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El dilema de las capacidades humanas al que enfrenta la tecnología

“La tecnología nos enfrenta más con preguntas acerca de las capacidades humanas que con el miedo a la máquina", dice la investigadora y docente de la UBA Ingrid Sarchman cuando analiza el impacto del uso de la tecnología en el ámbito del periodismo y la comunicación


Juan Pablo Cinelli / Tiempo Argentino

“La tecnología nos enfrenta más con preguntas acerca de las capacidades humanas que con el miedo a la máquina”, dice la investigadora y docente de la UBA Ingrid Sarchman cuando analiza el impacto del uso de la tecnología en el ámbito del periodismo y la comunicación, atendiendo al modo en que podría afectar la relación laboral entre los grandes conglomerados mediáticos y sus trabajadores, pero tratando de evitar los excesos de la tecnofobia.

La tecnofobia es un mal de época que ya lleva más de dos siglos produciendo paranoias. Desde la explosión de la Revolución Industrial en Europa, a finales del siglo XVIII, pasando por el auge del fordismo y las líneas de montaje, hasta llegar a la automatización de la industria en la actualidad, las máquinas se han convertido en una presencia cada vez más familiar y cotidiana.

En el mismo proceso, el miedo a que la tecnología acabe desplazando al hombre de los procesos de producción se ha instalado en la humanidad como una amenaza cada vez más concreta. Es cierto que la realidad alcanza por si sola para justificar la desconfianza, pero no ha sido ese el único elemento que contribuyó a cimentar semejante recelo.

Alimento de fantasías distópicas

El tema ha sido además alimento de innumerables fantasías distópicas, que se han manifestado a través de la ciencia ficción sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, a partir de novelas y películas que lo han convertido en uno de los temores colectivos más recurrentes.

Y redituables: títulos como Westworld (Michael Crichton, 1973), Blade Runner (Ridley Scott, 1982, basada en la novela de 1968, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick), Terminator (James Cameron, 1984) o Mátrix (Lana y Lilly Wachowski, 1999), entre otros, han llegado a convertirse en verdaderos hitos de la cultura pop y en muchos casos en grandes éxitos comerciales.

Sus historias se enfocan invariablemente en la suposición de que un enfrentamiento entre hombres y máquinas aparece en el horizonte de la historia como un cataclismo que no hay forma de evitar.

Si algo le faltaba al mundo del periodismo, cuya actualidad y futuro son por lo menos sombríos, era sumar a la ecuación de la precarización laboral, los despidos y el achicamiento o cierre de las redacciones ese miedo a ser reemplazado por máquinas.

Pero el momento tan temido está ahora a la vuelta de la esquina. En los últimos años varias empresas periodísticas, como la agencia estatal de noticias china Xinhua y la británica Reuters, han creado robots virtuales generados por plataformas de Inteligencia Artificial (IA) que trabajan con la tecnología Deep Learning, que a partir de procesos algorítmicos son capaces de producir sus propios informes periodísticos y presentarlos en video a través de una interfaz de aspecto humano.

Una herramienta que permitiría automatizar la cadena del flujo informativo, al mismo tiempo que reduciría los costos de los grandes conglomerados de medios, cuyos representantes andan siempre calculadora en mano, viendo de qué manera pueden ahorrarse algunos de los pesos destinados a sostener sus recursos humanos y a maximizar las ganancias.

Colaboración cooperativa

“El surgimiento de estas tecnologías es el resultado de procesos largos que se sostienen en la feliz convivencia entre hombre y máquina”, afirma Sarchman. “Si por un lado la visión humanista creía que había una supuesta naturaleza humana que las máquinas alteraban (y alteran), muchos autores y posturas asumen en cambio  que puede existir una colaboración y cooperación entre ambos”, agrega.

“Esta idea optimista de cooperación deja de lado toda esa imaginación técnica propia de la ciencia ficción, relacionada con el miedo a la máquina, a la idea de que los robots invadirán el planeta. Fantasías que en nuestras sociedades capitalistas tardías se traducen en la idea de que los hombres perderán su trabajo”, continúa Sarchman.

Sobre si no habría también que tener en cuenta que quienes impulsan proyectos como este son las mismas empresas que manejan el poder en ese capitalismo tardío, la investigadora respondió: “En esas visiones optimistas las personas van a reconfigurase y a adaptarse a estos nuevos medioambientes. El malestar real surge en el paso que va de la teoría a la práctica. Porque en la práctica a las megaempresas no les interesa capacitar a sus recursos humanos para que cumplan otras funciones, sino que tienden a expulsarlos, especialmente cuando cumplen determinada edad. El tema es que cuando pensamos en estas novedades técnicas es importante no pararse en esa mirada apocalíptica de nos invaden las máquinas”.

A mí no me gusta esa postura de una falsa nostalgia por un pasado atecnológico. Eso no significa que crea que en el futuro podamos vivir en armonía, porque seguramente en esa disputa muchos van a quedar en el camino, en especial los viejos y los pobres, que son los que menos acceso tendrán a esas tecnologías”. Eso, claro, lleva a pensar en un futuro deshumanizado.

Sarchman apunta: “Cuando se piensan los procesos largos de innovación tecnológica no se lo puede hacer sólo desde la concepción humanista simple. Los ludditas son un ejemplo de esa resistencia”.

Triunfo de un capitalismo tecnocrático

El Luddismo fue un movimiento que se dio en Inglaterra a comienzos del siglo XIX, en el auge de la Revolución Industrial, inspirado en Ned Ludd, un obrero que alcanzó estatura mítica por realizar acciones tendientes a boicotear el uso de maquinaria en los procesos industriales.

A pesar de que su existencia histórica no ha sido probada, la figura de Ludd se convirtió en una suerte de Robin Hood de la clase obrera y su influencia sirvió para que en torno a ella se nucleara la resistencia de obreros y artesanos en la defensa de sus puestos de trabajos. Que los ludditas sean hoy un movimiento prácticamente olvidado puede ser interpretado como una prueba de su derrota y del triunfo de un capitalismo tecnocrático.

“El asunto es pensar a qué se alude cuando se habla de lo humano y si realmente existe una supuesta naturaleza humana que la máquina viene a corromper y alterar”, completa Sarchman, quien junto a su colega Margarita Martínez escribió el libro La imprevisibilidad de la técnica, que en breve será publicado por UNREditora, la editorial de la Universidad Nacional de Rosario.

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