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Vida y plenitud

El poder de la no resistencia

El autor se pregunta cómo podríamos ser felices fabricando un propósito que niega nuestra naturaleza esencial. Esta decisión aparenta ser una lucha muy dura, donde parece que la vida nos quiere quitar algo a la fuerza


Las nubes blancas vagan sin propósito aparente, flotan dócilmente. Son guiadas por una voluntad imperceptible. Las nubes blancas no tienen destino propio, están liberadas de intención, pero su ímpetu nos transmite confianza. Es un deleite recostarse a mirarlas, hacerlo abre otra dimensión en la mente. La característica esencial de esas nubes es que a nada se oponen, no se resisten, son simplemente llevadas, y así existen, son nubes blancas.

Tal como nubes blancas, o somos arrastrados porque estamos adheridos a algo del pasado, o bien soltamos ese pensamiento y somos suavemente conducidos hacia la confianza total del momento presente. ¿Cómo podríamos ser felices como seres humanos fabricando un propósito que niega nuestra naturaleza esencial directamente? Al comienzo, esta decisión de no pelear más ni oponernos a los acontecimientos tal como son aparenta ser controversial. Parece que los sucesos de la vida nos quitan algo, que nos despojan si no nos oponemos a la fuerza.

La espada que nos divide

Cuando queremos algo, cuando deseamos intensamente cualquier cosa que no sea paz profunda o comprensión interior, sentimos una fuerza, como la de una espada que divide: “Esto sí, esto no; esto está bien pero esto otro está mal y no lo quiero”. Rechazamos el momento en su sabia integridad. Difícilmente es observada esta actitud cuando dormimos recostados en el dolor de existir como cuerpos ansiosos y necesitados. El bello mundo de los regalos incomparables se desvanece cuando luchamos para satisfacer un capricho. Un capricho es todo anhelo que proviene de la inestabilidad emocional no observada y no reconocida. Constituye la revancha de un suceso no perdonado y ocultado en la mente para ser masticado por un tiempo.

Estamos intelectualmente desconectados de la vida que nos guía a su manera. No sabemos leer, no sabemos interpretar el lenguaje de Dios que nos habla a través de carteles callejeros, sucesos “casuales”, repeticiones de incidentes, pálpitos internos, personas que nos dicen algo, pájaros en la ventana, una película, experiencias reiteradas de insatisfacción, o literalmente palabras encontradas en un libro o artículo.

A veces, parece que las cosas van exactamente en forma opuesta a la que deberían ir. Esto nunca es cierto, el acontecer es perfección y sabiduría en grado superlativo. Los navegantes del mar que tienen embarcaciones a vela saben que en ciertas ocasiones los vientos los arrastran mar adentro, justamente hacia el lado opuesto a donde desean ir. Si el navegante se resiste a la dirección del viento, tiene el ciento por ciento de probabilidades de caer al agua y, según los casos, morir ahogado. El navegante experto, aunque sienta miedo, no se resiste a esa fuerza exterior, tiene confianza porque sabe que el viento cambia. Navega mar adentro en contra de su meta con paciencia, hasta que el viento cambia y se dirige nuevamente a la costa. El navegante experto nunca pierde su propósito en mente y sabe actuar según tiempo, lugar y circunstancias. Esta madurez mental le permite mantenerse a salvo ya que comprende que, aunque va en contra de su objetivo, en dicha circunstancia adversa adentrarse al mar es lo más directo hacia la costa.

El mar y sus vientos

Mucha gente simplemente sufre por la culpa de haberse dirigido mar adentro en cierta ocasión, yendo en contra de la dirección establecida, cuando era lo único que pudieron hacer en el pasado según su comprensión y entendimiento. Dependientes sexuales, dependientes a las drogas, dependientes de la religión, del dinero y de la aprobación, codependientes que cuidan sin cuidarse. Todos ellos semejan ir en contra de lo deseado, pero es la experiencia que necesitaron ya que sus vientos los obligaban momentáneamente debido a la fuerza transgeneracional. En el plano más profundo de la mente, ellos mismos eligieron detalladamente esas lecciones que vivieron para poder liberar sus fuerzas internas latentes hasta ahora dormidas.

Esta existencia se comporta como el mar y sus vientos. La costa es el objetivo seguro siempre, pero el océano nos entrena en claridad de propósito y determinación, siempre entramos mar adentro a templar el alma y a liberarla de miedos ilusorios acumulados. Algunas personas perecen en el mar de la agonía al no seguir la voz del amor que va por dentro. Otros, carcomidos interiormente por el orgullo y la desconfianza en la vida, flotan desesperados en el mar del lamento aunque todavía respiren. Y aún otros oran por la muerte como un intento de saltar al otro lado. Con la observancia cabal de nuestras experiencias nos damos cuenta que lo que valorábamos como muy preciado afuera en el mundo derivaba su importancia del hecho de no conocer el lugar donde radica nuestro poder interior. Y que los vientos de la vida son más provechosos que los caprichos.

Las personas que son rígidas en sus opiniones, en sus actos, en sus gustos y aversiones parecen como si estuvieran conformadas por un solo hueso. Sólo conocen una posición mental: resistirse. Aquellos que se resisten al fluir de la vida, debido a sus sentimientos de culpabilidad, que hacen planes e inventan atajos, se vuelven astutos en un mundo sin salida. Son como árboles de troncos duros y cortas raíces. En la tradición de la India se cuenta una historia que ejemplifica lo que sucede a la gente que es incapaz de doblarse. En su fluir desde los Himalayas, el río Ganges arranca grandes árboles y los arrastra hasta las llanuras. Cierta vez un sabio advirtió este hecho y le preguntó al río: “¿Cómo es que arrastras a los enormes pinos y sin embargo dejas al sauce y los pastos altos que crecen en tus riberas?” Y el Ganges respondió: “El pino no sabe doblarse, permanece rígido y no se mueve de mi camino, así que lo arranco de raíz y lo llevo conmigo aguas abajo hasta el mar. Pero los sauces, las cañas y los pastos no se resisten, se doblan a mi paso. Yo los atravieso cantando y los dejo intactos”.

Las personas rígidas no pueden mirar el cielo ya que para hacerlo tienen que alzar su cabeza. No ven las nubes blancas de la alegría y el despertar, que son tiernamente cobijadas y abrazadas con amor protector por un cielo azul infinito. Lo que evidencia la grandeza de una persona es su hábito no resistente debido a su rendición. Tal como esas nubes blancas, libres y enamoradas del cielo, la felicidad que buscas estriba en vivir tal esencia: la entrega absoluta al cielo azul de la mente, al cielo azul de la Vida.

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