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El perdón, Francisco y Cristina

Por: Carlos Duclos

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Oteando la creación, se percibe un sutil aroma que proviene del cuasi infierno en el que está sumergida la Iglesia de los hombres y buena parte de la propia humanidad. Sin dejar de mencionar, claro, ese averno político nacional. Es un aroma esperanzador, una primera oleada de rico olor a cambio dentro de la Casa de Jesús, que puede ser contagioso y que, es posible, se convierta en una luz que aclare un camino humanitario lleno de penumbras y de penas; de injusticias y mentiras; de soledades y vacíos; de muchos pobres de toda pobreza y demasiados ricos de muchas riquezas. Es decir, un mundo y un país poblado por vanas luces y apenadas sombras.

Y que este esperado cambio venga de la mano de un cura argentino, que hasta no hace mucho tiempo abrigaba en su corazón la certeza de un retiro programado, es, cuanto menos, un suceso para el asombro. Para el asombro haciendo del asunto una lectura superficial, pero a poco que se reflexione sobre la capacidad intelectual de muchas mujeres y hombres de esta Argentina alicaída en muchos aspectos, se verá que de asombroso el hecho no tiene nada. Sin caer en un ego despreciable, es dable formularse una pregunta: ¿por qué olvidar la extraordinaria capacidad de muchos de nuestros compatriotas que se desenvolvieron y desenvuelven en diversas áreas tales como la ciencia, las artes, el deporte, lo social? ¿Por qué no estar preparados para la certeza de que muchos argentinos tienen algo para decirle al mundo y algo para hacer en favor de ese mundo?

Sucede que a veces nuestra memoria es flaca. Nos olvidamos, por ejemplo, de genios como Jorge Luis Borges, como Ernesto Sábato, como nuestro rosarino Antonio Berni, como René Favaloro, César Milstein, Martha Argerich y, ¿por qué no decirlo?, como Diego Armando Maradona, Lionel Messi o el chueco Juan Manuel Fangio, por nombrar sólo a algunos. Sin nombrar, por supuesto, a esa media nacional talentosa que corre ansiosa por la vida argentina y que muchas veces no encuentra un lugar apacible, acogedor, justo en esta Patria siempre arrugada por una u otra razón.

El interrogante que se formulan muchos, ahora y en otros tiempos, en el mundo es: “¿cómo teniendo los argentinos tantas riquezas naturales, tantos recursos y ese patrimonio intelectual de muchas de sus mujeres y de sus hombres, nadan históricamente entre tantos problemas y dificultades?”. La respuesta se encuentra, necesariamente, en la mezquindad, en la intolerancia, en las exacerbadas pasiones que obnubilan la vista para ver algo más grande y superior que la realidad personal y sectorial. La respuesta se encuentra en la ausencia de esa grandeza, de esa virtud a la que aludió el nuevo papa Francisco ayer en su primer saludo de Ángelus: el perdón, la reconciliación. “El rostro de Dios es el rostro de la misericordia, que siempre tiene paciencia. ¿Os habéis parado a pensar la paciencia que tiene con nosotros?”, dijo un Bergoglio dispuesto a romper con la mafia eclesial que ha traicionado a Dios, y a devolverle la paz al corazón de Cristo traspasado por la lanza de los nuevos judas de la propia Iglesia, que le han entregado sin miramientos ni misericordia, que lo han crucificado cósmicamente con sus delitos. Delitos por acción u omisión, porque les cabe responsabilidad a aquellos que se han olvidado del gran propósito cristiano: salvar a los pobres. Sin embargo, no está demás recordar que los pobres no son sólo aquellos privados de un justo patrimonio económico que les permita vivir con dignidad, sino todo ser humano, toda criatura, cuya vida esté signada por un vacío que le impida realizarse plenamente como persona. Por tanto, la pobreza puede ser de orden material, intelectual o espiritual.

Pero para no perder el hilo de esta columna y concluir con ese que es el tema central sobre el destino argentino, podría decirse que el problema argentino tiene como causa el no perdón, la ausencia de reconciliación, la falta de unión y la saturación de provocaciones y enfrentamientos.

Hace unas horas, cuando se conoció la noticia de que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner le pediría una audiencia al Papa a través del canciller Héctor Timerman, hubo quienes desearon que no hubiera concesión, recordando las veces que el entonces arzobispo de Buenos Aires solicitó audiencias en la Casa Rosada que fueron prolijamente negadas, y burdas operaciones difamatorias pergeñadas en las últimas horas por algunos sectores allegados al kirchnerismo. Por supuesto que Francisco, el Papa, jamás hubiera adoptado semejante actitud, impropia de la bondad y del sentido común. Así, hoy Cristina estará frente a frente con el nuevo jefe de la Iglesia católica, quien en su breve homilía ha instado al mundo a perdonar y a tener actitudes reconciliatorias. Ojalá que del encuentro nazca una nueva y buena oportunidad para la Patria.

Y es de esperar que los argentinos, especialmente aquellos que tienen responsabilidad en el liderazgo político, gremial, empresarial y social, comprendan que ningún emprendimiento es posible en una sociedad caracterizada por grietas y divisiones, sin el perdón, la reconciliación y el esfuerzo conjunto en favor de todos.

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