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El paso del tiempo

Por:  Alicia Caballero Galindo

Las horas y los minutos, cuando se es niño, transcurren lentas, como si se arrastraran sobre una viscosa superficie que les impide avanzar. A medida que los años pasan la velocidad aumenta hasta volverse vertiginosa. Cada instante ha de vivirse, tratando de encontrar lo mejor de nuestra vida y luchando por deshacerse de los lastres que nos impiden encontrar equilibrio y felicidad.

Por medio de revistas, correos en internet, consejos de conferencistas que hablan sobre superación personal y valores y muchos medios comunicativos, invitan a quienes los leemos y escuchamos a aprender a deshacernos de los recuerdos y sentimientos que nos causan dolor, coraje, rencor, sufrimiento, etcétera; a que nos deshagamos de ellos, los coloquemos simbólicamente en un baúl y los arrojemos al mar del olvido o al río de la indiferencia.

Que los hagamos a un lado, y aprendamos a vivir sin ellos. Acompañan este tipo de pensamientos con bella música e imágenes digitalizadas que intentan despertar sentimientos de espiritualidad, por medio de la belleza de la fe o del amor a Dios.

Pretenden que después de leer y escuchar este tipo de menajes, el corazón se cure de las heridas, el alma sane de sus dolores, soledades, desengaños y como si una mano mágica desplegara un fino telón, la negatividad se borrara de la mente y del corazón para ver hacia el futuro con otros ojos.

Cuando terminamos de leer, ver o escuchar estos mensajes y pensamos en nuestras propias cargas, nos damos cuenta que aún pesan sobre nuestros hombros, duelen, lastiman, y no es fácil deshacerse de ellas y arrojarlas fuera como una lata vacía o un empaque inservible que estorba, por la sencilla razón de que de alguna manera marca nuestra historia y los recuerdos y el dolor que causaron. Es una herida abierta que no se cierra mágicamente.

Es frecuente que cuando terminamos de escuchar el mensaje que nos invita a olvidar, en nuestro fuero interno decimos: “¡Es cierto! Debo olvidar, no debo permitir que me lastime pero, ¿cómo?”. La mente inconscientemente vuelve una y otra vez al punto de conflicto; los tratados de Goleman en su best seller “La inteligencia emocional”, que la define como la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos.

El término fue popularizado por con su célebre libro: Emotional Intelligence, publicado en 1995. Goleman estima que la inteligencia emocional se puede organizar en cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación y gestionar las relaciones. La inteligencia emocional es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos.

Las emociones son importantes para el ejercicio de la razón. Entre el sentir y el pensar, la emoción guía nuestras decisiones, trabajando con la mente racional y capacitando o incapacitando al pensamiento. Del mismo modo, el cerebro pensante desempeña un papel fundamental en nuestras emociones, exceptuando aquellos momentos en los que las emociones se desbordan y el cerebro emocional asume por completo el control de la situación. En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional y nuestro funcionamiento vital está determinado por ambos.

Partiendo de este punto de vista, curar una herida emocional, es un proceso lento que debe iniciarse por el reconocimiento y la aceptación de un hecho doloroso, enfrentarlo, analizarlo y aprender a vivir con él. No es fácil desprenderse de rencores, resentimientos, o heridas irreversibles. Sin embargo, tenemos dos opciones: alimentar el negativismo y permitir que la herida no se cierre o enfrentar el hecho con valentía, reconociéndolo, aceptándolo, y viendo hacia el futuro con el firme propósito de restañar daños.

Las perspectivas al futuro cuando se enfrentan con valentía, nos ofrecen un universo de oportunidades que “antes” no veíamos y, si somos dúctiles, aprenderemos a abrir las alas y emprender el vuelo en otros cielos y aprenderemos a crecer, como el águila que a cierta edad se renueva para volver más fuerte.

Uno de los mejores aliados o enemigos, según la actitud asumida, es el tiempo; es mentira aquella aseveración de que “el tiempo cura las heridas” porque la sanación depende de la predisposición mental asumida; hacia lo negativo o hacia lo positivo.

Olvidar un hecho doloroso no es una buena solución porque implícitamente olvidamos la causa y podemos caer de nuevo en la misma situación o en otra semejante. La solución es enfrentar, analizar y encontrar nuevas alternativas en lo venidero. El tiempo puede ser un aliado cuando se emplea para aprender y crecer pero será nuestro peor enemigo cuando lo empleamos para mantener vivo un sentimiento que lastima.

A medida que cumplimos años, el tiempo y la vida se acorta y psicológicamente sentimos que marcha más de prisa; pareciera que los fines de año van en un carrusel que da la vuelta de prisa. Si perdemos muestras preciadas horas en alimentar ideas negativas, nuestro cerebro nos proporcionará todos los archivos negativos uno a uno para retroalimentar el negativismo y nos hundirá en una espiral que cada vez será más profunda y más difícil de revertir. Y cuando nos demos cuenta de ello, será demasiado tarde para enmendar y dejaremos tras nosotros una estela de fatalismo.

Si asumimos la actitud contraria, el cerebro funcionará de la misma manera pero hacia el positivismo, entonces las posibilidades de felicidad serán mayores y la historia que dejaremos al partir será de felicidad. Por otra parte, los estados de ánimo influyen en la salud del individuo tanto hacia lo negativo como hacia lo positivo y en el desempeño cotidiano.

Aprendamos a tomar lo que la vida nos ofrece sin huir de nuestro pasado: ¡Hay qué enfrentarlo y aprender de él! Mirar de frente aciertos y desaciertos. No hablemos de errores porque no existen; la vida es aprendizaje y crecimiento. Una herida sana cuando la reconocemos y aplicamos los remedios pertinentes para sanarla; dejemos el resto al tiempo. Si la ignoramos y pretendemos esconderla ¡nunca sanará! Dios nos da la fortaleza, inteligencia y nos pone en el camino, de nosotros depende cómo lo recorrremos y a dónde llegaremos.

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