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El delito, un flagelo que va en aumento

Por: Carlos Duclos

No hay excusa ni justificativos, no hay ningún eufemismo que pueda disfrazar la realidad: el delito sigue creciendo en cantidad y calidad. Suena extraño, suena mal que se hable de calidad en el contexto delictivo, pero es la calidad aplicada a la tarea de la devastación de la persona, de la familia, de la sociedad. El mundo político, desde luego y salvo excepciones, sigue en su burbuja de intereses, en una ausencia de talento para la función que pone estupefactos a los entendidos y hace gala de un medio pelo que dejaría asombrado al propio Jauretche.

El caso del automovilista que se desplazaba por el acceso sur y que de un piedrazo quedó en coma acaparó la atención de los medios en estas últimas horas. Pero éste es apenas un hecho de los muchos que se han sucedido en el cinturón periférico de la ciudad en los últimos años. Hay antecedentes, pero a pocos les ha importado algo la cuestión. Todo sigue igual.

No ha habido respuesta, tampoco, de ciertos jueces embarcados en una corriente mal llamada garantista, en la que creen a pie juntillas aunque el mundo se les venga abajo. El delito crece y todos los días los medios de prensa en la provincia de Santa Fe, y por supuesto en Rosario, dan cuenta de nuevos y más aberrantes hechos. Parece excesivo pesimismo, sí, y tal vez lo sea, o tal vez no. Acaso, para no afirmarlo con contundencia, sea esta reflexión un reflejo de la realidad que algunos tratan de minimizar y otros de ocultar. Lo cierto es que todos los días los hechos delictivos se suceden sin que se perciba firmeza, por parte de las autoridades, para mitigar el flagelo. Hace pocas horas, nada menos que cinco hombres armados, tras violentar una puerta, ingresaron en la vivienda de una joven de 22 años en la zona sur de la ciudad. Le propinaron una paliza para robarle 300 pesos. La chica debió ser hospitalizada y, afortunadamente, el hecho no terminó en tragedia.

En la zona céntrica de Rosario los robos en departamentos, algo impensable hasta hace un tiempo atrás, están a la orden del día.

Nadie se salva del delito y de la violencia inusitada que conlleva. Tanto pega a ricos, como a personas de la clase media o a pobres. Anteayer la crónica diaria dio cuenta de que un jovencito de apenas 13 años que vivía en una villa de emergencia fue muerto de un balazo en el pecho.

Algo parecido a la modalidad de arrojar piedras en los parabrisas sucedió en la autopista a Santa Fe hace unas horas, pero en esta ocasión pusieron un tronco para detener el colectivo al que se intentó asaltar. ¿Para qué seguir?

Ante esta realidad hay otra que contrasta y preocupa: la ciudad, como otras del país, se ha convertido en un gran penal en donde los ciudadanos inocentes transcurren sus días. Así es, allí están las personas, las familias, la sociedad entera tras las rejas, prisioneros para permanecer indemne, si es que se puede, ante el accionar de los asaltantes. ¿No es una absurda como fastidiosa paradoja?

Mientras tanto, el delito crece y las causas que lo impulsan, pobreza, narcotráfico, adicción e impunidad, gozan de la indiferencia de los gobernantes.

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