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Tesoro recuperado

El misterio de los cuadernos robados de Darwin hace 20 años: devueltos en una bolsa

Luego de dos décadas desaparecidos, cuando se consideraron robados de la Universidad de Cambridge, dos cuadernos del naturalista inglés Charles Darwin reaparecieron de una manera misteriosa: en una bolsa de regalo depositada en la biblioteca de la casa de estudios y con una tarjeta de felicitaciones


Luego de 20 años desaparecidos, cuando se consideraron robados de la británica Universidad de Cambridge que los atesoraba, dos cuadernos del influyente científico naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) reaparecieron de una manera misteriosa: en una bolsa de regalo depositada en la biblioteca de la casa de estudios y con una tarjeta de felicitaciones.

En uno de esos cuadernos, Darwin esbozó el árbol de la vida, esa metáfora que devino símbolo de la teoría de la evolución, plasmada en su emblemático texto El origen de las especies, de 1859. El anuncio de la devolución de los dos cuadernos, que desde hacía veinte años estaban incorporados a los datos de la Interpol sobre las obras de artes robadas, lo dio a conocer este el departamento de la biblioteca que destacó que los manuscritos “fueron devueltos en buen estado”.

Saldada la tranquilidad de tener de regreso esas dos piezas históricas y valiosas, quizá lo más misterioso y anecdótico es la forma en que la fueron devueltos dado que fueron entregados de forma anónima el 9 de marzo de 2022 en una bolsa de color rosa y acompañados por una tarjeta en un sobre que decía “Feliz Pascua”.

Sospechas sobre el posible hurto o extraviados en la biblioteca

La historia de su desaparición se remonta a 2001, cuando durante una inspección rutinaria, se descubrió que la pequeña caja que los contenía, del tamaño de un libro de bolsillo, ya no estaba en su lugar. La sospecha del hurto recayó en una iniciativa que había tenido lugar en el año 2000 por la cual fueron sacados de la sala donde se guardaban para ser fotografiados junto a otros objetos valiosos de la biblioteca.

Durante muchos años, algunos bibliotecarios también apostaban a que los cuadernos habían sido colocados en un lugar equivocado de la inmensa biblioteca, que alberga unos 10 millones de libros, manuscritos y objetos. Con las sospechas a cuestas, en noviembre de 2020, la directora de los servicios bibliotecarios, Jessica Gardner, inició un llamamiento para encontrar los cuadernos “probablemente robados”, cuyo valor se estima en varios millones de libras esterlinas.

La evolución del caso: de la pérdida al robo

“Alguien, en algún lugar, puede tener conocimientos que nos ayuden a devolver estos cuadernos al lugar que les corresponde, en el corazón del patrimonio cultural y científico del Reino Unido”, había dicho Jessica  Gardner, cuando los manuscritos no aparecían por ningún lado.

A pesar de la teoría del robo, los bibliotecarios de Cambridge siguieron buscando en sus estanterías más allá de que se trataba de un trabajo  arduo. La Biblioteca cuenta con 210 kilómetros de estanterías llenas de libros y es una de las  más ricas en cuanto a patrimonio bibliográfico del mundo, lo cual tornaba aún más difícil encontrar piezas de pequeño tamaño o directamente, si es que los manuscritos estuviesen fuera de la caja que los guardaba, se trataba de una tarea titánica.

Se siguió buscando entonces entre miles de documentos del científico inglés. Cambridge conserva 189 cajas de archivo, 182 volúmenes, 170 planos/dibujos, miles de manuscritos, 6.000 publicaciones periódicas, 734 libros y 8.000 cartas de Charles Darwin. Se había calculado que la búsqueda completa llevaría unos cinco años.

El consuelo de lo digital

Los documentos se conocen como Cuadernos de Transmutación, debido a que Darwin teorizó por primera vez cómo las especies podrían “transmutar” de formas ancestrales a formas posteriores. Para tranquilidad de quienes hubieran necesitado consultarlos, los cuadernos de Darwin siempre estuvieron disponibles en la plataforma digital de la Biblioteca, por lo que estudiantes, investigadores y público en general pudieron seguir disponiendo de ellos.

Esos materiales son codiciados no solo por estudiantes locales o becados de otras partes sino por investigadores de todo el mundo que encuentran allí un acervo invalorable para todo aquello que esté en relación con la tan mentada “origen de las especies”, no solo como teoría, sino como disparador para profundizar sobre otras posibles sendas de investigación.

Si bien se desconoce el origen y responsable de la sustracción y el lugar en el que permanecieron ocultos durante tantos años, lo importante es que los cuadernos de Darwin volvieron intactos a los estantes de la biblioteca, motivo por el cual Garden dijo sentirse “aliviada de saber que los libros se encuentran en buen estado” y “al igual que muchas otras personas en todo el mundo, estaba profundamente triste por su pérdida. La alegría de su regreso es inmensa”, declaró Gardner.

Discusiones y defensa del origen de las especies

Aunque Darwin publicó 17 obras, la que más fama le dio fue <El origen de las especies<, que comenzó a escribir en cuadernos, a partir de 1837. Si bien en el mundo científico todos saben que él no inventó la evolución, todos lo dieron por sentado y dejaron de discutirlo. El primero en plantear la cuestión había sido otro naturalista, Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829), incluso su propio abuelo, Erasmus Darwin y sobre todo, Alfred Russel Wallace que planteó la teoría de la selección natural trabajando por su cuenta.

El río del Leteo pasó por todo este asunto. Muchas veces se discutió que la teoría debería llamarse Wallace-Darwin. Con los años, la nomenclatura cambió a Darwin-Wallace hasta que finalmente cuando iban por la quinta edición de la obra, en 1869, todos se olvidaron del asunto.

Dicen sus contemporáneos que Darwin decía “mi teoría” delante incluso de Wallace, que permanecía callado como un auténtico lord inglés.

Mientras la barba de Darwin alcanzaba desmesuras inimaginables, Thomas Henry Huxley, paleontólogo y especialista en anatomía comparada, abuelo del célebre autor de Un mundo feliz (Aldous Huxley),  fue un vehemente defensor y comentador de la obra de “su maestro”, como reconocía a Charles Darwin. En su época se lo llamaba, incluso “el dogo de Darwin”, y fue él uno de los que más insistía en que la teoría solo era obra de Charles y no de ningún otro antecesor de su familiar, que era “su maestro” quien había logrado perfeccionarla hasta el punto que resultaba indiscutible desde ese punto de vista.

A mediados de este año, ambos cuadernos serán exhibidos al público en una exposición en Cambridge dedicada al científico.

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