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Historias de boxeo

El gran mentor: Angelo Dundee, el maestro de Alí

Tan humilde como sabio, fue el entrenador de grandes campeones desde Cassius Clay hasta Sugar Ray Leonard.


El almanaque acomodó su hoja el 16 de setiembre de 1981. La campana sonó y marcó el final del duodécimo round. Sugar Ray Leonard, campeón del Consejo Mundial (CMB) y Thomas Hearns de la Asociación (AMB) de los medianos, caminaron hacia sus rincones. La Cobra Herns lanzó un soplido, buscando aire renovador. El maravilloso Leonard, lastimado en su ojo izquierdo, despidió su protector bucal, no sabiendo que estaba perdiendo  en las tarjetas de los jurados. El Caesar’s Palace de Las Vegas vibraba al compás de los miles y miles de sonidos que desprendían las fichas que surcaban los paños y por la emoción de los espectadores en la intensa velada de boxeo.

Angelo Dundee, de 60 años y 50 dedicado a los guantes y las narices chatas, intuyó que la historia no iba bien. Le apoyó sus manos en los hombros a Leonard y le dijo acercándole sus labios en la oreja derecha: “Tenés nueve minutos. Es momento de explotar. Lo que separan a un niño de un hombre, son estas situaciones. Hay que resolverla. Ray, tienes que noquear”

Leonard salió estimulado a vivir el capítulo trece. Lo tiró a Hearns y equilibró la lucha. La siguiente vuelta encontró a Sugar Leonard decidido a cumplir su mandato. El árbitro, Richard Steele, paró la pelea. Ganó Leonard por nocaut técnico. En el aire quedaron las tres tarjetas favorables a Hearns: 124 a 122, 125 a 122 y 125 a 121.

El rol y desempeño de un buen rincón, tiene la respuesta más intrigante del boxeo. Sesenta segundos es todo lo que cuenta para acomodar una estrategia, asegurar un plan, tranquilizar o estimular a un peleador. Tal vez curar una herida y tener el consejo justo para cambiar el rumbo de una pelea.

Angelo Mirena nació en  Pensilvania, Filadelfia, en los Estados Unidos, en 1921. Fue boxeador y para llamar la atención de los promotores, se puso un apellido irlandés: Dundee. Desde entonces fue Angelo Dundee para todos. Aprendió el oficio de entrenador en el “Firth Stree Gym” de Miami y luego se radicó en Nueva York, instalándose en el mítico “Stillman’s Gym” del 919 de la Octava Avenida.

Comenzó repartiendo toallas, atendiendo el teléfono y llevando algún balde. El gimnasio era muy famoso, fundado por Marshall Stillman, un rico filántropo, y Lou Ingsberg. La dirección estaba a cargo de éste último, quien decidió que lo llamaran “Lou Stillman”.

Tenía dos pisos. Nunca se abrían las ventanas y los entrenamientos se hacían entre la nube del humo de cigarrillos y habanos. Para ver una sesión de guantes se pagaban entre 25 y 50 centavos de dólar. Asistían figuras como Jake La Motta, Rocky Marciano, Joe Louis, Jersey Joe Walcott.

Lou Stilman tenía poco sentido del humor, mal genio y una pistola calibre 38 como compañera. Angelo Dundee, de la mano de Ray Arciel, comenzó a modelarse como entrenador. Su carrera fue tan larga como exitosa. Desde su primer campeón mundial (Carmen Basilio), en total entrenó a 15, entre ellos a George Foreman, José “Mantequilla” Nápoles, Jimmy Ellis, Luis Rodríguez y al gran Cassius Clay.

Con Alí recorrió el mundo. Lo preparó para todas sus peleas. Quizás su noche más recordada sea la del 25 de febrero de 1964, en el Madison Square Garden de Nueva York. Alí noqueó a Sonny Liston y le quitó el título mundial pesado.

Ligado a los rincones de grandes, enseñó durante 40 años. Su perfección la alcanzó escuchando a Ray Arciel, Charlie Goldman y Chickie Ferrari. Formó un gran equipo con el cubano Luis Sarria-Kid Sardinas y con el doctor Ferdie Pacheco, un médico clínico.

Siempre con el hisopo cicatrizante cruzado entre los labios, hablaba con claridad y la energía de un estratega. Daba la instrucción justa que aseguraba o cambiaba una situación. Sus palabras podían ser un golpe de timón. No apabullaba ni aturdía al boxeador con su mensaje. Cabalmente, interpretaba el momento por el que atravesaba su dirigido. Sabía tocar el alma, el amor propio con pocos vocablos. Si éstos no alcanzaban, sacaba toda su picardía para ganar tiempo y superar inconvenientes.

“Tiene un aura enorme de victoria. Un boxeador siente que teniéndolo a su lado, ya empezó a ganar”, dijo sobre él Irving Rudd, un acreditado periodista y publicista.

Son muchas las anécdotas y pruebas de su capacidad en momentos cruciales. Ya es mundialmente conocido como supo limpiarle los ojos a Cassius Clay en su primera pelea con Liston, cuando no tenía visión, afectado por una sustancia irritante que estaba impregnada en los guantes del campeón.

Quien puede olvidar el histórico descanso del anteúltimo round con Joe Frazier en Manila, y su simple pedido a un Alí agotado y extenuado: “Solamente te pido que te pares y mires al centro del ring”. Lo hizo y el que no salió a pelear fue Frazier. O cuando apeló al tema del “guante roto” para ganar tiempo ante el inglés Henry Cooper. O cuando pellizcó muy fuerte en las mejillas a Willie Pastrano, para corregirle un mal desempeño y este se paró con intenciones de pegarle, a lo que Angelo retrucó: “A mi no idiota, a él le tenés que pegar, porque vas a perder el título mundial. Anda y pegale”. Pastrano fue y pegó. Ganó por nocaut…

Cuando Angelo comenzó a trabajar con Cassius Clay, fue muy resistido por el entorno del boxeador. Su condición de blanco no inspiraba confianza. Clay los reunió y les dijo: “Confíen en él, déjenlo trabajar. No se olviden que es italiano”.

Angelo Dundee fue un estudioso, un adelantado en muchos aspectos del entrenamiento. Un innovador y gestor de proezas en la historia diaria del boxeo.

“Volvés a la esquina y te dice: el tipo está abierto para un gancho. Si él te lo dice, hay que creerle. En el rincón, Angelo es el mejor del mundo”, afirmó Muhammad Alí.

Admirador de Carlos Monzón y de Don Amilcar Brusa. Amigo de Tito Lectoure. Visitó varias veces a la Argentina. Tenía gran respeto por el boxeo criollo. Colaboró con el actor Russell Crowe en el papel de James Bradock en 2005, en la película “Cinderella Man”, enseñándole movimientos en el ring y participando como “Angel el entrenador”.

Hay un dicho: detrás de cada obra de arte hay un gran artista. Esta analogía puede aplicarse a “Cassius Clay-Muhammad Alí” y quien fuera su entrenador: Angelo Dundee.

Murió a los 90 años en Tampa, Florida, Estados Unidos. Inmediatamente ingresó al Hall de la Fama. Admirado y reconocido por el amplio mundo de los puños. Humilde. Convencido de sus actos. Estuvo a la sombra de los campeones que generaba. No procuró llamar la atención. “No hay que confundirse, los boxeadores son los verdaderos protagonistas de toda esta historia” afirmó una vez el gran Angelo.

Quizás le haya quedado la espina de no haber podido convencer a Alí de abandonar el boxeo a tiempo. Evitar esa paliza cruel que Larry Holmes le dio a un boxeador que ya no era el mismo. “Uno puede aconsejarle a una persona a retirarse. Continuar peleando es su decisión. Y Ali siempre tomó sus decisiones. El boxeo es un terreno muy difícil. Las opiniones a veces sólo se escuchan”, señaló sobre ese tema.

Angelo Dundee, capitán de muchas batallas. Protagonista de grandes historias y algunas epopeyas. Siempre se entendió con sus dirigidos, como no lo hizo con ningún otro. Es muy simple: los dos se amoldaron a la perfección, porque hablaron el mismo idioma, el mismo lenguaje…el del boxeo.

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