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El sueño de guerra de Alicia

La versión de “Alicia en el país de las maravillas” que lleva la firma de Tim Burton exhibe a pleno toda su imaginería pero adolece de un guión demasiado simplista debido a la producción de la factoría Disney.

 

El despliegue visual de “Alicia..” pone en evidencia la fértil imaginería de Burton.
El despliegue visual de “Alicia..” pone en evidencia la fértil imaginería de Burton.

Al finalizar Alicia en el país de las maravillas, no quedan dudas respecto a que se trata de una versión con un marcado sesgo disneyniano que probablemente haya opacado gran parte de la intención superadora que Tim Burton, el director de esta versión, pueda haber tenido, conociendo sus dotes para volver un relato cada vez más oscuro en tren de indagar sobre las desdichas del alma humana y su envoltorio físico. En efecto, poco hay en esta Alicia de esa crítica ácida hacia los instrumentos reguladores de la conducta que Burton hizo visible en títulos como Ed Wood, La leyenda del jinete sin cabeza o, sin ir más atrás, la musical Sweeney Todd, donde los personajes condenados arrastran sus grilletes llevándose puesto a ideólogos y ejecutores de sus sentencias.

Sin embargo, hay que reconocer, la imaginería de Burton sigue intacta y el maravilloso mundo de Alicia es un universo plagado de especies fantásticas, tanto humanas –con sus deformidades y desmesuras–, como animales –que hablan y se emocionan–, y vegetales –que también hablan y toman partido–, en una tierra apocalíptica –su textura dark imprime esas líneas de fuga que dan un paisaje aciago pero al mismo tiempo pleno de alucinadas coloraturas– sobre las que el realizador desarrolla los incidentes que dan cuerpo al relato, a esta versión del libro de Lewis Carroll que llevó adelante bajo la mirada atenta de la factoría Disney. Mirada que no estuvo puesta sólo en la marcación de algunas pautas, sino que partió desde el mismo guión escrito por Linda Woolverton, experimentada libretista que generó productos como La bella y la bestia y El rey León para su empleadora.

Esta Alicia en el país de las maravillas tiene puesta toda su fuerza en desplegar la idea conceptual que tanto preocupa a Disney, la de establecer la lucha entre el bien y el mal, con personajes claramente definidos en ambos bandos y con un enfrentamiento final que, en este caso, tiene una alegórica connotación cristiana: la Alicia ataviada como un cruzado que enfrenta a una bestia similar a un dragón remite al San Jorge que  la mitología popularizó en estampillas y frescos de iglesias. En este sentido no hay muchos matices, hay persecuciones, engaños, infiltraciones, calvarios, siempre en la dirección de conseguir el triunfo de unos sobre otros y, claro, con Alicia como embanderada de esa odisea para devolver un estado de cosas donde reinen el orden y la tranquilidad.

De todos modos, planteada la cosa así, aun sin sus manos sueltas, Burton se las ingenió para seguir sumando créditos a su blindada creatividad.  Sus criaturas siguen siendo extraordinarias y el impecable manejo de la técnica stop motion provee al relato de la magia propia del mundo de los sueños, ese sueño mágico que Alicia insiste en creer que tiene y del cual no puede despertar. Un país que en mucho replica al que Alicia pertenece en la realidad –Burton decidió que su Alicia tenga 20 años y esté a punto de casarse por conveniencia con alguien a quien no ama–, pero más franco en sus conductas expuestas, en todo caso sin la hipocresía de la nobleza británica a la que la joven pertenece y a la que Carroll criticaba sin ambages en el texto original.

Así desfilarán la Reina Roja, que no tardará en atraer toda la atención en su despliegue insolente de personaje tan malvado como disparatado; el Sombrerero Loco –un Johnny Depp con un aire al Willie Wonka de Charlie y la fábrica de chocolates–,  en el que el realizador pone a jugar la figura del antihéroe con la emotiva humanidad a la que es tan afecto; la Reina Blanca, un personaje etéreo que dispensa bondad –no se permite ejercer ninguna violencia personal contra sus enemigos– y quiere volver a reinar con la ecuanimidad en que ha forjado su carácter; luego están, con ropaje de freaks o  animales humanos, el Conejo Blanco; los gemelos Twidli Dim y Twidli Dum; la Oruga parlante y fumadora que parece guiar el sueño de Alicia; Sonriente, un gato que se esfuma y es una suerte de voz de la conciencia que estimula algunas acciones; la temerosa Liebre de Marzo; el despiadado Sota de Corazones y el monstruoso Jabberwocky, a quien Alicia cortará su cabeza en aras de que el tiempo pasado regrese con todo su esplendor, un tiempo pasado del que ella misma fue partícipe en aquel viaje anterior a esa país, siendo una niña, y que luego de las vicisitudes de la hora actual podrá recordar.

Si todo esto está puesto con la gracia y el dominio de recursos que la maestría de Burton exhibe, ¿Qué no hubiera hecho de no tener a un gran estudio de la industria como socio?

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