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El tiempo y las valoraciones de acuerdo al paso de los años

Por Raúl Koffman.- Se suele decir que el tiempo es un gran maestro, y se refiere al mismo hecho: diluye importancias y valoraciones.


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Escribió una vez Mujica Lainez: “Yo creía que nuestra historia era única; y luego me resigné a comprender que no lo era, y ahora sé que no hubo otra igual”. La historia es única porque no puede haber otra igual y porque no puede ser de otra manera. ¿Cuál es entonces la diferencia? La diferencia parece ser valorativa. Si para el autor, “única” no es sinónimo de “sin otra igual”; la diferencia es valorativa y parece ser producto del paso del tiempo (“y luego”…) y de la resignación correspondiente.

El tiempo cambia las valoraciones. Hay situaciones que con el tiempo parecen “agrandarse”, y otras que con el tiempo tienden a apagarse. Simplificando: con el tiempo toman más valor o toman menos valor. Mujica Lainez se refería a la segunda posibilidad. Como dijo alguna vez un poeta gaucho: “El tiempo es gran señor, y grande el tendal que deja”. Las diferencias valorativas en menos (valor) son parte de este tendal. Esa historia amorosa nombrada y su condición de “única” ya no tienen el mismo valor que en el momento de perderla, aunque siga siendo única.

También se suele decir que el tiempo es un gran maestro. Y se refiere al mismo hecho: diluye importancias y valoraciones. Cuando no diluye, podríamos deducir, es mal consejero: hace vivir en el pasado. La resignación de la frase inicial se refiere a que el autor pudo finalmente diluir importancias, quitar valoraciones que podrían resultar exageradas con el tiempo.

El tiempo y las diferencias valorativas “dan trabajo”, cuesta hacerlos, aunque muchas veces se haga casi sin darse cuenta: un día nos damos cuenta de que ya no es lo mismo. Dejar de querer a alguien, dejar de extrañar o de necesitar tanto, las limpiezas periódicas de cajones suponen cambios valorativos. Algo o alguien dejan de ser “tan importantes”, tan valiosos como para ser conservados. Y no supone intencionalidad, sino un proceso que se desarrolla naturalmente. Como dice la canción: “Se me olvidó que te olvidé; a mí, que nada se me olvida…”.

Activo y pasivo

Por supuesto que no es lo mismo ser sujeto activo o pasivo de esta acción. Activamente “desprenderse” (dejar ir) de alguien no se siente igual que cuando alguien se desprende de nosotros: siempre nos parece injusto. El amor propio no resiste tal prueba de la realidad. Por eso, a veces hay tantas guerras por no poder terminar a tiempo. Ser des-valorizado (no tener el mismo valor ante el otro como para ser conservado) es humanamente doloroso. Ser “descartado” se convierte en un peso difícil de llevar: en el mismo momento que el otro se quita un peso de encima. Pero no resignarse a ello supone “ser imprescindibles”, seres de los que el cementerio está lleno.

Descartar y ser descartado, el juego de elegir y des-elegir, y el tiempo como maestro, dicen, “endurece”. “Llorar sobre la leche derramada” es signo de debilidad. Saber perder y tolerar la frustración hoy son signos de buena salud mental. Son los tiempos de grandes cambios y de grandes incertidumbres en los que nos tocó vivir.

Aclaración

Nada de todo lo anterior, se refiere a la des-afectivización o a la des-afectación, sino a la transitoriedad y al cambio. En los próximos cincuenta años será muy difícil encontrar matrimonios de cincuenta años (las Bodas de Oro). Mucho algodón o papel, quizás algún bronce, en lugar de oro. Si el “para toda la vida” se creó en el momento en que el promedio de vida eran 35 años (sin vacunas, antibióticos ni anestesias), hoy con promedio de 80 años lo que sucederá a lo largo de una vida parece imposible de predecir o de asegurar. Y en el próximo siglo, menos aún.

El “para siempre”, como el príncipe azul y la mujer ideal, hoy se entiende como debilidades valorativas y como rigideces (que no es lo mismo que la dureza necesaria para no morir en el proceso). Ser flexible y andar sin mucho peso en el viaje de la vida son características que hoy son bien valoradas.

También es cierto, y cabe aclararlo, que el “para siempre” no significa lo mismo cuando “se tiene toda la vida por delante” que cuando la vida lo lleva por delante o cuando ya no queda toda sino sólo una parte. Lo que demuestra la condición de gran maestro del tiempo para con el cambio de las valoraciones. ¿Será verdad que el tiempo convierte a las personas en conservadoras? Si es así, quizás es porque el tiempo genera debilidad e incertidumbre por lo que conviene conservar lo que se tiene antes que arriesgarse con menos recursos que antes para competir. Además siempre se defiende aquello de lo que más se conoce y que mejores resultados dio. Finalmente una defensa de la propia identidad. Sabio, muy sabio, si es así.

Cotidianeidad valorativa

Nuestra cotidianeidad es valorativa. Permanentemente damos y quitamos valoraciones a las situaciones, objetos y personas. Es la prueba de que un proceso se desarrolla y de que hay movimiento, por tanto vida.

Recuerde sus valoraciones de hace diez años y confirmará esta idea. Por otro lado, si no hubiera diferencias valorativas todo tendría el mismo valor para todos. Que es el sueño de las sociedades que buscan la homogeneidad para lograr la obediencia sin conflicto. La historia está llena de intentos en ambos sentidos: homogeneidad o valoración de la diferencia.

La dirección del proceso es quizás lo más discutible. No todos acordarán sobre los cambios valorativos porque están incluidos, los llamados “valores”. Los “valores” son valoraciones sociales, sujetas a cambio y esto siempre generó grandes discusiones. De allí que haya conservadores (de valores) e innovadores que mañana resultarán conservadores ante nuevos innovadores. Y otros afirmarán que algunos son incuestionables, no sujetos a cambio. Las valoraciones unen y separan, alían y enemistan. Finalmente, es la historia del mundo.

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