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El sismo en Chile fragmentó más que vidas y edificios

Presentado como el más moderno y exitoso, el país descubrió con el terremoto sus contradicciones.

La catástrofe humana y material producida por el terremoto y tsunami del pasado 27 de febrero en Chile representan un duro desafío para su sociedad. Presentado como el más exitoso y moderno de América latina, el país trasandino descubrió tras el desastre el rostro de la pobreza y la desigualdad. Ellos mismos descubrieron que sintieron el sismo como si fueran Japón pero se descubrieron frente al desastre al estilo haitiano. En tanto, no pocos analistas coinciden en que los saqueos en Concepción, la ciudad más golpeada, tienen su origen en el sentimiento de revancha de los sectores más postergados. Una deuda pendiente de los 20 años de gobierno de la centroizquierda. Por su parte, el entrante gobierno del millonario Sebastián Piñera ya comenzó a desandar su ideología de bajar lo más posible los gastos del Estado y aseguró que incrementará el estipendio público.

El pasado sábado 27 de febrero, un violentísimo sismo sacudió Chile con epicentro en la ciudad de Concepción, el tercer centro urbano en importancia también conocido como la perla de Biobío. El saldo es trágico, más de 800 muertos según cifras oficiales, 500 mil hogares destruídos con un millón de personas sin techo. La tarea a realizar enumera decenas de escuelas, hospitales, puentes y rutas a reconstruir únicamente en la parte pública. El gobierno expresó que harán falta 3 años y 12.000 millones de dólares para la reconstrucción de la región central de Chile. Sin embargo, el gasto más importante responderá al trauma psicológico, social y político que sufrió la sociedad chilena.

Un país moderno.

El sismo de la intensidad que en Haití provocó alrededor de 300 mil muertos, en Japón se cobra algunas pocas vidas. En el cataclismo cuentan no sólo la riqueza de la sociedad sino también la capacidad del Estado para brindar auxilio y prevenir los siniestros. Es obvio que en el país caribeño, el rol del Estado es casi inexistente mientras que el diagnóstico incorrecto de la Marina chilena sobre el tsunami, costó miles de vidas. Tampoco hubo un Estado que controlara al negocio inmobiliario que se preocupó más por las ganancias que por la solidez de lo edificado.

El caso de Chile no llega al extremo haitiano, sin embargo las autoridades hicieron agua en los momentos de urgencia.

Partiendo con un 84 por ciento de popularidad, el gobierno de Michelle Bachelet es el último de un extenso mandato de la alianza de partidos de centroizquierda, Concertación, que dirigió el país tras la dictadura de Augusto Pinochet.

Con alabanzas de los gurúes del neoliberalismo que se fijaron en el importante crecimiento del país, el balance también deja su lado negativo. El buen funcionamiento de la economía de mercado que produjo el “milagro chileno” también dejó una amplia brecha entre ricos y pobres. La Concertación intentó achicar la zanja profundizada por Pinochet pero las intenciones no alcanzaron. En Chile los ricos se alzan con el 45 por ciento de las riquezas y la pobreza alcanza el 14 por ciento (aunque es cierto que con Pinochet la cifra llegaba al 38 por ciento). Uno de cada cuatro jóvenes está desocupado y tres de cada 10 tienen problemas de ocupación a la salida de la universidad. En tanto, por ser privado sólo el 30 por ciento de la población tiene acceso al nivel universitario.

El epicentro.

La ciudad de Concepción es la tercera en importancia poblacional, con un millón de habitantes si se considera la región, y económica en Chile. Según Torcuato Di Tella, supo ser cabeza de una importante región del carbón y el acero que forjó a un dinámico movimiento obrero que más tarde dio origen también –desde su universidad– al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

No obstante, la ciudad es recordada en estos días por los saqueos y los actos de vandalismo que siguieron al terremoto. La imagen golpeó a todo el mundo, pero principalmente a los propios chilenos.

“Nosotros creímos ser un pueblo desarrollado”, sin embargo “nos dimos cuenta que estamos más cerca de Haití que de Japón”, lamentó el politólogo Patricio Navia al diario francés Le Monde y refiriéndose a dos países que sufrieron semejantes sismos aunque con distintos resultados.

“¿Qué nos sucedió?”, expresó al mismo medio periodístico la socióloga Patricia Dammert.

Mientras, la situación sólo fue controlada con la presencia de 14 mil carabineros que no arribaron a tiempo para socorrer a las víctimas pero sí para controlar el pillaje. Allí sí llegó el Estado, pero con su cara represiva. La Policía recorriendo los “palomares” (barrios pobres) advirtiendo sobre posibles allanamientos y el miedo de los saqueadores que devolvieron productos valuados en 2 millones de dólares, es otra imagen que refleja los mecanismos de la sociedad trasandina. Al menos, de cómo viene funcionando desde la caída de Salvador Allende.

El terremoto en Chile fragmentó mucho más que el terreno y los edificios. También mostró la gran hendidura social.

Más allá de esto, ahora le toca el turno de gobernar al empresario y multimillonario de derecha Sebastián Piñera. Al elegirlo, el electorado chileno sabía que se inclinaba por el individualismo, por esa salida más que la colectiva. El empresario ya anunció que dejará de lado su postura de bajar el gasto público e invertirá en la reconstrucción pero la cuestión es si eso alcanzará. Sin embargo, el presidente también afirmó que continuará con el estado de sitio mientras sea necesario.

Allí están dos claves de la sociedad chilena, el individualismo y la represión, marcados en los 70 y que no pudieron desactivar los 20 años de gobiernos progresistas. Tal vez eso es lo que afloró tras el terremoto, tal vez fuera otra cosa.

Como se vio en estos días, los buenos números de la economía ocultan una importante fractura social que sólo es contenida con la fuerza del Ejército. El milagro económico tapó la realidad de que Chile es uno de los países más desiguales de América latina.

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