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El otro terremoto, ése del que muy pocos hablan en estos días

Por: Carlos Duclos

También debería llamar la atención ese terremoto que produjo 1.000 millones de hambrientos en la Tierra.
También debería llamar la atención ese terremoto que produjo 1.000 millones de hambrientos en la Tierra.

Las miradas de cientos de miles de aquellos que quedaron vivos se han vuelto, de la noche a la mañana, más melancólicas. Sí, más melancólicas porque ¿cómo podría ser la mirada de un haitiano condenado a comer tortas de barro antes del sismo?

Hoy las imágenes conmueven, emocionan a la fibra más dura. Es difícil permanecer impertérrito ante miles de niños abandonados a su suerte, huérfanos y sofocados por el hambre y el desamparo. No es posible permanecer indiferente ante una tragedia tan grande que se vino a sumar al drama existencial en el que permanecía ese pueblo hambriento y abandonado por el mundo. Fue necesario que la Tierra se sacudiera, que decenas de miles de seres humanos murieran para que el mundo se aprestara a girar su vista hacia esa parte de la isla.

La Tierra se sacude en estos días. Al sismo de Haití se suman los movimientos de la zona occidental de Grecia, Taiwán, México, Guatemala y  El Salvador, entre otros puntos del planeta, incluyendo nuestro país que se vio afectado en la zona cordillerana de San Juan y Ushuaia.

¿Qué está sucediendo? Cualquier seguidor de las antiguas escrituras se verá tentado a decir que la humanidad se acerca al umbral desde donde se ingresa a un cambio de orden. Mateo, el evangelista, pone en boca de Jesús estas palabras: “Ustedes tendrán noticias de que hay guerras aquí y allá; pero no se asusten, pues así tiene que ocurrir; sin embargo, aún no será el fin.  Porque una nación peleará contra otra y un país hará guerra contra otro; y habrá hambres y terremotos en muchos lugares”.

Es bien cierto: hay guerras y rumores de guerras, epidemias, ira, enojo, desintegración social, afectación de los valores básicos, involución en medio de la evolución tecnológica, adicciones que corrompen la psiquis, violencia moral, desastres naturales y terremotos.

Si ha de juzgarse a priori la situación del planeta, se diría que hay un Dios que se ha olvidado de su criatura o que permite que, al fin y al cabo, se cumplan aquellas profecías que fueron dichas en la antigüedad. Hay quienes se sienten tentados a preguntar, en medio de tanta desolación, lo mismo que preguntara, frustrado, un sobreviviente de la Shoá (Holocausto) durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Dónde está Dios? La pregunta fue y sigue siendo incorrecta, pues el verdadero interrogante es: ¿dónde está el hombre?

Lo de Haití es un paradigma, un gran ejemplo. Nadie de la humanidad reparó, antes de este sacudón de la Tierra, que los haitianos padecían otro terremoto: el hambre, la desprotección, los derechos negados; ése fue y sigue siendo el otro terremoto, el intangible, el sutil, pero no menos cruel y dramático.

¿Y cuántos terremotos de esta clase se producen en todas partes del mundo? La cifra es incontable, pavorosa. Pero de tales movimientos que devasta el corazón humano nadie o muy pocos hablan. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) ha dicho hace un tiempo que los hambrientos en el mundo son mil millones de seres humanos. Hay que repetirlo: los hambrientos en el mundo son mil millones de seres humanos, es decir, para que se haga más clara la idea: hay mil millones de personas que no tienen qué cosa comer. Si carecen de alimento, puede deducirse que tampoco tienen acceso al cobijo digno, a la educación, a la salud. Más que personas son sufrientes.

La misma institución, en su informe señala que “la mayor parte de quienes pasan hambre viven en países en desarrollo. En Asia y el Pacífico se estima que hay 642 millones de hambrientos crónicos, frente a 265 millones en el África subsahariana; 53 millones en Latinoamérica y el Caribe; 42 millones en Cercano Oriente y norte de África y 15 millones en los países desarrollados”.

En Argentina, por ejemplo, por cada 1.000 nacimientos se producen 14 muertes. La tasa de mortalidad infantil es importante y así como en el año 1999 murieron aproximadamente 12.000 chicos por causas evitables, así también este número se ha mantenido en el tiempo con algunas variaciones. Es decir, en los últimos diez años murieron en nuestro país más de cien mil chicos por causas que se hubieran podido evitar. Esas causas son el otro terremoto fabricado por algunos hombres, por cierto irresponsables, a los que nadie osa tocar para impedirles que, por acción u omisión, sigan permitiendo la muerte de tantas vidas.

Pero éste es sólo un aspecto de la cuestión. ¿Qué hay de las otras muertes evitables de jóvenes y adultos? ¿Qué hay de las muertes evitables de seres de la tercera edad que aún están en condiciones de brindar amor y experiencia?

Y si esto ocurre en nuestro país, que aun con sus dificultades por la insensatez de algunos no ha tocado fondo gracias a su inmensa riqueza, ¿qué no ocurrirá en aquellas naciones pobres de toda pobreza?

Estas palabras también conmueven, tanto como las imágenes del terremoto de Haití y fueron pronunciadas hace no más de unos meses: “Lamento anunciar que jamás en la historia de la humanidad ha habido tantas personas que padecen hambre”. Las pronunció a la prensa el director general de la FAO, Jacques Diouf, al presentar el lamentable récord histórico junto con los responsables del Programa Mundial de Alimentos (PMA) y del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (Fida).

Sí, hay quienes hoy se verán tentados a repasar las escrituras y recordar cuáles y cómo serán las señales antes del fin del ciclo. Otros, decepcionados, se preguntarán, como el sobreviviente del Holocausto, ante un escenario patético, ¿dónde está Dios? Es menester preguntarse ¿dónde está el hombre? Y antes que repasar las escrituras sería mejor repasar las actitudes de los líderes y formular otra pregunta: ¿dónde estuvieron los conducidos que permitieron que a la humanidad se la enfilara hacia el abismo?

El reciente terremoto de Haití llama a la reflexión, pero también debe llamar a la reflexión el otro, el anterior, ése que sacudió la vida de millones de personas a través del hambre y la desolación, ese otro terremoto que en todo el mundo agita y sume en la muerte y la tristeza a miles de millones de personas, y que cobra movimiento brutal por vía de la injusticia.

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