Edición Impresa

El hombre y el mal

Por: Carlos Duclos

En una rebelión más contra aquello que dictan o sugieren los manuales, me permitiré acudir al uso de la primera persona para esta primera entrega de una opinión respecto del hombre de nuestro tiempo y el mal y hacerlo, por otra parte y como se deduce, en varias ediciones a partir de hoy.

A menudo, muy a menudo, algunos amigos suelen preguntarme cómo es posible que casi sobre el fin de mi vida mis ideas en lo político, en lo religioso y en lo filosófico hayan tenido un giro proverbial. Incluso los desconocidos suelen asombrarse sobre mis escritos periodísticos en los que abundan mis “particulares” manifestaciones públicas. En cuanto a aquellos que creyeron conocerme, en realidad jamás me conocieron. No es que hayan cambiado mis ideas, sino que, lo confieso, ahora me atrevo no sólo a manifestarlas con más desenfado y  menos escrúpulos, sino a tener el deseo de ponerlas en práctica en ciertos casos. Y en lo referente a aquellos desconocidos que se preguntan cómo es posible que alguien, en este tiempo signado por la frivolidad en la comunicación, por el rating (por cuyo logro se apela a cualquier idiotez o aberración), se le ocurra hablar, por ejemplo, de Dios, del espíritu, del amor y de otras cosas por el estilo. Bueno, pues ese es precisamente el punto al que deseo referirme hoy en este escrito.

Aun a riesgo de que muchos rechacen lo que diré a continuación, aun a riesgo de parecer excesivamente místico, me atrevo a aludir a la cuestión pues me parece de particular importancia.

A mi favor, y para despegarme de lo estrictamente religioso y de la propaganda a la que la sociedad está acostumbrada por parte de algunos religiosos que tratan de ganar fieles a veces para cumplir con un propósito loable, otras para servir a un objetivo deleznable, diré que aun siendo creyente no soy un practicante, y que, aun perteneciendo a una fe, comparto la mesa con diversas creencias.

De modo que mi visión parte desde un punto de vista periodístico y en ningún caso puede atribuirse a este escrito reminiscencias de predicación. Pero vamos al punto.

Este escrito es una extensión de algo que expresé, hace un tiempo y que está referido a la situación intrínseca del ser humano (es decir, su propia circunstancia, la persona, su carácter, su temperamento, su estado emocional) y la situación extrínseca, esto es la persona y su interrelación con el resto y, por tanto, el carácter, temperamento y emoción social.

En el primer caso me permito opinar que el ser humano común de nuestros días, en general, es un ser que padece las siguientes alteraciones: enojo, ira, confusión, temor, angustia, abandono, soledad, intolerancia, incapacidad de reflexión, incapacidad para discernir sobre la verdad y el sentido cierto de la vida. Por tanto, esta es una sociedad con rasgos de violencia en lo físico y moral, una sociedad emocionalmente alterada con valores fundamentales resquebrajados.

Es cierto que esto se padeció siempre, pero no es menos cierto que comparativamente el quiebre es hoy mayor y las consecuencias más peligrosas.

El avance tecnológico no estuvo equiparado con el crecimiento espiritual o ético y los resultados se advierten.

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