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El largo camino a las urnas

Panorama político. Por David Narciso.- Desde mediados de los 90, el PS arrastra diferencias entre dos corrientes de opinión que se referencian en Hermes Binner y Rubén Giustiniani. En las primarias del 22 de mayo podrían empezar a saldarse.

Un sablazo verbal de Miguel Lifschitz primero y de Antonio Bonfatti después, ubicó a Rubén Giustiniani como responsable de que el socialismo esté enfrascado en la durísima e inédita interna de estos días. No fue el primero y mucho menos será el último cuestionamiento público hacia el senador nacional y presidente del partido. Giustiniani, por el contrario, afirma que la interna socialista es resultado de un “capricho” del gobernador Binner para que Antonio Bonfatti sea su sucesor.

El sistema de primarias tiene un plano formal, que es la elección de los precandidatos de los partidos, alianzas o frentes; y otro práctico, que además define correlación de fuerzas internas, liderazgos y espacios de poder. Si Agustín Rossi ganase a Rafael Bielsa, Omar Perotti y Juan Carlos Mercier, estaría legitimando una cuota de poder interno que hasta ahora se le resistía. En el Frente Progresista el choque entre Binner y Giustiniani va en el mismo sentido.

El gobernador planteó la primaria como un plebiscito a su gestión, con todo lo que eso implica. Es el primer gobernador socialista de la Argentina, condujo un gobierno tras 24 años de justicialismo y no tiene posibilidad constitucional de reelección. No hay ambigüedades ni gato encerrado cuando pide el voto a los santafesinos a favor de su ministro: quiere la reelección del proyecto iniciado en 2007, del cual él es el garante. Bonfatti no tiene votos propios, pero tampoco es el tradicional delfín político sacado de la galera: es la mano derecha de Binner en la gestión, pero también es un amigo con el que en los últimos 40 años compartió militancia, familia y función pública. Bonfatti es Binner, no hay dudas.

Giustiniani se justifica diciendo que las cosas serían diferentes si el gobernador “no se hubiera encaprichado” con elegir a su sucesor. El ministro de Gobierno argumenta en sentido contrario: “Mi candidatura no es un capricho de nadie, es promovida por toda una corriente de opinión interna del partido y tiene el respaldo de dos tercios de los centros socialistas. Es la corriente interna que hace 20 años está transformando la realidad, que no se quedó en la teoría”. Devuelve acusaciones en torno a la falta de diálogo: “La junta provincial del partido (la preside el intendente de Rosario) en tres oportunidades intentó convocar a instancias de diálogo sin éxito”.

Las disputas por el liderazgo dentro del socialismo vienen de arrastre. Concretamente surgieron tras el cisma que derivó en la salida de Héctor Cavallero del partido. Siendo ya intendente, Binner sentía que una parte del partido no le reconocía el lugar que tenía. Refunfuñaba porque estaba obligado a someter ciertas decisiones al escrutinio de sectores internos del PS cuando –sostenía–, era él el que cargaba la responsabilidad principal de la gestión y era la figura indiscutible del socialismo a la hora de ganar elecciones, situación que se mantuvo hasta 2005, cuando también Lifschitz forjó un capital propio de votos.

Mientras estaba vivo Guillermo Estévez Boero, padre fundador del entonces Partido Socialista Popular, las diferencias estuvieron contenidas. Pero se profundizaron a partir de su muerte en 2000. Binner se sentía condicionado y limitado; Giustiniani se aferraba a la estructura partidaria porque sospechaba que de lo contrario el sector interno que representaba perdía participación.

La conformación del gabinete municipal a partir de 1995 fue motivo de distanciamiento. Binner, que venía trabajando con profesionales en el ámbito del ex Centro de Estudios Municipales de calle Rioja, incorporó en puestos claves a hombres que no eran del partido. El caso más cuestionado, por la envergadura del cargo, fue el de Ángel Sciara en Hacienda. Desde la otra línea se reprochaba que el intendente relegara a militantes del PS con formación técnica y profesional que podrían ocupar esos puestos.

La historia se repitió en 2007. La línea de Giustiniani (y en rigor también los radicales) cuestionaron que se conformó un gabinete de sello binnerista y poco representativo de la diversidad del Frente Progresista: sólo quedó la Secretaría de Estado de Ciencia y Tecnología, a cargo de David Asteggiano, alineado con Rubén Giustiniani, y el Ministerio de Obras Públicas para el radical Hugo Storero.

En el gobierno rechazan esos cuestionamientos. Dicen que es un gabinete amplio, reflejo de un gobierno abierto: recuerdan que los ministros de Justicia, Producción y Seguridad, por ejemplo, no son del partido.

En definitiva la discusión lleva a un punto que, según el binnerismo, es lo que dirimirán las urnas el 22 de mayo además del nombre propio para la precandidatura a gobernador. O el socialismo se encamina a ser un partido abierto que suma a nuevos sectores sociales y se amplía, o sigue siendo un “partido chico”. Giustiniani se defiende: “Esa discusión atrasa”.

El planteo esconde un cuestionamiento abierto al liderazgo partidario de Giustiniani: “¿Por qué el Partido Socialista no crece en otras provincias; o mejor dicho por qué decrece?”, inquieren. No se trata sólo de retórica política: las reglas de la política son implacables y Giustiniani sabe que si no gana el 22 será blanco de una ofensiva para desplazarlo de la conducción partidaria nacional.

Inmediatamente terminada la elección primaria en Santa Fe, el socialismo se enfrascará en la discusión nacional. El resultado de las urnas será determinante. Binner puso toda la carne al asador: “Si el proyecto no es respaldado en Santa Fe, por una cuestión ética estoy impedido en ser parte de una fórmula a nivel nacional”. Giustiniani se quita el sanbenito: “Gane quien gane las chances de Hermes estarán intactas” y lamenta que haya hecho oídos sordos a los pedidos de su sector: “Hace 8 meses que le dijimos que tenía que salir a recorrer el país”, suele comentar.

Otra vez en este punto hay disidencias. Binner, Bonfatti y Lifschitz lo responsabilizan a él de haber puesto al partido en estado de shock por su ambición de arrebatarle el poder a Binner.

¿Serán las urnas la medicina para tantas desavenencias?

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