Los afroamericanos no pueden erradicar ellos solos el racismo de los blancos; son los perpetradores quienes deben asumir la responsabilidad por el daño que han hecho y abocarse a la tarea de combatir actitudes racistas cada vez que las identifiquen. ¿Cómo se convierte una persona blanca en Estados Unidos en una embanderada del anti racismo? Protestar y manifestarse es quizás la vía más espontánea, impulsiva y la que visibiliza el problema ante los ojos del mundo pero hay mucho más para hacer incluso cuando nadie está mirando. Para saber qué hacer, cuándo y cómo, marché por las calles neoyorquinas y luego me senté en el aula virtual de un taller anti racista.

Vi el video del asesinato de George Floyd en cuotas; en instancias. El primer alerta me llegó por twitter cuando me disponía a bajar del auto las compras del supermercado. Estaba estacionada en doble fila y en el baúl tenía leche y otras cosas que podían echarse a perder sin frío pero ahí estaba, los ojos clavados en el celular y en esa primera pantalla negra con letras blancas que apareció cuando di click al play: “El siguiente video contiene imágenes perturbadoras. Se recomienda la discreción del espectador” A continuación los quejidos de Floyd, su pedido a los policías de que por favor pararan, que no podía respirar y esa rodilla de Derek Chauvin que seguía firme en su cuello, a pesar de todo.

Me sacaron del estupor los bocinazos y algún que otro insulto de los conductores neoyorquinos. Terminé la agónica secuencia de su muerte ya en mi casa después de haber puesto como pude lo esencial en el freezer. Y así estaba yo también, helada. La brutalidad de ver a ese hombre corpulento en el suelo, esposado e invocando a su madre mientras cuatro policías le arrebataban el aire y la vida en 9 minutos me había dejado horrorizada.

Esa misma noche de mayo, el 25, Minneapolis ardía con las primeras protestas demandando justicia para Floyd. Mi primer pensamiento fue que New York pronto sería también escenario de protestas y que tenía que preparar mi equipo para cubrirlas; baterías, cargadores, luces, lo de siempre. Al poco tiempo, allí estaba yo, en Union Square rodeada de gente con ojos húmedos arriba de los barbijos; algunos convertidos en pancartas con mensajes escritos a mano: “I Can’t Breathe” “No puedo respirar” y otros sosteniendo sus carteles: “How many weren’t filmed?” “¿Cuántos otros no fueron filmados?” “Black Lives Matter” “No Justice, No Peace” y “White Silence is Violence” “El silencio blanco es violencia”.

Los días pasaban y las protestas continuaban. No importaba qué protesta estuviera documentando -en New York había varias cada día-, comencé a notar que muchas de las manos que cargaban esas leyendas eran blancas. Blancos llevando el retrato gigante de George Floyd, en Washington Square, blancos entonando en Junio, frente al Madison Square Garden, el ‘happy’ birthday en el que hubiese sido el cumpleaños 27 de Breonna Taylor, la joven asesinada a balazos en su propio apartamento durante una polémica redada en Louisville, Kentucky; y blancos mirando fijo a los policías e increpándolos por la falta de barbijos en medio de la pandemia.

La notoria presencia en las calles de gente blanca -miles y miles de personas en particular jóvenes- que se sumaron al reclamo de ‘justicia para George Floyd y para Breonna’ y que alzaron su voz demandando el fin de la brutalidad policial contra los afroamericanos, fue mucho mayor comparada a otros años donde los negros estaban más solos en sus demandas. Varios expertos se dieron a la tarea de cuantificarla: La socióloga Dana Fisher de la Universidad de Maryland y Michael Heany, Investigador en la Facultad de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad de Glasgow, desarrollaron un método para estudiar las protestas callejeras y analizar su composición racial. En Junio, un equipo de voluntarios armados con alcohol en gel, toallitas desinfectantes y notebooks, recolectó data en tres ciudades, Los Angeles, Nueva York y Washington DC y concluyeron que un 61% de los manifestantes era blanco y un 21% negro. (El resto se dividía entre Latinos 7% y 11% asiáticos).

Según una encuesta realizada ese mismo mes por la AP Asssociated Press y el NORC Center for Public Affairs la muerte de George Floyd y las protestas a nivel nacional en las semanas subsiguientes cambiaron las percepciones de la gente en una forma que no se había visto luego de otros casos de brutalidad policial. Los encuestadores compararon los resultados con los obtenidos en 2015 después de la muerte de Freddie Gray, un joven negro que murió bajo custodia policial en Baltimore luego que los policías que lo arrestaron lo llevaran en la parte trasera de una camioneta esposado de manos y pies y sin cinturón de seguridad. Lo que en la jerga policial se conoce como ‘Joyride’ o ‘Cowboy Ride’ es una práctica brutal donde la víctima es sacudida sin poder reaccionar mientras los conductores dan violentos giros y abruptas frenadas. Freddie Gray tenía 25 años y falleció a causa de severas lesiones en su cuello y columna vertebral. En 2015, luego de ese episodio, un 19% de los adultos blancos encuestados respondió que la violencia policial le parecía un problema extremadamente grave. En 2020, el porcentaje de blancos que respondió lo mismo ascendió a un 39%.

Una tarde a finales de Mayo, cuando bajaba el sol, miles de manifestantes caminaban por la West Side High Way enfrentando el tráfico, coreando “Say His name, George Floyd!”, “Digan su nombre, ¡George Floyd!”. Una vez más, había muchos blancos entre la marea de personas. Fijé la vista en una pareja, ella, muy rubia y visiblemente indignada. “Después de ver algo así no nos podíamos quedar en casa; nos revolvió el estómago” me dijo Heather Poiry. “Nosotros como blancos nunca vamos a pasar por lo que pasan los afroamericanos, pero yo les digo: No están solos. Este es nuestro tercer día y vamos a estar acá todos los días” agregó con cierto orgullo al tiempo que su esposo la tomaba de la cintura para asegurarse que ella no se cayera mientras marchaba y transmitía la protesta en Instagram Live.

Para muchos, se trató de su bautismo como manifestantes; su primera experiencia en llevar una demanda social -como es el reclamo de justicia y reforma policial- a la calle. Las espantosas y denigrantes circunstancias en las que murió George Floyd, a la vista de todos, los empujaron de la intimidad y comodidad de sus livings a la incertidumbre del espacio público.

Fotos. @SilSterinPensel

Con el correr de los días, la presencia blanca en las protestas no decayó, alimentada por la difusión de nuevos videos de muertes de afroamericanos a manos de blancos.

Las imágenes del asesinato de Rayshard Brooks, un joven negro baleado por la espalda por policías blancos luego de que lo despertaran cuando, algo tomado, dormía en el estacionamiento de un Wendy’s en Atlanta, también causo conmoción entre los blancos y los impulsó a seguir dando el presente en marchas, vigilias y protestas. Unos días antes, se había hecho viral otro video, esta vez con el registro de la muerte de Ahmaud Arbery, un afroamericano de 25 años asesinado en Georgia mientras trotaba por una dupla padre e hijo, -ambos blancos, el padre ex policía-, que lo consideraron sospechoso, lo persiguieron con su camioneta y le dispararon en el pecho.

El video se mantuvo oculto y recién salió a la luz, filtrado a los medios, cuatro meses después de que Arbery se desplomara con dos balazos. En ese momento, la gente inundó, además de las calles, las redes sociales con el hashtag #IrunWithMaud. Miles de personas postearon sus fotos en Instagram respetando la consigna planteada: debían correr 2.23 millas para simbólicamente señalar el día en que había sido asesinado Ahmaud Arbery, el 23 de febrero.

La iniciativa fue de Jason Vaughn, el entrenador -negro- de fútbol americano de Arbery en la secundaria. Un rápido repaso por Instagram permite ver que muchísimos blancos se sumaron y usaron ese hashtag. Mientras algunos aprovecharon la ocasión para explicar su ‘White Privilege’, el privilegio de correr sin que el color de su piel los convierta en moving targets o sin plantearse si volverían a sus casas de una pieza luego del trote, también había caras sonrientes y posteos que parecían más una publicidad de ropa deportiva que la condena y denuncia de un crimen de odio racial. El caso de Ahmaud Arbery popularizó la frase #RunningWhileBlack o correr siendo negro; que, así como la tristemente conocida ‘Driving While Black’, alude al peligro que conlleva para los afroamericanos el realizar simples actividades que los blancos llevan a cabo sin enfrentar ningún tipo de amenaza a su seguridad o integridad física.

Otra iniciativa, nuevamente usando como aliada a las redes sociales, fue el #BlackOutTuesday, un llamado a postear un cuadrado negro, sin texto ni imagen, en solidaridad con el movimiento “Las Vidas Negras Importan”. El resultado, el 2 de Junio muchos usuarios de Instagram y Facebook tuvieron sus muros en completa oscuridad hasta que llegaron las voces de alarma: La jugada estaba siendo contraproducente. La gente tipeaba el hashtag #BlackLivesMatter en el punto álgido de las protestas buscando información sobre dónde ir y a qué hora y la trayectoria de las distintas marchas que cambiaba vertiginosamente, y en vez de encontrar respuestas se topaban con el cuadrado negro.

Tanto la presencia en las calles como en las redes mostró un aumento del interés blanco por involucrarse y fue bienvenido por las agrupaciones negras que organizaban las protestas pero inmediatamente llegó la duda ¿Todo suma? O algunas de estas acciones se quedan en la pose, en lo que se dio en llamar “Performative activism”, un activismo de fachada que sirve más para mostrarse moralmente activo ante la mirada ajena y para dejar tranquila la conciencia con un “hice mi parte” que para lograr cambios profundos.

¿Qué tan sólido es este apoyo expresado en las calles? ¿Perdurará en el mediano y largo plazo o se evaporará en el aire? ¿Se trata de un interés genuino o efímero? Los familiares de muchas víctimas de brutalidad policial mencionan a menudo la frase “Sabemos que su muerte no será en vano” ¿Es posible pensar que el asesinato de George Floyd impulsó a un buen segmento de la población blanca a no seguir ajeno y a, de una vez por todas, explorar asignaturas pendientes de larga data en la sociedad norteamericana como lo son la inequidad y la disparidad racial? O la continuación de este interés está supeditada a que sigan apareciendo videos que, por ponerlo de alguna manera, mantengan en su pico el nivel de consternación de los blancos?

El rechazo a una muerte violenta captada en video es visceral; en contraste, el rechazo a que instalen una planta procesadora de basura en El Bronx, un área humilde donde la mayoría de los vecinos son afroamericanos y latinos no lo es y no expresar oposición a eso no conlleva una condena social.


Black Trivia

En esta línea, me planteé un experimento casero y simple. Recabar datos –la mayoría disponibles a un par de clics– que mostraran la injusticia racial de una forma no tan explícita como un hecho de brutalidad policial para ver cómo reaccionaban mis conocidos norteamericanos blancos.

¿Estarían al tanto, por ejemplo, de que desde 1870 hasta hoy, hubo solamente diez Senadores negros y un período de casi un siglo durante el cual no hubo afroamericanos en la Cámara Alta? ¿Hablan los medios de EE.UU. de esta enorme disparidad en el acceso a escaños legislativos? La respuesta es no y no.

Al American Ballet Theater le tomó 75 años nombrar una bailarina negra como ‘Principal Dancer’ o ‘Solista Principal’. El 30 de Junio de 2015, Misty Copeland hizo historia como la primera afroamericana en ocupar ese puesto. La mayoría recibió la información que les proporcioné con incredulidad. Muchos incluso, llegaron al punto de googlearlo en mi presencia. “Al fin y al cabo son una minoría, ¿Qué esperás?” me dijo otra conocida.

Martin Luther King fue asesinado en Memphis en 1968 pero recién el 20 de enero de 1986 se celebró su día por primera vez en forma oficial. Una vez más logré expresiones de total asombro cuando mencioné a mis amigos blancos que lograr ese reconocimiento para quien es considerado el padre de los derechos civiles y la lucha pacífica contra la segregación requirió una persistente labor de casi 20 años para erosionar la oposición de políticos conservadores como el Senador Jesse Helms -y hasta el propio Presidente Reagan- que no querían saber nada con declarar el nacimiento de MLK como un feriado nacional.


El color del Coronavirus

Inicialmente, se pensó que en Estados Unidos todos estábamos expuestos de igual manera al Corona Virus y cuando se trazaba una divisoria era entre jóvenes y viejos y no en términos raciales. Pero rápidamente, la pandemia volvió a dejar expuesta la flagrante desigualdad entre blancos y negros en este país. Una vez contagiados, informa el Centro para la Prevención y Control de Enfermedades o CDC, la tasa de mortalidad de los negros a raíz del virus es más del doble que la de los blancos.  Este escenario es todavía más grave si se considera que los afroamericanos representan un 13% del total de la población pero fueron un 21% del total de fallecidos por Covid19 en el país.

En “The Color of Covid”, un estudio realizado por el APM Research Lab queda ilustrado en números cuánto más severo es el golpe que asestó el virus en la población negra que en la blanca.

1 de cada 1,020 afroamericanos falleció a causa del virus (o 97.9 muertes cada 100.000) Mientras que 1 de cada 2,150 norteamericanos blancos falleció a causa del virus (o 46.6 muertes cada 100,000)

¿Se vio a los blancos en shock ante estos números que fueron de público conocimiento? ¿Los movilizó a la acción esta impresionante disparidad?

En general, cuando pregunté a gente conocida, la reacción fue de asombro; como si se tratara de un hallazgo novedoso; les causaba sorpresa, no consternación y estaban quienes recurrían a la justificación: “Bueno, pero es lógico porque ellos –los afroamericanos– tienen más diabetes, asma y otras enfermedades preexistentes” o “Se explica porque sus sistemas inmunes [los de los negros] son mas débiles porque tienen una mala dieta” y cerraban con un “Es responsabilidad de las autoridades investigar porqué el virus afectó más a unos que a otros”.

Incluso entre quienes llegaron a establecer un nexo entre estas desigualdades y el racismo, no estaba presente ese sentido de urgencia por denunciar y condenar esta brecha ni un deseo ferviente por cambiar la situación.


“Soy anti racista y vos podés serlo también”

Reflexionando sobre estas cuestiones unas cuantas noches atrás, mientras leía minuciosamente los comentarios en Facebook de los miembros de Street Riders NYC, una agrupación que cada fin de semana organiza protestas en bicicleta en apoyo del movimiento Black Lives Matter, algo llamó poderosamente mi atención. El posteo decía así:

“A los blancos en este grupo: ¿Han estado hablando con sus amigos blancos, con sus familiares y compañeros de trabajo sobre la forma de lograr justicia racial y el fin de la brutalidad policial?

¿Quieren aprender y poner en práctica técnicas para poder dialogar sin llegar a un quiebre y sumar a otros, -principalmente otros blancos de su círculo cercano-, al movimiento para terminar con la supremacía blanca?

Todos están invitados al “Calling in Workshop;” en estos talleres enseñamos herramientas que vamos a compartir y practicar y que pueden aplicarse a múltiples situaciones. Sepan que los workshops fueron diseñados especialmente para que participantes blancos, conscientes del privilegio que les confiere su raza, asuman la responsabilidad de captar y sumar a otros blancos en la lucha contra la inequidad racial. Este trabajo muy a menudo cae en las espaldas de gente negra y creemos que los talleres pueden ayudar a cambiar eso”.

Luego compartían esta cita que Malcolm X pronunció en 1964 y que está incluida en su autobiografía:

"Donde la gente blanca sincera tiene que “probarse” así misma no es entre las víctimas negras, sino en el campo de batalla donde está realmente el racismo de América, es decir donde ellos viven, en sus propias comunidades; el racismo de América está entre ellos mismos; los otros blancos. Ahí es donde los blancos genuinamente interesados en lograr algo deben enfocar su trabajo”.

El posteo cerraba con una dirección de email y un ¡Esperamos verlos en el taller!

Confieso, estaba intrigada. Nunca había participado en un taller de estas características “White only”. Nunca me había dedicado a estudiar y aprender sobre estos temas.

Esa misma noche tipeé unas líneas expresando mi interés y apreté ´enviar´. Estaba contenta pero con un poco de nervios también.  Nervios que se acrecentaron cuando recibí la confirmación que venía de parte de la organización ‘SURJ’ las siglas en inglés de ‘Show Up for Racial Justice’, algo así como “Da el presente por la Justicia Racial”. Además de comunicarme que estaba oficialmente inscripta, me informaban que el taller sería por Zoom, que duraría 3 horas, de 5:30 PM a 8:30 PM y que se trataba de una actividad “muy participativa” así que esperaban mi “total atención”. Traducción: nada de estar cocinando y mirando de reojo o de poner mi foto de perfil y aprovechar para organizar la ropa con el cambio de estación.

Además, me daban tarea: Debía leer “White Fragility,” un ensayo de la socióloga, autora y académica Robin DiAngelo, experta en cuestiones raciales con una trayectoria de casi tres décadas dando clases en universidades -actualmente en la Washington University- y también en empresas que la contratan para aumentar su “diversidad multicultural” y tener entre su staff más empleados ‘anti racistas’. DiAngelo es quien acuñó el famoso concepto de “Fragilidad Blanca,” hasta ahora totalmente nuevo para mí. 


La fragilidad de los blancos

Los blancos en Estados Unidos, afirma DiAngelo, viven en una situación de insulación; de burbuja, protegidos de cualquier estrés racial. Si bien han disfrutado siempre de una comodidad racial, explica la autora, esa comodidad los ha hecho débiles y ha resultado en que no cuenten con las herramientas adecuadas para hacer frente a ningún tipo de tensión racial. Cuando se ven involucrados en una conversación donde están presentes temas raciales y se cuestiona su postura no se sienten a gusto; enseguida comienzan a justificarse, a dar contra-argumentos o simplemente se retiran. Esa es la fragilidad blanca que los pone siempre a la defensiva y los torna incapaces de abordar estos tópicos con la profundidad que se merecen.

Según DiAngelo los blancos no pueden hablar de cuestiones raciales sin que emerjan el enojo, el miedo, la culpa, la justificación, el silencio, las lágrimas o directamente el abandono de la situación. “Prefiero no hablar más de esto” o “No puedo hablar más de esto”.

Las palabras de DiAngelo describen lo que le sucedió a Melissa Francis, una conductora blanca del canal Fox que se puso a llorar al aire cuando sus compañeros de estudio, ambos negros, la cuestionaron sobre su apoyo a los dichos de Trump en 2017 cuando el Presidente, luego de un fin de semana de feroz violencia en Charlottsville, Virginia, expreso que para él había “Gente buena en ambos bandos”. Esos ‘bandos’ a los que se refirió Donald Trump eran, por un lado supremacistas blancos que organizaron la marcha ‘Unite the Right’, armados, portando antorchas y entonando cantos contra judíos y negros y por otro, manifestantes del movimiento Black Lives Matter que fueron brutalmente golpeados por los supremacistas. El pico de violencia se alcanzó con la muerte de Heather Heyer, una joven blanca arrollada por un nacionalista que la embistió a ella y a otros -en su mayoría negros- que se manifestaban en forma pacifica. Trump generó un escándalo al poner en pie de igualdad a estos grupos pero muchos, como la conductora de Fox, lo apoyaron. “Me pone sumamente incómoda hablar de esto”, dijo a sus compañeros mientras rompía en llanto. “Yo sé en mi corazón que para mí nadie es diferente, ni mejor ni peor por el color de su piel, pero también siento que diga lo que diga me van a juzgar”, expresó en esa oportunidad Francis. La conductora luego se refirió a la situación vía twitter donde sostuvo “me avergüenza haberme quebrado al aire” y pidió disculpas por sus lágrimas, no por su postura.

En un pasaje que me gustó particularmente, la socióloga DiAngelo expresa que “En general vemos el racismo como actos individuales con malicia e intencionalidad por parte de quien los comete. Así, en nuestra mente equiparamos al racista con una mala persona. En contraste, si yo soy una buena persona, no voy a ser racista y jamás podrán catalogarme como tal”.

Para la autora, esta visión es errada; el racismo NO ES UN ACTO INDIVIDUAL, el racismo ES UN SISTEMA. Dicho sistema se basa en un desbalance de poder y todas las instituciones de Estados Unidos son parte de ese sistema que asigna superioridad y privilegio a los blancos. Como los blancos se benefician de este sistema racial están interesados en perpetuarlo. Para DiAngelo es este sistema el que nos ha acostumbrado a una narrativa de dominación blanca que incluye frases como estas:

“Yo no veo el color de la gente; no me importan las razas me importa la persona más allá del color”

“Así como no se juzga un libro por su portada, mi lema es no juzgues a alguien por su color”

“En mi casa no son racistas, así que yo tampoco lo soy. Vengo de una cuna no racista; me inculcaron esos valores” o el opuesto, “En mi casa se hacían comentarios racistas muy a menudo por eso yo siempre fui lo contrario, CERO racista”.

“Se los digo claro”, afirma DiAngelo, “eso es imposible. Primero porque sus padres también fueron criados en la narrativa de dominación blanca y porque no se puede enseñar a alguien a ver a todos bajo el mismo prisma”.

Estas frases aparentemente benignas e inocuas, son en realidad un escape fácil para no tratar el tema racial. Lo racial es, de esta forma, puesto fuera de la órbita de temas que competen a los blancos porque fueron criados no racistas. Así, este enfoque hiper simplificado los exime de tratar el tema seriamente.

Robin DiAngelo también comenta en su ensayo, algo que le sucede seguido tanto con sus estudiantes como cuando realiza talleres en empresas: “Es típico que la gente blanca te de una lista de toda la gente negra que conoce: ‘Tengo compañeros de trabajo negros’, ‘Mi profe de spinning es negro’, ‘Mi primo segundo se casó con una afroamericana´. La lógica sería, tengo a mi alrededor gente negra a la que aprecio entonces, por default, no puedo ser racista”.

Finalmente llegó el día señalado. A las 5:30 de la tarde en punto ahí estaba yo frente a la pantalla de Zoom lista para comenzar el taller. Me acompañaban otras diez caras blancas con la misma expresión de curiosidad por saber de qué se trataba esto de “Calling in White People”. Algunos de mis compañeros de taller estaban en New York y New Jersey, otros en Massachusetts, Washington DC, alguno mencionó Maine. Éramos ocho mujeres y tres hombres de entre 30 y 50 años.

Ninguno de los participantes nos conocíamos pero durante la parte introductoria quedó claro que si bien yo era la única latinoamericana del grupo, nos unían la blancura y el espanto. Todos hablamos del horror que nos había provocado ver el video de Floyd pero todos también, mencionaron casos previos que los habían conmovido de igual forma: Eric Garner, el robusto negro de Staten Island y sus 16 “No puedo respirar” dirigidos a un inconmovible policía, Daniel Pantaleo, que no aflojó su toma de ahorque conocida en inglés como ‘chokehold’. Michael Brown, el adolescente asesinado en Ferguson; Tamir Rice, el chico de 12 baleado por policías que vieron una amenaza en su revólver de juguete. Sandra Bland, “suicidada” en su celda luego de ser arrestada por una infracción de tráfico; Philando Castile cuya muerte todos vimos por Facebook cuando su novia transmitió cómo lo acribillaba la policía y los nombres seguían y seguían y se nos hubiera ido todo el taller en recordarlos a todos y en incorporar los más recientes: Daniel Prude, Jacob Blake y hace un par de semanas, Jonathan Price baleado fatalmente en Texas por un policía blanco cuando él, desarmado, intentaba descomprimir una pelea en una estación de servicio. Todos compartimos haber ido a protestas y marchas y todos coincidimos en la imperiosa necesidad de hacer más no únicamente como reacción ante un hecho de brutalidad policial pero también en esos breves períodos entre uno y otro cuando el rugir en las calles se aquieta pero el racismo no.

Greg Horwitch, el conductor del taller, nos explicó que las estrategias que aprenderíamos serían, principalmente, para poner en práctica en nuestras relaciones cotidianas cuando alguna persona de nuestro entorno, de nuestro círculo cercano, expresara algo con connotaciones racistas o claramente permeado por su privilegio de ser blanco; su white privilege.

Comenzó sugiriéndonos evaluar nuestra propia actitud ante la conducta de otros blancos.  Para eso, planteó un escenario simple, de todos los días:

Estás en tu edificio esperando que llegue el elevador -como por la pandemia la cantidad de gente que puede usarlo está reducida-, el ascensor tarda en llegar. Se han juntado ya unas cuatro personas esperando. Una de ellas es tu vecino, que aprovecha esos minutos para sacar conversación sobre lo que está pasando “Me parece espantoso lo que sucedió con ese pobre hombre George Floyd pero ¿Tienen qué destruir vidrieras, incendiar comercios, robar zapatillas de las tiendas? Honestamente, me indigna ver tanta violencia y los que de verdad me apenan son los que perdieron todo”.

La postura del vecino fue, de hecho, la misma expresada recientemente por el Vice Presidente Mike Pence en el único debate frente a frente con Kamala Harris.  “No hay excusa para lo que le pasó a George Floyd”, expresó Pence. “Habrá justicia, pero tampoco hay absolutamente ninguna excusa para los disturbios y los saqueos”.

Según los conductores del taller, son varios los caminos de acción que el vecino nos deja trazados:

Podemos hacer un gesto de cabeza y no decir nada; dejar pasar y evitar la situación incómoda.  Esa, dijo Greg, sería una opción pasiva, desinvolucrada. También podemos optar por contestar agresivamente y denunciar la postura del vecino como racista “Creo que no estás entendiendo el punto. Es fácil criticar cuando se es blanco y no se tiene ni idea de lo que viven los negros.”  Esta sería, dice Alexis, otra de las organizadoras del taller, una postura definitivamente activa pero con un desenlace que no es el buscado. En este taller, nos repiten, “queremos darles a ustedes herramientas que les permitan evitar un quiebre total con el interlocutor; queremos que intenten generar conexiones y acortar distancias; se trata de “Call in” a esa otra persona, de invitarla a reflexionar”.

Ese es el concepto tras el nombre del taller ‘Calling In’; lograr captar a más gente en vez de acentuar una fisura. Se trata de sembrar en el otro la posibilidad de que revise su propia forma de pensar sobre cuestiones raciales. En vez de dar un portazo, dejar siempre la puerta entornada. No queremos que, de ahora en más, el vecino nos evite o que cada viaje en el ascensor haya un incómodo silencio sepulcral. Los organizadores recomiendan un enfoque basado en realizar una batería de preguntas:

“¿Fuiste a alguna de las protestas?” Podría ser una respuesta inicial al comentario del vecino esperando el ascensor. “¿Viste en los medios a esa mujer inmigrante dueña de un restaurante que dijo que ella podía reemplazar todas las ventanas rotas de su local pero en cambio la familia de Floyd no podía volverlo a la vida? Si querés te mando el artículo, plantea un punto interesante”.

En ese momento se nos instruye a mirar el chat. Allí todos recibimos un link que nos direcciona al ‘Tool Kit’ o ‘Caja de Herramientas’. Se despliega ante nosotros una serie de artículos periodísticos clasificados por los potenciales temas que pueda mencionar la persona con la que estamos conversando: Hay varias notas bajo el rótulo “Destrucción de propiedad privada” donde uno puede leer, por ejemplo, un artículo de opinión escrito en el Washington Post por la dueña del restaurant Gandhi Mahal, incendiado durante las protestas en Minneapolis, que, si bien no condona la violencia que la tocó tan de cerca, empatiza con el sentimiento de impotencia de los manifestantes y señala la falta de justicia ante los casos de brutalidad policial y los efectos del racismo sistémico como causas principales de esa violencia. También hay artículos bajo las categorías “Presencia y participación de la Guardia Nacional en protestas” para aquellos intercambios donde podemos escuchar el siguiente argumento: “Los militares están ahí en las protestas únicamente para mantener la calma y el orden” o “Si los manifestantes no fuesen violentos, el gobierno no necesitaría recurrir a los militares”  El escandaloso tuit de Trump ‘When the looting starts, the shooting starts’ ‘Cuando empiezan los saqueos, empiezan los tiros’ fue el combustible que instigó muchos de estos comentarios.

La Caja de Herramientas, también contiene material para leer sobre los policías que durante las protestas decidieron arrodillarse en un acto de supuesta hermandad con los manifestantes y su causa.

El ascensor llega a tu piso y te despedís del vecino. “Si querés, podemos ir juntos a alguna protesta. Pensalo, después hablamos”

Rara vez, dicen los organizadores, uno verá un cambio ahí, in situ, en la forma de pensar. Nadie modificará su opinión ni en el ascensor, ni en esa ráfaga de posteos en Facebook o en Twitter que suele darse en los intercambios en las redes.  De ahí la importancia de dar tiempo sin presionar por una respuesta. Se trata de plantear una visión alternativa y dejar que eso decante en el otro. El vehículo que nos permite llegar a ese resultado no es el juicio sobre el otro, sino la curiosidad, por eso se asigna un enorme valor a hacer preguntas.

El indagar en los cimientos sobre los que el otro basa su forma de pensar es una estrategia valiosa. En la pantalla ahora ya no están nuestras caras, si no una tabla a dos columnas donde se apuntan técnicas: “Más Efectivas” y “Menos Efectivas”. Hablar desde un lugar de superioridad moral; ser condescendientes, denunciar al otro como prejuicioso, mal informado o racista están en la segunda columna; por otro lado, compartir información que creemos útil se incluye entre las tácticas con mayor pronóstico de éxito; así podríamos decir, “Leí esta nota  sobre los efectos a largo plazo luego de años de experimentar trauma racial y me dejó pensando”. También se alinean en esta columna de mayor efectividad el escuchar al otro para saber de dónde proviene y el no querer ganar el argumento ni querer hacer lucir al otro como perdedor de la partida. No se trata de avergonzar o disminuir al otro, sino de captarlo; el verdadero triunfo es que el otro se replantee su punto de vista.

El recurrir siempre a uno mismo como referente para mostrar el cambio también está listado como táctica efectiva: “Sabés, yo también pensaba así, me había quedado con esa postal de algunos policías marchando al lado de los manifestantes, o incluso arrodillándose. Lo vi como una muestra de humildad y solidaridad y una prueba de que realmente no todos los policías son agresivos” Una de las organizadoras comenta que esta es otra postura que se escucha estos días luego que circulara video de policías y sargentos durante las marchas abrazándose con manifestantes en señal de fraternidad. Un hipotético intercambio auto referencial podría seguir así: “No me quedé con mi primera impresión; leí, escuché opiniones de líderes del movimiento Black Lives Matter y me di cuenta que muchos lo vieron únicamente como un gesto o una forma rápida y visualmente explotable de descomprimir la situación. En realidad el tema de fondo es discutir la necesidad de reforma policial, de recortar los presupuestos de los Departamentos de Policía y analizar las razones de quienes reclaman un ‘Defund the Police’, un desfinanciamiento o vaciamiento financiero de la institución policial”.

Otra de las claves en el proceso de ‘Calling in’ a más gente blanca son los “círculos de compromiso” o en inglés “Rings of engagement”. Se trata de cuatro círculos concéntricos con un core o centro que es donde se quiere atraer la mayor cantidad de gente posible. En ese centro, está la gente anti racista; consciente de la dominación y el privilegio del que ellos gozan como blancos.  Se trata de individuos que asumen un rol activo en intentar desmantelar la supremacía blanca. Podría ubicarse allí a quienes imparten este taller.

En contraste, fuera del cuarto y último circulo se encuentran aquellas personas hostiles, sin ningún interés en modificar el status quo; individuos que se benefician del sistema de dominación blanca y no tienen interés en desmantelarlo; sino todo lo contrario.

Un reciente episodio describe a los habitantes de este espacio hostil.  En mayo, Amy Cooper ‘Karen’ para las redes sociales, hizo dos llamadas al 911 en las que inventó que un afroamericano estaba amenazándola y a punto de atacarla. Durante el frenético llamado que fue captado en video y visto por unos 45 millones de usuarios en las redes, Amy Cooper, una mujer blanca, grita y hace hincapié en la raza de quien supuestamente la está por atacar: Un hombre afroamericano. Lo repite varias veces, “el hombre es afroamericano”. A los pocos minutos, cuando llegó la patrulla y gracias a su propia confesión a la policía, se supo que en realidad el hombre simplemente le había pedido a la mujer que respetara las reglas y pusiera la correa a su perro que caminaba libremente por una sección del Central Park donde eso está expresamente prohibido. Al llegar los oficiales, el supuesto agresor tenía en sus manos el celular con el que filmó el video y un par de binoculares con los que estaba haciendo avistaje de pájaros, una actividad común en ´El Ramble´, como se conoce ese rincón del Parque Central de Manhattan.

El uso del 911 bajo una falsa amenaza es, horrible como suena, una común forma de hostigamiento de los blancos hacia los negros precisamente por el historial entre la policía y los afroamericanos. Conductas como ésta se ubican claramente en la región de los hostiles.

En el cuarto círculo, están los ‘opositores pasivos.’ Allí está la gente que plantea que “Todas las vidas importan” “All Lives Matter” o que las “Blue Lives Matter” -las de los policías. Cuando se habla del caso de George Floyd, quienes están en este círculo dicen cosas del estilo “Qué momento complejo estamos viviendo. Puede ser que sea necesaria una reforma policial, pero ¿Así, idealizando a un delincuente y poniéndolo en un pedestal como a un mártir? No me parece”.

Si seguimos en dirección al centro, encontramos ahora a los indiferentes; es decir los que ni hablan ni hacen. “Trato de mantenerme fuera de la política, me hace mal. Prefiero ver series que me distraigan o algo que me aporte cosas positivas”.  Ya lindante al centro, en el segundo círculo, se encuentran quienes expresan apoyo por quebrar el silencio blanco pero desde un rol pasivo; aquellas personas que en lo discursivo son siempre solidarias pero que no acompañan esa retórica con acciones.

Descriptos los “rings”, los participantes comienzan a situar a hermanas, parientes, colegas y amigos en los distintos círculos.  La meta, dicen los conductores del taller, es intentar que la gente se mueva de un círculo a otro, en dirección hacia el centro y lo más lejos posible de la hostilidad.

El taller fue ágil y, fiel a la descripción que nos habían enviado en el email inicial, con marcado énfasis en la participación. De repente, Greg Horwitch anunció que había llegado el momento de una dramatización donde él se pondría en rol, en la piel de alguien diferente. De un segundo a otro pasó del más comprometido anti racista a una persona 180 grados distinta. Digamos que se convirtió en el que podría ser un compañero de trabajo esperando que se caliente su comida en el microondas de la cafetería.  Después de aclararse brevemente la garganta, Greg arrancó con su personaje:

“Estos últimos meses fueron terribles. Yo no sé qué está pasando con este país. Es impresionante, todo está cambiando tan rápido… Espero que en algún momento empecemos a llevarnos mejor; que las cosas se destraben; que ya no sea ustedes contra nosotros; blancos contra negros, pero también siento que todo esto racial se está transformando en una obsesión. No se habla de otra cosa; parece que no hubiera otro tema importante más que el racismo y la verdad es que ni siquiera considero que haya gente racista; para mí solamente hay una raza, la humana. Así que basta, ¿No te parece? Dejemos de estar monotemáticos, no nos obsesionemos más. No te pasa, que no podés escuchar más del tema… Yo estoy saturado. Creo que hay que seguir adelante; hay otras cosas mas allá del racismo.  No digo que no sea un problema importante, pero hay OTROS temas igualmente importantes. Que se yo, el rebrote de Corona virus, las elecciones, la economía, que vuelva el deporte”.

Nosotros teníamos que responderle e intentar sacarlo de su círculo. “Bueno”, dijo una de las chicas del taller, “quizás es porque vos no te ves en la necesidad de hablar de esto cada día, porque podés darte el lujo de no tocar el tema. Quizás una familia negra tiene que sí o sí hablar de estas cosas”

“No”, retrucó Greg, créeme que ahora hablo de esto TODOS LOS DIAS; no puedo más de hablar de lo mismo. Un poco está bien, aprendí mucho de los últimos episodios pero ya; es suficiente.”

“Es que este no es un tema que solamente afecta a los negros”, dice Nick sentado en lo que parece ser la cocina de su casa en Nueva Jersey, “El racismo no es algo que aparece con estos episodios y después desaparece. Es parte de todo; es parte del panorama económico, de las elecciones”.

“Para mí”, dice otro participante, “Se puede hablar de otros temas también. No son excluyentes y muchas veces están relacionados como se vio con la crisis del Covid que mostró la gran desigualdad que hay; se contagian ambos, blancos y negros, pero los afroamericanos tienen MUCHAS MAS posibilidades de morir y de hecho murieron en porcentajes más altos que los blancos. Eso también es racismo”.

Greg contestaba con más frases sacadas del inventario del ´’Passive Supporter’: “Hay racismo, pero en realidad creo que son los menos, la mayoría son como yo, gente que quiere tratar a todos de la misma forma y creo todo empieza por educar a los chicos para que no sean racistas”.

Le contesto a Greg que lograr ese cambio, “Que la gente no sea racista” es difícil descansándose únicamente en el sistema educativo y sin poner de nuestra parte; le comento que mis dos hijos van a escuelas públicas en Nueva York, la ciudad que se jacta de ser una de las más diversas del mundo pero así y todo en la escuela de mi hijo menor no hay ningún estudiante afroamericano y en la del mayor, un alumno blanco, durante una clase de arte y manualidades, tomó un pedazo de lana y se lo pasó alrededor del cuello al único chico negro en una clase de 30, y le dijo al oído: ‘Esto es lo que tus ancestros vivieron’. Le cuento además, que la respuesta inicial de la escuela fue intentar poner el episodio bajo la alfombra y cambiar de clase al chico negro.

Greg, que interpreta a un hombre blanco, soltero y sin hijos, me responde: “Qué increíble que casi no haya afroamericanos en las dos escuelas; y sí, tal cual, todos pensamos que New York City es tan diversa”.  La recreación culmina con un Greg pensativo; quizás permeable a continuar la discusión en otra oportunidad. Le digo que algún día que lleve a mis hijo a la hipotética oficina donde trabajamos -cuando termine la pandemia-, puede charlar con ellos sobre la situación en sus escuelas.

Hacia el final del taller todos están de acuerdo en que este es un proceso lento que requiere paciencia y no perder los estribos aún cuando las conversaciones se tornen difíciles. Todos coinciden en que los cambios no se verán de la noche a la mañana. Las aprendidas en el taller son estrategias y técnicas que requieren práctica y sobre todo, voluntad y agallas; porque siempre será más cómodo no involucrarse y mantener el status quo.

Luego de hacer pasar una gorra virtual donde cada cual podía, de desearlo, contribuir con algo para SURJ, la ONG responsable de poner en marcha los talleres; muchos expresaron interés en inscribirse en otras sesiones o convertirse en miembros. Este es, en definitiva, un foro ideal donde compartir, sin tapujos, las experiencias que cada cual acumula en el camino hacia extinguir el privilegio blanco.


Elecciones y la inevitabilidad de lo racial

Sin lugar a dudas, la herida abierta del racismo en Estados Unidos es una de las variables que ha definido el tono y la dirección de la contienda electoral 2020.

Las protestas por las muertes de George Floyd y Breonna Taylor están aún frescas y vivas en múltiples ciudades del país y ganan tracción con cada nueva injusticia. A escasos días de las elecciones un nuevo caso de brutalidad policial sacude al país: Walter Wallace, un afroamericano de 27 años padecía autismo y murió baleado por dos policías frente a su madre que había llamado al 911 pensando que los agentes podrían ayudarla a aplacar un ataque nervioso de su hijo.  Como en un interminable déjà vu, el video de su asesinato se viralizó y las marchas se expanden desde Pennsylvania al resto de los Estados.

En esta recta final, el comportamiento de cada candidato frente a la obscena desigualdad racial está en la mira de los votantes. En el último debate la moderadora les pregunto a ambos sobre sus planes para erradicarla. Para eso, planteó la “charla” que todos los padres de chicos afroamericanos deben tener con sus hijos a edades tempranas sobre cómo proceder si se encuentran con la policía. Una charla absolutamente innecesaria e impensada en el seno de las familias blancas estadounidenses y que incluye consejos como siempre tener las manos visibles y arriba y nunca intentar sacar algo de la guantera o de los bolsillos si los muchachos negros son frenados cuando van en auto. Más allá de las respuestas, vaga la de Biden y ridícula la de Trump que se comparó con el Presidente que abolió la esclavitud, “Soy el que más hizo por los afroamericanos desde Abraham Lincoln” lo que importan son las acciones. Trump ataca persistente y constantemente al movimiento Black Lives Matter al que etiqueta como ‘Antifa’ o la caótica manifestación de una “izquierda” alienada, descontrolada y anómica que amenaza con destruirlo todo a su paso y que debe ser sofocada.  Biden da el presente en los funerales de las victimas de abuso policial pero carece de un plan concreto para atacar la disparidad racial.

Los sindicatos de policía, incluido el más grande del país, el NYPD, le expresaron a Trump su total apoyo en reciprocidad por el automático alineamiento del Presidente con las fuerzas policiales luego de cada episodio de brutalidad policial. El eslogan ‘Ley & Orden’ enciende más a quienes claman por justicia. Si a la ecuación agregamos los grupos de supremacistas blancos, entre muchos otros, los ‘Proud Boys’, los ‘Patriot Prayer’ y los ‘Boogaloo Bois’, -a los que Trump no sólo se niega expresamente a condenar sino que incentiva y legitima- estamos pues en presencia de un escenario volátil, racialmente cargado y en riesgo de ebullición.

Ante la feroz incertidumbre que genera un escenario electoral hiper polarizado y en plena pandemia, hay una única certeza: El tema racial es urgente e ineludible y eso presenta una oportunidad.

Gane quien gane el 3 de noviembre, los blancos tienen en este capítulo que atraviesa Norteamérica, donde lo racial es protagonista, una coyuntura histórica para saltar de una vez por todas a la acción y hacer escuchar su voz frente a sus pares. Gane quien gane el 3 de noviembre, lo hará con el telón de fondo del racismo estructural y depende de los blancos y únicamente de ellos, tirar de él hasta hacerlo caer ###.

SILVINA STERIN PENSEL
DESDE NEW YORK

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