Edición Impresa

El pintor rosarino que sólo piensa en retratar el Paraná

Gabriel Schiavina es autodidacta y le entregará parte de sus cuadros hiperrealistas al presidente uruguayo Mujica


Gabriel Schiavina absorbe el paisaje en la barranca del río Paraná. Está nublado y el joven pintor registra en su memoria tonos y texturas de la gigante masa de agua marrón en movimiento. Repite la operación decenas de veces a lo largo de los años y el clima le devuelve igual número de ríos para volcar en un lienzo. Gabriel no quiere elegir uno. Quiere hacerlos a todos, por lo que recurre al hiperrealismo, un método plástico donde se busca reproducir la experiencia tridimensional. Inspirado por “Las marinas”, del artista británico del siglo XVIII Joseph Turner, apila capas de pintura con paciencia para armar algo más que una postal de la Rosario turística. Su valor, pretende Gabriel, debe ser testimonial del patrimonial hídrico que representa el Paraná, espacio que en la actualidad está en jaque por la llegada de rosarinos a las islas dibujadas por Raúl Domínguez.

Hace varios cuadros con la misma temática. El último está presto a llegar hasta las manos del presidente uruguayo, José “Pepe” Mujica, interesado por la obra del rosarino. No es el único. En 2012 Schiavina recibió un pedido: un retrato del ícono narco filmado por Brian De Palma en Scarface (1983), Tony Montana. El cuadro blanco y negro está en un country de Pilar, provincia de Buenos Aires. La casa y el cuadro pertenecían a Luis Medina, empresario local sindicado como referente en la venta de drogas y que vio el final, similar a Montana, cuando 20 plomos le atravesaron el cuerpo en el penúltimo día de 2013. Con parte de su obra en exposición –ver aparte– el artista, autodidacta, dialogó con El Ciudadano y confesó que a pesar de su estadía en Europa nunca dejó de pensar en el río Paraná.

Heráclito

Schiavina nació en Rosario hace 36 años y como buen alumno desatento usaba los márgenes de las hojas para dibujar. A los 12 años su pasatiempo escolar llegó a las telas con óleos y enfrentó al joven con un concepto que se convertiría en crónico: la luz. Entenderla desde lo físico y metafísico marcó la vida de Schiavina. A tal punto que tuvo un pie adentro del seminario, camino a convertirse en cura luego de su trabajo voluntario en la capilla del Hospital Centenario.

Hoy agradece a Dios que no fue así. En cambio, estudió filosofía y arte en forma independiente. En esos años su taller servía para desarrollar reproducciones de obras que lo intrigaban, como las del holandés Rembrandt. Horas y horas de nariz frente al atril. Pero cada vez que los problemas aquejaban a Gabriel se acercaba a la costa central en busca del Paraná. El permanente movimiento de sus aguas lo alentaba a entender que no estaba sujeto a la inmutabilidad de los problemas: el mundo seguía girando.

Desde la adolescencia vendió al menos 800 obras a valores que le alcanzaban, dependiendo de la época y la inflación, para comprar historietas o llegar a fin de mes lejos de su familia a cuenta de un padrastro violento.

En 2010, decidió dejar de lavar los rodillos de la imprenta en la que trabajaba para limpiar sus propios pinceles en Viena, Suiza. Fue tentado por un pintor nacido en Villa Ballester pero con nombre extraño, aun para un país con una fuerte raíz europea: Helmut Ditsch. El bonaerense obtuvo fama al destronar a Antonio Berni como el pintor argentino que vendió el cuadro más caro en el país. Se trataba de un paisaje marítimo que salió por más de 800 mil dólares. Para los memoriosos su obra hiperrealista pudo verse en Rosario hace cuatro años en el tradicional bar El Cairo durante la muestra “El triunfo de la pintura”. Entre las pinturas más famosas estuvieron su vívido glaciar Perito Moreno y la Puna de Atacama.

Schiavina aprendió de Ditsch el método del hiperrealismo. Dejó de lado las fotografías que muchos artistas de esa corriente utilizan como referencia y fue al objeto. Nuevamente, horas de mirar reflejos y pensar cómo retratar la luz que permite la existencia del paisaje. Eso lo permitió el hiperrealismo a diferencia de la pintura figurativa, por ejemplo. Períodos de 18 horas seguidas por jornada de trabajo dieron nacimiento a una serie de reproducciones de distintos paisajes argentinos hasta llegar al rosarino. “Lo hiperreal va más allá de la fotografía. La pintura del Paraná tiene un mensaje metafísico importante. No hay figura humana y se pone en juego lo emocional. Hoy es lo mejor que me permite expresarme. Quizás mañana tire pinceladas al azar sobre una tela”, señala Schiavina, quien advierte que para hacer ese tipo de obras es necesario conocer los procesos físicos involucrados en los elementos retratados.

Tal vez porque se considera fuera de los cánones tradicionales, Schiavina mira el mercado de arte en Rosario como un dinosaurio, esto es, condenado a la extinción. Al menos en los parámetros actuales. “La comercialización tradicional de galería es muy cruel con los pintores jóvenes. Sólo se ofrecen cuadros de Berni, Grela y Domínguez. No coincido con el protocolo que obliga a una persona a ponerse traje y corbata para ir a comprar una obra”, critica el pintor. Él prefiere un sistema de comercialización personalizada y descontracturada que multiplique las posibilidades como las redes sociales online.

Tomá mate

La admiración de Schiavina por Pepe Mujica llevó a tratar de contactarlo vía correo electrónico para regalarle un cuadro hiperreal del río Paraná, cual gesto de hermandad con el pueblo uruguayo. En sólo tres días la respuesta llevó el sello del tupamaro: humilde y agradecido por el ofrecimiento lo recibirá en pocas semanas. Mujica se hará propietario de un río Paraná vivo de casi dos metros de ancho y 60 centímetros de alto.

Comentarios