Ciudad

Trabajo Social

El Estado y su deber de construir un oasis en la vida las personas

Sabemos que hoy más que nunca es indispensable apelar a la importancia de un Estado presente, porque para incontables sujetxs, la posibilidad de hallar juntxs aquellos oasis, es motivo suficiente para seguir caminando y apostando a que una mejor calidad de vida es posible


Lic en Trabajo Social Cielo Morbeli

Colegio de Profesionales de Trabajo Social 2da circunscripción.

 

El barrio, sus esquinas y sus plazas. Los pasillos repletos de vida, ruidos, mates y alguna que otra olla compartida. El frío que penetra, la lluvia y las goteras, el calor y la humedad. Escenarios que posibilitan conflictos y contradicciones pero también, y por sobre todo, encuentros; múltiples y variados encuentros.

Hace poco tiempo, un día en el que uno de esos “primeros calores” golpeaba la ciudad de Granadero Baigorria, parto del Centro de Salud y me dirijo a un domicilio. Para llegar a destino, abandono la avenida principal dejando atrás un paisaje de comercios, casas de material, autos sobre las veredas. La calle de cemento deviene tierra, subo una lomada y en la cima me detengo sobre la vía del tren. En ese punto, observo hacia ambos lados hogares fabricados mayoritariamente de chapa y madera, ningún árbol que amortigüa el calor. Sin embargo, al mirar a la izquierda emerge con una escena inesperada: en el medio de las casillas se encuentra armada una hermosa pileta de lona, su agua cristalina y en su interior puedo vislumbrar niñxs que entran y salen, ríen y juegan. Algunas mujeres comparten risas y confidencias. Un adolescente imagina otros mundos mirando su celular en aparente lejanía al resto de la escena. Todxs disfrutando aquel espacio; una suerte de patio compartido en el que la pileta cobra centralidad. Me invade un pensamiento: aquí se gestó un oasis en el desierto.

 

La salud en juego

Es habitual escuchar “los pobres no tienen plata pero se compran un celular”. Acceder a los medios de comunicación, a un televisor o una licuadora, priorizar armar una pileta antes que cambiar maderas improvisadas por “puertas de verdad”. No se trata de enumerar posibilidades de utilización del dinero, estamos hablando de derechos: el derecho al juego en lxs niñxs y adolescentes, el derecho al ocio en jóvenes y adultxs; son elementos importantes en una concepción amplia de salud. Las familias construyen esperanza, felicidad y encuentro accionando de las maneras que les sean necesarias y posibles en función de generar una mejora en su calidad de vida. Esta construcción colectiva de escenarios opera, tal como ejemplifica la escena descripta, aún en condiciones socioeconómicas y habitacionales adversas.

Así, el proceso de salud/enfermedad contempla la creación y valorización de todos aquellos dispositivos que se gestan al calor del encuentro, dispositivos construidos en base a las necesidades mismas de la población. En este sentido, aquel patio común se constituye como un claro espacio de salud para este barrio, en el cual lxs sujetxs decidieron ubicar esta pileta en un lugar central, al que acceden fácilmente desde sus casas.

La accesibilidad  es un concepto fundamental, no sólo para pensar la ubicación de aquella pileta sino también para (re)preguntarnos: ¿Qué tan fácilmente acceden lxs usuarixs al sistema de salud pública? ¿Al llegar, se sienten contenidxs, respetadxs? En pocas palabras, ¿Son tratadxs como sujetxs de derecho?

Estas preguntas adquieren aún más relevancia al pensarlas a partir de escenas concretas, cotidianas. Situaciones como la siguiente interpelan nuestro quehacer profesional. Una mujer de 31 años camina hasta el Centro de Salud, acompañada por sus hijxs de tres y cinco años, tuvo que recorrer alrededor de veinte cuadras bajo el sol. Al llegar, la recibo en la entrada, debe colocarse el anticonceptivo inyectable, el mes pasado tuvo que comprarlo ya que no teníamos disponibles. Este mes nada ha cambiado, una vez más debe escucharnos decir que no nos mandaron los inyectables de mesigina y que no sabemos cuándo volverán a enviar. En confidencia, me comenta “mi marido no quiere que me cuide, pero yo ya no quiero más hijos. Si me ve tomando pastillas se va a armar”.

Claramente, la accesibilidad no sólo tiene que ver con la cercanía al domicilio de lxs sujetxs y la atención del personal del Centro, en este caso vemos cómo el ejercicio efectivo de su derecho a elegir el método anticonceptivo a utilizar, en función de su deseo actual en no maternar, se ve obstruido por otra barrera de accesibilidad: la falta del recurso. Esta y otras tantas barreras interfieren en lo cotidiano del proceso de atención/cuidado de la salud, constituyéndose en una clara vulneración a los derechos sexuales y reproductivos de esta mujer.

La escasez de recursos en Atención Primaria de Salud repercute directamente en la calidad de vida de lxs sujetxs. ¿Cómo pensarnos cómo “centros” de su salud? Somos testigos no sólo de la falta de medicación y de elementos esenciales sino también de las condiciones de precarización laboral de muchxs trabajadorxs de la salud pública y la ausencia de paritarias. Lidiamos cotidianamente con dificultades para acompañar procesos de desarrollo socio económicos y familiares cuando no existen planes de vivienda digna y subsidios para mejora habitacional. Convivimos con la falta de oportunidades reales de acceso al mercado de trabajo para la población LGTBIQ+. Estas son sólo algunas de las carencias que encontramos día a día y marcan la agudeza de la cuestión social actual. Estas carencias son parte del desierto antes mencionado.

Este año, signado por la pandemia que azotó al país y al mundo, vimos cómo muchos espacios estatales cerraron sus puertas para trabajar desde la virtualidad, ofreciendo dicho soporte para la población de los barrios populares, quienes por lo general no cuentan con posibilidades de acceso al mismo. Se dificultó así, aún más, garantizar derechos básicos: desde tramitar una Asignación por Embarazo, cobrar un IFE, reclamar una Pensión no otorgada, hasta el cursado virtual en los colegios para asegurar la educación de niñxs y adolescentes.

Un desierto de oportunidades, múltiples oasis de posibilidades

Lejos de buscar abonar una mirada pesimista en relación a las posibilidades de intervención, creo fundamental apostar al encuentro con la población, salir al encuentro. Hallar espacios como aquella pileta, sostener miradas y diálogos con quienes habitan allí, pensar en conjunto las actividades y propuestas para cada barrio, ponderando el saber que atesora cada sujetx y cada colectivo.

Durante nuestra formación como Trabajadorxs Sociales, escuchamos en innumerables ocasiones la frase “agentes de cambio”, se intenta apostar a la “transformación social”, “ir en contra de las injusticias sociales”. No somos héroes ni heroínas en la vida de nadie, pero sí apostamos a que nuestro trabajo se oriente en pos de la garantía y ejercicio real de los Derechos de los sujetxs con quienes trabajamos.

Como agentes del Estado tenemos la oportunidad, y el deber, de construir otros oasis en la vida de las personas, o mejor dicho, encontrar aquellos oasis que en su cotidianidad significan esperanza, empuje, vitalidad. Son múltiples y diversos: desde una pileta en donde refrescarse, una amiga con quién reencontrarse y sostenerse mutuamente, hasta el acceso a prácticas de salud y asistencia médica.

Una vez más, describo una situación que aconteció recientemente, con el objetivo de ejemplificar y ampliar lo hasta aquí enunciado. Suena el teléfono en el Centro de Salud, una joven de 22 años me comenta entre lágrimas que está embarazada, sin conocerme personalmente me abre su mundo y me cuenta las razones por las que quiere interrumpir el embarazo. En su relato, parecía como si estuviese pidiendo permiso. La escuché y finalmente acordamos un turno para el día siguiente, para que pueda recibir asesoramiento médico y recibir acompañamiento en su decisión. Transcurrida la semana, la llamo y le consulto cómo se encuentra. Silencio. Emocionada, me responde “no puedo creer que me hayan escuchado. Todo salió bien, muchísimas gracias”.

En este ejemplo la persona entra en contacto con el equipo profesional de manera telefónica, pero bien pudo haber sido de manera presencial o por intermedio de alguna persona allegada. La intervención de Trabajo Social suele ser requerida desde otros espacios institucionales. Incluso caminando por la calle nos reconocen y se establecen diálogos espontáneos: “¿Vos sos la Trabajadora Social? Me dijeron que me podías ayudar con …” Sea cual sea la manera en qué recibimos la demanda, la piedra fundamental de cualquier intervención es la escucha activa, partiendo de las posibilidades y deseos de la persona o grupo social; trabajando en numerosas oportunidades con otras instituciones estatales: Áreas de Género, Niñez y Adolescencia, Discapacidad, ONGs. Emprendemos caminos que, si bien pueden ser arduos de recorrer, lo importante es andarlos en conjunto con lxs sujetxs, en la búsqueda de aquellos oasis que simbolizan el ejercicio pleno de sus derechos.

Así, nuestro trabajo es, como solemos decir, sumamente artesanal. Es muy probable que no cambiaremos la vida de nadie, no seremos quienes posibilitaremos un cambio radical en la condición socio económica de las familias, pero sí tenemos la responsabilidad de estar. Escuchar las demandas, los deseos, sostener las frustraciones, acompañar decisiones.

Habitamos la contradicción de ser agentes estatales, sabiendo que el mismo Estado es quien muchas veces no garantiza los recursos humanos ni materiales necesarios para la población, a menudo tampoco establece condiciones de trabajo dignas. No obstante, sabemos que hoy más que nunca es indispensable apelar a la importancia de un Estado presente, porque para incontables sujetxs, la posibilidad de hallar juntxs aquellos oasis, es motivo suficiente para seguir caminando y apostando a que una mejor calidad de vida es posible.

 

Comentarios