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El dengue, una enfermedad del Sur

Desde hace un siglo aparece en los meses de calor, cuando es más numeroso el mosquito que lo transmite, el Aedes aegypti. En los países más cercanos al Ecuador, la población de mosquitos casi no varía de enero a diciembre y, por lo tanto, tienen dengue todo el año


Leonel Tesler

Escribo estas líneas días después del anuncio de un nuevo paquete de medidas que se tomarán en Argentina con respecto a la pandemia del coronavirus Covid-19. Por catorce días se cerrarán las fronteras, suspenderán las clases, dejará de haber espectáculos de todo tipo, se otorgará licencia a las personas mayores de 60 años. Anteayer (y ayer) se anunciaron más medidas para frenar o enlentecer la expansión local de la infección. Son medidas pertinentes y necesarias, pero no serán el centro de esta nota que pretende llamar la atención sobre el dengue.

Unas pocas cifras pueden ser útiles para ilustrar el problema que intentaré plantear. En las dos primeras semanas de marzo de 2020, el número de casos de coronavirus pasó de 1 a 46 en todo el país mientras que los de dengue pasaron, en el mismo lapso pero sólo en la ciudad de Buenos Aires, de 165 a 666. A nivel continental, hay decenas de miles de casos de dengue contra decenas de coronavirus. Si en términos numéricos el dengue es mucho más grande que el coronavirus, ¿por qué pasa desapercibido? ¿Por qué se toman muchas menos medidas a nivel estatal para prevenir la expansión del dengue que las que se emprenden contra el coronavirus? Ensayaré tres posibles respuestas a las preguntas que acabo de hacer.

Primero, el dengue no es noticia. Desde hace un siglo aparece en los meses de calor, cuando es más numeroso el mosquito que lo transmite, el Aedes aegypti. En los países más cercanos al Ecuador, la población de mosquitos casi no varía de enero a diciembre y, por lo tanto, tienen dengue todo el año. Es un drama que de tan común se ha vuelto invisible.

Segundo, el dengue carece de encanto. La semana pasada una estudiante de la universidad me mostró un meme que decía: “Si me muero de dengue, digan que me morí de coronavirus. Prefiero morirme porque viajé a Europa que porque me olvidé de limpiar la zanja”. “El coronavirus es el virus cheto”, me dijo encogiéndose de hombros. El virus del dengue, gracias al mosquito, es un virus tan pero tan común que se cría en nuestras casas, en la palangana que quedó juntando agua de la última lluvia, en la chapita de cerveza que olvidamos levantar alguna noche y quedó tirada panza arriba en un rincón del patio.

Tercero, el dengue no se convertirá jamás en una pandemia que comprometa la salud del hemisferio Norte. El Aedes aegypti, que fue importado desde África en el siglo XVIII de la mano del comercio de esclavos, se distribuye alrededor del Ecuador, preservando libre de dengue todo el continente europeo y la enorme mayoría del territorio de Estados Unidos.

El dengue es una enfermedad del Sur y, como tal, tiene pocas chances de ser considerada un problema serio a nivel mundial. Nos han acostumbrado a recibir del Norte los problemas y las soluciones. Hasta los métodos de investigación son importados de Europa y Estados Unidos. El conocimiento que producimos es tan invisible como nuestros casos de dengue, salvo que lo publiquemos en revistas “de alto impacto” en inglés. Desnaturalizar el dengue, transformarlo en un problema visible y prioritario para la salud pública, impulsar desde el Estado las acciones para cortar el ciclo de reproducción del mosquito y tenerlo como tema de investigación debe ser entendido entonces como un acto de cuidado hacia nuestra comunidad, de emancipación epistémica y de soberanía sanitaria.

Médico sanitarista, presidente de la Fundación Soberanía Sanitaria y director del Departamento de Ciencias de la Salud y el Deporte de la Universidad Nacional de José C. Paz.

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