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El fatal arribo de un Edipo moderno

En “El recuento de los daños”, Inés de Oliveira César versiona el texto de Sófocles.

La diversidad de estilos y temáticas que caracterizan a la Competencia Argentina del duodécimo Bafici se vio reflejada el último fin de semana con la exhibición de El recuento de los daños, de Inés de Oliveira César, una atractiva versión contemporánea del Edipo Rey de Sófocles y el film Invernadero, de Gonzalo Castro que sigue los pasos del escritor mexicano Mario Bellatín.

En las jornadas anteriores, la sección había ofrecido el drama de tres mujeres ejemplares que se dedican a ayudar a los demás en Los labios, de Iván Fund y Santiago Loza; el retrato del pintor Carlos Gorriarena realizado por Carmen Guarini; y el luminoso viaje de transformación de dos amigas en Rodríguez. Además pudo verse una arriesgada adaptación de la novela Ocio, de Fabián Casas, dirigida por Juan Villegas y Alejandro Lingenti.    

Tras su paso por el Festival de Cine de Berlín, la nueva película de De Oliveira César, directora de Como pasan las horas y Extranjera, aborda el tema de la apropiación de menores y otros crímenes cometidos durante la última dictadura militar argentina, a través de la descripción seca de la tragedia de una familia dueña de una fábrica en dificultades financieras.

Austera, fría, de pocas palabras y muy escasa información, que la directora brinda sabiamente en mínimos indicios dados a cuentagotas, El recuento de los daños se centra en la relación entre un recién llegado –supervisor de un holding al que pertenece la empresa– y dos hermanos que quedaron a cargo después de la muerte del gerente general –marido de la hermana–, fallecido en un accidente de autos.

Aunque él no lo sepa –y sólo se sabrá hacia el final, cuando alguien revele lo inesperado– este joven extraño juega el papel de un Edipo moderno, al ser responsable involuntario de la desgracia de la familia a la que viene a supervisar, y al convertirse en el amante de la viuda de la víctima, una mujer que podría ser su madre.

Desde la escena inicial De Oliveira César demuestra su intención de generar un clima misterioso y extraño alrededor de este vínculo autodestructivo, desde una sofisticada puesta en escena, con una fotografía de grises fríos y distantes, fueras de foco, cuadros segmentados, sonidos industriales, y actuaciones medidas y reveladoras de Bianco y Gobernori.

En tanto, Invernadero, de Gonzalo Castro, quien ganó el premio a la mejor dirección del Bafici en 2008 con la película Resfriada, circunda el mundo de Mario Bellatín, el escritor mexicano que, en este film, se interpreta a sí mismo.

En el film el director retoma la búsqueda de Bellatín por la supresión del concepto de autoría, esta vez en versión cinematográfica. Todo en Invernadero hace equilibrio en el borde filoso del mundo de la literatura viva y sus transformaciones, donde esa “escritura sin escritura” que Bellatín ensaya y termina por condensar una atmósfera espesa.

En ella se suceden, indiferenciados, los actos ínfimos, los gestos místicos y los diálogos cotidianos con su hija, sus ayudantes y colegas, que mezclan teorías excéntricas con performances espontáneas.

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