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El hombre y sus dioses

Por: Alicia Caballero Galindo

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano le teme a lo desconocido y le atribuye características mágicas o divinas. Pero, en la actualidad, ¿a qué le teme la humanidad y cuáles son sus dioses?

Remontándonos a los albores de las civilizaciones, suponemos que los primeros pobladores del planeta temían a los fenómenos naturales; al fuego, el rayo, la lluvia, el mar, el sol, las estrellas, los volcanes, las tormentas ¡en fin! A todo aquello que su primitiva inteligencia no comprendía. Del temor, nacía el respeto y de éste, un culto a cada enigma, que era convertido en Dios porque no lo entendían, no podían controlarlo y consideraban que estaban a expensas de esas fuerzas que actuaban como tiranas en sus vidas y era necesario “calmarlas” con todo tipo de rituales, muchos de ellos llegaban a extremos tales que sacrificaban a sus semejantes en aras de sus “dioses”. Cada pueblo los representó de distinta forma, pero todos, temían a los mismos fenómenos, es decir, los que se salían de su control.

A medida que los pueblos fueron constituyéndose en culturas definidas, se formalizaron sus ritos teológicos y se creó una religión característica de cada pueblo; la mayoría tenía dioses comunes; el sol; para los egipcios fue Ra, Horus; para los fenicios Baal O Moloch, en Grecia, Apolo. Los dioses esenciales de los chinos, eran el sol, la tierra, el cielo y el agua; elementos fundamentales para la vida, y consideraban que el Emperador era Hijo del Sol. La muerte, es otro gran misterio que se ha convertido en deidad de casi todos los pueblos por ser un misterio inexpugnable. En nuestro país, el sol es figura central de casi todas las culturas prehispánicas. Los Mayas se destacan por el conocimiento tan preciso en el estudio de la astronomía y el tiempo; en las construcciones prehispánicas que se mantienen en pie, el momento preciso de los solsticios y los equinoccios, está relacionado con la estructura de sus templos, en las que dejan testimonio de sus conocimientos exactos del espacio y el movimiento de la tierra en relación con el sol. En Teotihuacán, conocían con precisión la entrada de la primavera y era festejada como preludio de abundancia… En todos los confines del planeta era casi lo mismo.

La cultura de la humanidad se empezó a perfeccionar y los dioses de otros tiempos, empezaron a debilitarse a medida que las ciencias y el conocimiento humano fueron creciendo; tomando fuerza los grandes pensadores; en Atenas, surgieron los primeros filósofos precursores del modernismo, que hablaban ya de la existencia de la parte inmaterial de la humanidad, el alma, aunque, curiosamente, consideraban que la mujer ¡no tenía! Aristóteles ya hablaba de la existencia de un ser inmaterial, superior a todo, reflexionaba sobre la existencia de la racionalidad en el individuo y la existencia de lo material o tangible y lo inmaterial o intangible.

El debilitamiento de las culturas antiguas, producto de las conquistas romanas y el desplome, más tarde del Imperio, produjeron una etapa de oscurantismo cultural; en Europa tomó fuerza el feudalismo y los grandes señores se valieron del cristianismo, para controlar a sus siervos. Fueron siglos de oscuridad en lo cultural y lo político; los individuos se aglutinaron en torno a la fe cristiana que era impuesta en forma dictatorial, dando lugar al escolasticismo. Mientras tanto, en Medio Oriente tomaban fuerza las filosofías de Mahoma y Buda. Los pueblos africanos continuaban con sus religiones de origen mágico.

Con el renacimiento y la aparición del racionalismo, se inicia una nueva revolución del pensamiento; la parte dogmática de la religión es cuestionada cuando el pensamiento racional y las ciencias empiezan a hacer nuevos descubrimientos; la tierra ¡no es plana! El sol no se mueve, es la tierra que gira en torno a él, se revive el pensamiento aristotélico y el hombre sacude cada vez más prejuicios dogmáticos tanto en la ciencia como en la teología… la fuerza del dogma se reduce y la de las ciencias, crece. La Biblia, que sólo podía ser leída por los religiosos, a partir de la Reforma de Lutero, los seguidores, tendrían qué aprender a leer para conocerla! Este fue un buen detonador para propagar la cultura y desmitificar algunas cuestiones teológicas. El ser humano, a pasos agigantados, fue perdiendo la magia de lo desconocido, misterioso, secreto… humanizando cada vez más las religiones del planeta…

Transportándonos a nuestros días, esta loca carrera de progreso, igualdad de sexos, revolución sexual, universalización en las comunicaciones, libertades para los jóvenes, los derechos del niño, y la flexibilidad de las distintas religiones, poco a poco, los seres humanos hemos perdido capacidad de asombro, respeto a la naturaleza, respeto a los mayores, padres y maestros (Libro del Tao y del Te de Lao Tse, filósofo chino de la antigüedad) provocando una sociedad desenfrenada que camina en muchos casos sin rumbo. Los suicidios de jóvenes y niños son cada vez más frecuentes; el síndrome de la soledad y la incomprensión, como un fantasma silencioso acecha. Cada vez se requieren más fuertes emociones para asombrar o conmover a la humanidad y la mística de las distintas religiones del mundo se ven adulteradas por intereses terrenales que nada tienen que ver con la filosofía espiritual que nos enseña el valor del mundo subjetivo del individuo. Los seres humanos, necesitamos para un sano desarrollo espiritual “creer” en algo que sobrepasa nuestra condición humana, y nos eleva sobre la materia, a un universo de sensaciones y pensamientos superiores que nos permitan reivindicarnos con nosotros mismos y nuestros semejantes. La humanidad necesita rescatar ese misticismo filosófico que impulsa a no perder la esencia de los sentimientos que deben regir a este mundo, fusionando los tres lados que nos conforman; cuerpo, alma e intelecto. Estos sentimientos son la fe, la esperanza, amor y respeto. Fe en Dios, en nosotros y en nuestros semejantes. Esperanza en el mañana, en los jóvenes y en la humanidad, Amor por la naturaleza, por nosotros mismos y la humanidad y un profundo respeto al orden universal que es la esencia de la vida.

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