El Hincha

El Madrid se queda en blanco

El Madrid jugó sin red, con los laterales, sobre todo Ramos, utilizando una vía de solo sentido, sin apenas vuelta, volcado en el costado zurdo francés hincando el cuchillo una y otra vez sin que nadie aprovechase la sangre vertida.

Olor a día grande en el Bernabéu. Ambiente de grandeza, ése que enciende los ojos de los jugadores, brillante la mirada, dispuestos a comerse al rival, los palos, al árbitro y las canillas de los suplentes si fuese necesario. En un instante, sólo en un segundo, los franceses palidecieron. Las gradas volcadas y las camisolas blancas proliferando por doquier, en una presión enloquecida. Un día de furia, un día para dejarse la piel ante unos galos reducidos a una brizna de hierba.

En la milésima de segundo que pasaron del asombro a la racionalidad, Guti ya les había enganchado en un pase milimétrico para que Cristiano apareciese como un tren de mercancías para hacerle un agujero entre la piernas a Lloris. Un vendaval se desencadenó sobre los franceses que, todo hay que decirlo, aguantaron el chaparrón con lo que pudieron, mucho Lloris, mucho desacierto blanco en los metros finales y mucha, pero que mucha fortuna.

Jugar volcado

El Madrid jugó sin red, con los laterales, sobre todo Ramos, utilizando una vía de solo sentido, sin apenas vuelta, volcado en el costado zurdo francés hincando el cuchillo una y otra vez sin que nadie aprovechase la sangre vertida. Pero era tanta la presión, sin dejar respirar al rival, que no había manera de salir de allí. Pelotazos largos y desesperados a Lisandro, que solo y tocado, fue presa fácil de un Albiol agigantado ante los balones frontales que le pusieron para un lucimiento sin apenas riesgo. Casillas se aburría y Lloris sufría como un esforzado a galeras. Tuvo que salir a tiros de Cristiano, Kaká e Higuaín, salvando todo lo que podía y más mientras el Madrid rozaba la gloria minuto tras minuto. Cielo e infierno se asomaba a sus pies de continuo porque tanto derroche físico le llevaba a la nada y en la tarea arriesgaba una jugada suelta de Delgado o una genialidad de Lisandro que le podía llevar al abismo.

Todo en el Madrid fue un huy de milímetros: un pase de muerte de Kaká que no llegaba por un pelo, otro de Guti que se fue de pasada, un amago de Cristiano que casi se comen cinco defensas y medio o una banana de Higuaín fallida sólo por una astilla. El Madrid iba e iba, pero no acababa de llegar, enfrentado a un muro de once marmolillos encerrados a la fuerza, puestos contra la pared, defendiéndose con el último aliento.

El segundo acto fue otra cosa. Con los pulmones hechos un papel de fumar, los blancos cedieron metros, balón, dominio. Hubo respiro para los franceses y un vuelco del partido con tintes peligrosos para el Madrid. En el toma y daca pudo pasar de todo. Casillas empezó a ganarse la soldada como siempre hace y Lloris vivió con cierta calma una segunda mitad más pacífica. Todo se igualó y, por lo tanto, pendió de un hilo. Todo, la final, el Bernabéu, la esperanza, la ilusión…

Todo se perdió en un segundo, con una combinación que segó las ilusiones blancas.

Fuente: abc.es

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