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“El Marginal 4”, esos otros infiernos que son peores que un encierro de por vida

En el ya clásico drama carcelario de factura nacional que este miércoles estrena en Netflix los ocho capítulos de su nueva temporada, el actor Juan Minujín, que está de regreso con Pastor, transita su mejor y más desafiante trabajo actoral a la fecha  


“Hay otros infiernos, peores que un encierro de por vida”, dice sin inmutarse Benito Galván, el director de Puente Viejo en la piel de Rodolfo Ranni. Se lo dice a Miguel Palacios, el ex policía que había ingresado a la prisión de San Onofre con una identidad falsa.

Aquél personaje con el que el enorme y siempre camaleónico Juan Minujín dio carnadura a la primera temporada de El Marginal en 2016, la serie de Sebastián Ortega, entre otros, hoy parte de una producción internacional (Underground y Telemundo Streaming Studios) que va camino a convertirse en un clásico, reaparece en la cuarta parte, secuela de aquella (la dos y la tres fueron precuelas), que desde este miércoles pondrá a disposición sus ocho imperdibles capítulos en la plataforma Netflix donde se puede ver la serie completa, ahora bajo la dirección de Alejandro Ciancio y Mariano Ardanáz.

En Palacios, que es Pastor (“el guardián, el que guía”), hay un destino trazado, una tragedia personal e íntima que, como un viacrucis, tendrá que desandar, porque lo que no se resuelve, indefectiblemente se repite, más allá del psicoanálisis que afirma ese dogma.

Todo sucede tras un incendio en San Onofre, y como en las buenas tragedias, Pastor, Mario Borges y Diosito (los talentosos Claudio Rissi y el uruguayo Nicolás Furtado, respectivamente) vuelven a cruzar sus destinos ahora Puente Viejo: una nueva cárcel en la que ya no hay lugar para eufemismos a la hora de contar la violencia que allí se vive y se respira, porque ese lugar es la violencia.

Pero no es un reencuentro más: hay algo en ese cruce entre Pastor y Diosito que excede a ese estado violento que los llevó hasta allí y que va a la matriz de lo humano: el supuesto destino que mueve las fichas los pone a ambos en el filo del borde de ese infierno por el que vuelven a caminar juntos y hasta quizás tomados de la mano.

Al menos en los primeros cuatro capítulos a los que accedió la prensa previo al estreno, hay una nueva instancia, un escalón más a la hora de transitar el horror, de contar y mostrar la violencia que habita frente a la pérdida absoluta de la dignidad que más allá de una supuesta normalidad y de la vida que Pastor transita junto Emma Molinari (Martina Gusmán) en el afuera, está a la vuelta de la esquina. De hecho, volverá a ser Emma quien hará todo lo que esté a su alcance para ayudar a Pastor en un nuevo y ahora más peligroso intento de fuga.

Es, precisamente, ese nivel de hiperrealismo el que posiciona y conspira a favor de esta temporada que está varios escalones más arriba de los de sus antecesoras y particularmente la conecta con algo de la génesis de la serie que va atado a lo más profundo de la condición humana, donde se dirimen sus límites, sus resistencias, sus codas inexplicables y una idea de justicia que habita en Pastor, una especie de Quijote encarcelado, que pone en tensión el adentro con el afuera.

De hecho, allí, donde las reglas son otras, donde la tortura, entre otras atrocidades, es algo cotidiano, donde la venganza es un plato que se come caliente, conviven aún en el presente ciertas lógicas que imperaron en los tiempos más oscuros de la última dictadura cívico-militar, a la que se la ve y se la escucha como un eco que sale de lo más profundo de un pozo. Porque en El Marginal 4, la dictadura está en esa cárcel como está latente en el imaginario argentino cada vez que se pone en tensión la relación opresor-oprimido.

Más allá de otras descollantes presencias, las ya conocidas (un elenco verdaderamente deslumbrante) o las nuevas, como es el caso de Luis Luque que es Coco, una especie de “pater familias” sacado y arbitrario que habita un pabellón VIP con varios de los suyos; el referido Rodolfo Ranni que retoma su costado más oscuro a la hora de actuar y que lo vincula con algunos de sus personajes del cine nacional de la post-dictadura, o Ariel Staltari, otrora figura de Okupas, que es Bardo, el yerno de Coco, quien descubre otras formas del amor en la cárcel, hay algo deslumbrante en el trabajo de Minujín, uno de los actores más talentosos de su generación.

El actor, que se vuelve a correr de cualquier lugar de posible comodidad en el que lo pueda haber puesto la comedia televisiva del prime time, retoma el personaje de Pastor varios años después de su debut, y hay en él una idea de poner el cuerpo a disposición del relato, una decisión que es muy clara; porque contar la humillación del modo en que la cuenta, para un actor, es un desafío atípico pero, al mismo tiempo, la verdadera carnadura de la actuación: aquí no es eufemismo cuando se dice que el actor se desnuda literal y metafóricamente.

Y hay más: retomar la psicología de Pastor, volver a pensarlo y ponerlo en palabras, acaso sea un paso aún más riesgoso, porque es un hombre con valores en un mundo que ya no los tiene, un mundo que reproduce con exactitud aunque potenciado, lo tóxico y lo contradictorio de ese otro mundo de extramuros, donde la desigualdad genera ese estado de violencia que habita luego en el encierro como castigo de lo que se hizo afuera, donde las creencias y las adicciones se vuelven una vía de escape, donde se puede llegar a hacer todo lo que se afirma que sería imposible, y sobre todo, donde Dios, siempre, en cada momento, no es más que una máquina de humo.

Se viene en Netflix el estreno de la cuarta y poderosa temporada de “El Marginal”

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