecilia y trabajó para la apertura de la primera Escuela Profesional de Mujeres y de la Cruz Roja Argentina, junto a su prima materna, Elsa Funes de Juárez Celman, quien más tarde sería presidente de la Nación.

Stella

En 1904, Juan de la Barra falleció. La situación de Emma era, en ese momento, delicada. Una mala inversión en un proyecto de viviendas obreras había diezmado su fortuna. La rosarina se trasladó con su mamá a la ciudad de La Plata a transitar su reciente luto. Su destino parecía escrito: les esperaba la vida de dos viudas, en reclusión y soledad. Pero ella decidió reescribirlo. En unos meses, su opera prima Stella, novela de costumbres argentinas, estuvo en manos de un editor, gracias al favor de su amigo, el periodista Julio Llanos, que más tarde se convertiría en su segundo esposo.

Stella se publicó en 1905, pero no bajo su firma, sino que fue atribuida César Duayen. Y fue un éxito de ventas, a tal punto de convertirse en el primer best seller que vio la Argentina.

La novela narraba situaciones comunes de personajes reales de la sociedad argentina, de algún modo reflejados en ella. Ya en su vejez, en una entrevista, Emma dijo: “Hace un cuarto de siglo las mujeres ocupábamos una situación especialísima dentro del ambiente social. No se concebía la posibilidad de que transpusiera los límites del hogar sin que violara los más elementales preceptos de su organización. ¿¡Cómo iba a atreverme a firmar una novela?! ¡Qué esperanza! Era exponerme al ridículo y al comentario…”.

Leer Stella es como leer la historia de Emma y de otras jóvenes de la Buenos Aires de principios del siglo XX. La novela narra la vida de dos hermanas (Alejandra y Stella) que llegan a Argentina desde Noruega para alojarse en la casa de su tío materno. Alejandra y Stella son opuestos: la figura de una hace resaltar las fortalezas y debilidades de la otra. Representan los caracteres femeninos y la situación de la mujer en la realidad social y familiar argentina. Lo que la mujer padecía y aquello por lo que debía luchar.

Stella agotó ediciones de mil ejemplares una tras otras. Se dice que hasta Bartolomé Mitre mandó a comprar diez y los incluyó en distintas bibliotecas. Los rumores de que César Duayen era sólo un seudónimo se extendieron por toda la sociedad porteña, hasta que el periodista de El Diario, Manuel Lainez, puso fin al misterio: “Corresponde a una bellísima dama, la señora Emma de la Barra”.

La novela se tradujo a varios idiomas y llegó a 20 reediciones en cinco años. En la edición catalana –a cargo de Casa Maucci-, fue prologado por Edmundo De Amicis, quien definió a Stella como “un éxito clamoroso, como no lo alcanzara jamás en el Río de la Plata novela alguna de escritor argentino”.

“Stella es una novela genuinamente argentina, una pintura de caracteres y de costumbres de aquél pueblo adolescente, de aquella sociedad varia y vivacísima. Pero no se trata de una pintura adulteradora. No sé de ningún escritor argentino que haya dicho nunca tan abiertamente a su país tal número de verdades, tan duras de oír como útiles y dignas de meditar, y que su país haya acogido con aplauso tamaña sinceridad, es cosa que le da honor”, dice De Amicis, y agrega: “Una dama argentina, a quien la alta sociedad de Buenos Aires admiraba por su gracia exquisita y por la vivacidad de su ingenio, quedose viuda en la flor de su juventud y se retiró con su madre a la ciudad de La Plata y después de pasar varios años en ocupaciones y cuidados nuevos para ella, escribió una novela. No lo hizo movida por un sentimiento de ambición –que no tenía conciencia de sus propias facultades, por no haberlas ejercido antes en ninguna forma de composición- sino por el impulso espontáneo de su talento madurado en la soledad y de su alma templada a la desventura”.

El éxito de Stella impulsó a Emma a seguir escribiendo. En 1906 publicó Mecha Iturbe, que no alcanzó el éxito de su ópera prima. Luego, en 1908, vio la luz El Manantial; y más tarde publicaría en folletines las novelas Eleonora (1938) y La dicha de Malena (1943).

Emma de la Barra falleció el 1947. En su último año de vida, la rosarina asistió al estreno de Stella, una película argentina dirigida por el español Benito Perojo, que no tuvo demasiada consideración de la crítica.

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