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El hogar: una institución en extinción

Por: Carlos Duclos

Sin rodeos ni atenuantes no puede menos que decirse que el concepto de hogar, en la sociedad posmoderna, ha sido reemplazado; y lo fue porque el mismo hogar ha sido trocado y vulnerado. Este cambio se fue produciendo de a poco, sin que la sociedad lo advirtiera. Tampoco, en ese contexto, los integrantes del grupo familiar percibieron que en realidad, y por obra y gracia de la nueva cultura, son un grupo que de familiar, en ciertos casos, posee poco o nada.
En lo que refiere al concepto de hogar bien podría afirmarse que muchas veces hoy se entiende por tal a la vivienda a la que retorna el ser humano luego de las actividades cotidianas y en la que comparten las acciones de moda o pautadas culturalmente. Por ejemplo: Mirar TV, arrobarse con la informática, escuchar música aislado en el “i pod”, etcétera. A veces pareciera que sólo en el descanso, en el sueño, se asemejan los nuevos hogares a los de antaño. Nuevas formas de vida, determinadas por el “éxito” o la mera supervivencia, han dejado a un lado al verdadero hogar que podría definirse como el espacio físico y espiritual en donde los miembros de una familia interactúan a través del amor para el desarrollo armónico de todos y cada uno.
El hogar es mucho más que una hermosa vivienda o que costosos y refinados muebles. Es más, incluso, que el simple agrupamiento de un número determinado de seres. El hogar es el lugar común en donde los afectos y los principios nutren a cada miembro del clan familiar para el sólido y adecuado crecimiento individual y grupal. Este lugar común, estos afectos y normas implican la relación estrecha, cosa que se ha perdido notoriamente.
 Hoy los padres se ven obligados o persuadidos, por la nueva cultura que somete al ser humano, a estar largas horas alejados de casa, de sus hijos y de sus padres. Y por eso mismo los hijos muchas veces crecen más cerca de los nuevos aparatos y mensajes posmodernos. Los resultados están a la vista en todo el mundo. Y aun cuando puede haber cercanía material o física, ésta no siempre se corresponde con la proximidad espiritual.
En su libro “Hacia una vida plena de sentido”, el rabino Menajem Mendel Schneerson cuenta esta historia: “Un empresario joven trabajaba mucho y tenía mucho éxito, pero parecía muy triste. Su padre lo notó y fue a hablar con él. El joven se sorprendió cuando en lugar de preguntarle por su trabajo su padre le preguntó cuanto tiempo estaba pasando con su familia. “Con todas las exigencias de este trabajo tengo muy poco tiempo para eso”, respondió el joven. “Eso era lo que mi padre solía decir”, dijo el papá del joven empresario y siguió: “Todos los días yo esperaba junto a la ventana que él volviera a casa y todos los días me dormía antes de que llegara. Por el bien de tus hijos y por el bien de los hijos de ellos –le recomendó el padre- no importa cuanto trabajo tengas, trata de llegar a casa todas las noches a tiempo para darles un beso. No puedes imaginarte cuánto estarás haciendo por ellos y por ti mismo”.
Muy infelizmente, las falsas luces de esta vida impuesta por el “sistema” y las condiciones en las que debe vivir el nuevo hombre, determinan que las necesidades del hogar no sean satisfechas y así, de a poco, esa institución fundamental se va marchitando. En ocasiones, cuando se advierte el error que se ha cometido, cuando se concluye en que las cosas más importantes de la vida no son aquellas efímeras que el sistema invita a venerar, suele ser demasiado tarde.

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