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“El mejor homenaje es leerlo”

Por Santiago Baraldi. Su amigo, el Turco Galli, resume el cariño eterno al Negro con una frase. Inmortal para los rosarinos, el Negro Fontanarrosa se hizo a sí mismo enfrentando a su padre, que pretendía un futuro de técnico para quien terminó siendo, sino el mayor, uno de los grandes íconos culturales de la ciudad. Para el Negro, más de un millón de amigos y un Centro Cultural


El niño Roberto copia una y mil veces los dibujos de las historietas que lee. Transcurre la década del 50, y sus preferidas son Rayo Rojo, El Tony, Misterix. No va a pasar mucho tiempo más para que se decida a iniciar el curso de la Escuela Panamericana de Arte, que ofrece en esas mismas páginas y es por correspondencia. No le va a ser fácil: al terminar la escuela primaria su padre insiste que estudie en un colegio industrial. “Ahí está el futuro del país”, le marca el paso. Pero a él tampoco va a ser fácil: Roberto abandona los estudios en tercer año, y empieza el camino que lo llevará a ser el Negro Fontanarrosa. “A fin de cuentas, soy un precursor de la deserción escolar”, dirá más tarde, ya acostumbrado a disparar las carcajadas de otros. Lo único que recordará de los días antiguos será la revista Hora Cero, dirigida por Héctor Oesterheld, que con fruición esperaba cada miércoles.

Su amigo, el Turco Galli, resume el cariño eterno al Negro con una frase: “La mejor manera de recordarlo es leer su obra”. Galli se acercó de manera tímida a finales de los años 70 en el bar El Cairo, a su mesa con “la excusa de hablar de fútbol, política y mujeres”.

Cuando en 1981 Roberto Fontanarrosa escribió su primera novela, Best Seller, puso en su tapa a Galli vestido de beduino y un tiempo después Félix “Pelado” Reinoso inmortalizaría con la Mesa de los Galanes el nombre que le impuso a ese encuentro diario de amigos al final del día, en la esquina de Santa Fe y Sarmiento.

El Negro había comenzado como dibujante humorístico en la revista Boom de Rosario y en 1972 la mítica publicación cordobesa Hortensia publica los primeros recuadros de Inodoro Pereyra, el Renegau, junto al inefable perro Mendieta, y a un James Bond del subdesarrollo: Boogie, el Aceitoso. Ese mismo año lo convoca la revista Satiricón y al año siguiente se suma al diario Clarín; allí Inodoro y la Eulogia encabezan la contratapa y en 1979 Boogie se muda a la histórica revista de Andrés Cascioli, Humor Registrado.

En 1980 el Negro colabora en los textos de la obra Mastropiero que nunca, de Les Luthiers y el grupo se queda una semana en Rosario a sala llena. Un año después de Best Seller, en 1982, el Negro publica su segunda novela El Área 18. Al año siguiente, guerra de Malvinas mediante, el Negro asegura en su primer libro de cuentos que El Mundo ha vivido equivocado y le siguen No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, Uno nunca sabe, El mayor de mis defectos y La mesa de los galanes, entre otras  compilaciones de relatos.

Había dos cosas religiosas en los días del Negro: el encuentro con sus amigos al finalizar el día en El Cairo y la siesta sagrada: “Sólo dos veces interrumpieron mi descanso vespertino; cuando en el 82 recuperamos Malvinas y cuando Diego llegó a Newell’s”.

Hoy, los cines proyectan Metegol, película basada en el cuento Memorias de wing derecho, tema presente a lo largo de la obra de Fontanarrosa, quien como futbolista frustrado dijo alguna vez: “Tengo dos problemas para jugar al fútbol: uno es la pierna izquierda; el otro es la pierna derecha”.

En 1984 se lanza la revista de historietas Fierro donde sus páginas incorporan semblanzas deportivas de su creación y las aventuras de Sperman, un superhéroe donante de esperma. Al año siguiente, Ediciones de la Flor reedita Best Seller, un verdadero éxito de ventas, como su nombre lo indica, también la novela La Gansada.

En ocasión de disputarse el Mundial de Fútbol en los Estados Unidos en 1994, Clarín lo envía como corresponsal: devuelve una columna diaria con las ocurrentes reflexiones narradas por la mentalista Hermana Rosa que predice los resultados. Ese año recibe el premio Konex. El año siguiente, el bar El Cairo cierra sus puertas, y la Mesa de Los Galanes hace el aguante en La Sede, de San Lorenzo y Entre Ríos. En 1998, los 25 años de Inodoro Pereyra se festejan con la publicación de un volumen colosal.

Humilde, cultor del perfil bajo, el Negro siempre se jactó de no tener que mudarse a vivir en Buenos Aires para “llegar” y alguna vez disparó: “De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»”.

Tras tanto hacer reír, un día llegó la noticia más triste. En 2003 se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica. El 18 de enero de 2007 anunció que dejaría de dibujar, debido a que había perdido el control de su mano derecha.

Hace seis años que Fontanarrosa es inmortal para los mortales rosarinos, y desde ayer, con justicia, el Centro Cultural de la ciudad lleva su nombre.

¿Qué malas palabras?

“Se me ocurrió hablar sobre las malas palabras ¿Por qué son malas las palabras? ¿Les pegan a las otras? ¿Son malas porque son de mala calidad? Tienen actitudes reñidas con la moral, pero no sé quién las define como malas palabras, pero parecen los villanos de la película”, disparó el Negro ante el colmado teatro El Círculo, en el marco del III  Congreso de la Lengua el 19 de noviembre de 2004, haciendo reír al auditorio, en su mayoría docentes, y la mirada atónita de quienes lo secundaban, entre ellos, el formalísimo Víctor García de la Concha, titular de la Real Academia Española, que no salía de su asombro. Como si hubiera ensayado su teoría en la mismísima Mesa de los Galanes, Fontanarrosa continuó con su alocución que sería histórica en un ámbito donde, justamente, las formas prevalecen.

“No hago una defensa incondicional y quijotesca de las malas palabras: algunas me gustan, otras no. A veces culpamos a los jóvenes porque usan un vocabulario estrecho, pero no me preocupan que insulten permanentemente, lo que me preocuparía es que no tuvieran una capacidad de transmisión y expresión. Las malas palabras sirven mucho para expresarse; se dice que el idioma es vulgar. No sé quién define lo que es vulgar o no. Tampoco sé cuál es el origen de las malas palabras. Las malas palabras brindan otros matices y hay algunas que son irreemplazables: no es lo mismo decir que una persona es tonta o pelotuda. Tonto puede ser una disminución neurológica agresiva, pero el secreto de la palabra pelotudo está en la letra «t»’.

Mierda es una palabra también irreemplazable. El secreto está en la «r» fuerte, porque en otros lugares es más débil, como la pronuncian los cubanos, que la hacen más suave, como los chinos”, arrancó el Negro y ya el teatro se venía abajo entre risas y aplausos.

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